Hace unos días, antes de entrar a dar una conferencia, una periodista processista me dijo:

- Hola Enric, ¿como estás? Leyendo tus artículos, últimamente me parece que estás como un poco amargado.

Después de pensar que era una manera muy original de saludar, me vino a la cabeza Doctor House, una serie que se hizo famosa hace unos años y que está disponible en Netflix.

House es un médico cojo que cura las enfermedades más inverosímiles. Todo su entorno, incluso su mejor amigo, tiende a tratarlo de amargado e incluso de mala persona. Aparentemente, siempre hace lo que quiere y dice lo que piensa, pero en realidad lo que pasa es que está más interesado en dar con un buen diagnóstico y en boicotear la vanidad de los médicos que tienen potencial que en quedar bien.

La gracia de la serie es ver cómo las mismas personas que le perdonan la vida o que se sienten heridas por su comportamiento aprenden a su lado, a menudo sin darse cuenta de ello. A medida que pasan los capítulos ves como, a pesar de la cojera que lo tortura, es quizás el personaje más alegre de la serie porque es el que mejor comprende que el sufrimiento es inevitable y que vale más gastar la fuerza con cosas que le den sentido, que emplearla para disimular el dolor o intentar huir de él inútilmente.

Ya sé que House es un genio y que, además, es un genio de ficción. La comparación me interesa porque Catalunya, y especialmente sus ambientes politico-mediáticos, a menudo me recuerdan al hospital de Princeton donde transcurre esta serie. Si me dieran un euro por cada vez que me han asegurado que algún amigo que admiro era mala persona o un loco o uno vicioso o un resentido, tendría la cartera tan llena de billetes que ahora mismo este artículo me lo estaría escribiendo un negro.

En general, la gente no estima mucho la verdad. Prefiere degradar la humanidad de las personas que no entiende o que la hacen sentir incómoda antes esforzarse a ampliar su visión del mundo y de la vida. Otra cosa que pasa es que todos somos muy sensibles a las etiquetas que la corrección política pone en circulación con el fin de controlar a la gente. En House tú ves cómo los médicos van enturbiando la estima y el respeto natural que sienten por el protagonista animados por las conversaciones que tienen entre ellos cuando comentan sus actitudes y decisiones.

Sentir el dolor del mundo y no saber o no querer esconderlo siempre, no es precisamente incompatible con la felicidad. La amargura es fruto de la resignación, de la desesperanza y de creer que no hay nada que hacer y el doctor House no da nunca a un paciente por perdido. Muchas veces sólo es un problema de imaginación comprender que otras personas se puedan encontrar cómodas con visiones del mundo que a nosotros nos irritan, nos cuestionan o que, simplemente, nos harían un daño insoportable.