El viaje de Ada Colau a València me ha recordado una fábula que Hannah Arendt dedicó a Martin Heidegger después de reencontrarse con él en Berlín, acabada la guerra. Era una vez, decía la fábula, un zorro tan miope y tan faltado de astucia que no tan solo caía en todas las trampas que le ponían los hombres, sino que, además, tenía problemas para distinguir entre una trampa y un regalo de Dios. Al final, el zorro tuvo una idea que nadie se esperaba: construyó una trampa que era una copia exacta de su escondrijo.

Evidentemente, el zorro de la fábula no es la alcaldesa de Barcelona, que no pasa de ser un títere de la política con pretensiones de vedette publicitaria, más o menos como Manuel Valls o como Gabriel Rufián. El zorro de la señora Arendt sería, en este caso, la patronal catalana, que utiliza todo lo que tiene en la mano para intentar proteger su relación de privilegio con la Corona española. Después del 9-N, Colau ya sirvió para dar margen a las mentiras de Mas. Ahora parece que se la necesita para normalizar el virreinato de Junqueras.

No creo que sea casualidad que la alcaldesa haya sido enviada al País Valencià para empezar a formalizar su salto a la política española. Colau ha vestido de feminismo la cumbre con Yolanda Díaz y Mónica Oltra. Pero detrás de su gesto vindicativo resuena el amor repentino de La Vanguardia por la llamada Corona de Aragón. València, Zaragoza y Mallorca se han vuelto ciudades mucho más seguras que Barcelona para continuar explotando las heridas de la historia. Es lo que estos días ha irritado al historiador Carles Sirera en Twitter, seguramente sin saberlo.

Durante el proceso, Colau contribuyó a frenar la velocidad del independentismo, pero su populismo narcisista también dejó el espacio necesario para que los partidos de la Generalitat se vieran empujados a organizar el 1 de octubre

La patronal catalana quiere dar protagonismo a València, para volver a legitimar el peix al cove que hizo de Jordi Pujol el español del año. Total, las élites valencianas son más pobres y más fachas que las catalanas y, por lo tanto, menos influyentes en la nueva España feminista. Además, Pedro Sánchez necesita que el Ayuntamiento de Barcelona quede libre para poder comprar independentistas, ni que sea a través del PSC. Cuanto más cargos se puedan repartir los partidos de la Generalitat, más fácil será arrinconar a Puigdemont. Los comuns molestan, igual que molestaba Ciudadanos.

En la nueva hoja de ruta aragonesa, Colau es como una cerilla junto a un barril de pólvora. Su figura puede parecer una solución de compromiso para frenar las ansias centralistas de Madrid, pero si las pasiones vuelven a escalar será más difícil de meterla en el armario que al tozudo de Albert Rivera. Durante el proceso, Colau contribuyó a frenar la velocidad del independentismo, pero su populismo narcisista también dejó el espacio necesario para que los partidos de la Generalitat se vieran empujados a organizar el 1 de octubre.

Hasta ahora, Colau se ha salido con la suya porque en Catalunya sólo tenía que competir a un nivel retórico, y mirar de parecer buena persona. Pero Podemos es un partido castrado, que ha perdido toda la potencia intelectual de sus orígenes. El partido de Pablo Iglesias empezó a perder votos el día en que dejó de defender la autodeterminación y ahora mismo ya no tiene ninguna idea fuerte de España. La épica feminista no será nunca suficiente para ofrecer una alternativa al PSOE de Sánchez, pero sí que puede ser suficiente para dar aire a Vox y para llevar el problema catalán a València sin ni siquiera quererlo.

A mí ya me parece bien el pancatalanismo, incluso aunque sea autonómico. Pero sin capacidad de pensamiento, esparciendo solo los vicios del procés, se pueden generar dinámicas muy diabólicas en España. La nación catalana existe más allá de los políticos que la representan y los federalistas harían bien de volver a leer a Joan Maragall. Sobre todo esa carta a Ortega y Gasset en la que le dice que, por más excusas y conllevancias que se busquen, el conflicto nacional siempre va a rebrotar mientras no se respete "la raya" que Dios puso entre los diversos pueblos de España.