El reagrupamiento de fuerzas que se está produciendo en las entrañas de la derecha española recuerda, en algunos aspectos, a la lógica que llevó hasta el bienio negro y la guerra posterior. Siempre que Catalunya mira de segar las cadenas que la ligan en el Estado, los españoles entran en una contradicción trágica. Por un lado, los sectores liberales se apuntan a un reformismo de fachada para integrar las oligarquías de Barcelona; del otro, los sectores ultramontanos montan en cólera y acaban provocando un descalabro para impedir la independencia.

Pasó con el general Prim en 1868 y pasó con la Segunda República en 1931. Con Prim bastó el asesinato para organizar la restauración borbónica con un golpe de estado, después de una republica breve y caótica. Con la victoria democrática de Francesc Macià, que había promovido una insurrección independentista contra Primo de Rivera, los borbones tuvieron que abandonar el trono durante más de 70 años. De poco le sirvió, a la corona española, dejarse arrastrar por el conglomerado de fuerzas pseudofascistas que sometieron España a una dictadura de cuatro décadas.

La emergencia de Vox y la fuerza que las encuestas dan a la posibilidad de un tripartido de derechas exaltadas indican que nos encontramos en una situación parecida. Como que Catalunya ha planteado el choque sin coartadas ideológicas, esta vez será más difícil organizar un descalabro que permita disimular el conflicto nacional. Con Prim y Macià el estado se tuvo que hacer republicano para ganar tiempo. Las consultas por la independencia y el referéndum del 1 de octubre han dejado menos margen de maniobra a Madrid para combatir la autodeterminación de Catalunya.

Tal como está planteado el juego político todo hace pensar que las derechas españolas acabarán conquistando el poder y convirtiendo el intento de evitar la independencia en la obsesión señera de su política. Cuando esto pase se verá que los españoles escribieron su Constitución para intentar disimular el conflicto nacional que había detrás de la guerra del 1936. Se verá que las naciones existen por alguna razón y que las direcciones de Podemos y del PSOE utilizan sus bases catalanas para blanquear el autoritarismo español de siempre.

Entonces, si tenemos una clase política con cara y ojos, todo el mundo verá que, en Catalunya, no hay alternativa política al 1 de octubre. Los votantes de Podemos y del PSC, e incluso algunos de Ciudadanos, tendrán que elegir entre aceptar la independencia o sumarse a una España dominada por los herederos del franquismo y las momias del imperio, en la que no gobernarán nunca, ni serán tenidos en cuenta, ni prevalecerá el espíritu democrático. Si Catalunya genera una clase dirigente desatada del sistema de partidos autonómicos, capaz de impedir la aplicación del 155 o cualquier otra marranada, Arrimadas y Garcia Albiol se quedarán más solos que la una.

La España democrática se colapsará negando la existencia de Catalunya, igual que los partidos processistas han entrado en crisis traficando de manera miserable con la historia del país y su futuro. La reorganización de la derecha pondrá en evidencia que, a pesar de la utilización grosera de los presos, los lazos amarillos persisten en la vía unilateral y en la defensa de la autodeterminación. Resistir puede ser ganar, si tienes políticos con talento y no te pueden exterminar, como en épocas pretéritas, cuando la guerra y no las urnas eran el cimiento político de Europa.

La situación política promete choques electorales entre Catalunya y España de cariz energúmenico, pero de resultados cada vez más incontestables.