Hace días que pienso en la cara que pusieron algunos tertulianos el día que empecé a decir que la política autonómica estaba muerta, al poco de la fuga de Carles Puigdemont. Era la cara de incredulidad que pone la gente sin principios cuando la sacas su marco de confort. Estos días me ha dado por pensar en esta gente con alma de pavo navideño que necesita a un amo que organice su vida y su sistema de valores, e incluso la fecha de su deceso.

Hay una razón por la cual la Mancomunitat de Prat de la Riba y el Estatut de Francesc Macià no resistieron a la muerte de sus fundadores. Es la misma razón que ha llevado la autonomía pujolista al colapso, si se quiere a través de un proceso menos violento, pero igual de humillante y agónico. Las soluciones intermedias siempre son una tregua en la guerra entre Cataluña y España.

En Cataluña las instituciones se acaban convirtiendo en una camisa de fuerza porque están pensadas para frenar la libertad

Desde el punto de vista español, siempre habrá que bombardear Barcelona cada medio siglo, como decían Espartero o Azaña. La decadencia que sufre la capital del Principado tiene que ver más con esta lógica política que no con el bichillo de Wuhan o la gestión de Ada Colau. Jordi Pujol era un señor bajito que andaba cómo si fuera alto; a partir de ahora todo lo que pase en Cataluña remitirá al físico de Pere Aragonès. 

En todo el mundo, los hombres crean las instituciones y, después, las instituciones hacen a los hombres. En Cataluña las instituciones se acaban convirtiendo en una camisa de fuerza porque están pensadas para frenar la libertad. Si los políticos hubieran defendido la autodeterminación, el hecho de que la primera vacuna se haya puesto a una tal Josefa Pérez de L'Hospitalet no querría decir nada; igual que Colau no se pasaría al castellano si Junqueras hubiera declarado en catalán ante la justicia española.

La autonomía está muerta y España ya solo gestiona el tiempo que necesita para abolirla sin que nadie la eche de menos. Desde la aplicación del 155, el hedor a muerto se ha ido tapando a base de encadenar elecciones anticipadas, de quemar los formalismos de la democracia. Cuando tengamos un presidente de la Generalitat escogido en las urnas se verá mejor hasta qué punto la malla autonómica está quemada, en Cataluña.

En los próximos años, los políticos del país irán quedando fuera de contexto, y quien dice los políticos dice los diarios importantes como El Periódico o La Vanguardia. Aznar ha ganado la partida porque a diferencia de la clase dirigente de Barcelona luchaba por una idea de mundo más elaborada y más grande que él mismo. En Cataluña todo el mundo está tan está obsesionado con la brutalidad de los españoles que casi nadie cree en la fuerza de la sensibilidad y la inteligencia.

La autonomía está muerta y España ya solo gestiona el tiempo que necesita para abolirla sin que nadie la eche de menos

El régimen autonómico se ha vuelto un obstáculo mortal para Cataluña y un peligro innecesario para España. El único político auténtico que la autonomía puede dar —para hablar en los términos de Francesc Marc Álvaro— es uno que quiera destruirla. La historia iba a favor nuestro y de los Estados Unidos y ahora va a favor de España y de China. Para resistir hay que tener horizontes, y la autonomía ya solo tiene capacidad de crear decorados de cartón piedra tan impostados y precarios como el rediseño de El Periódico.

Me basta ver la evolución que mis antiguos mentores han hecho desde la aplicación del 155 para saber que, dentro de la autonomía, todas las criaturas van a nacer muertas, después de las elecciones.