La traición de los políticos ha dejado a los catalanes solos y desamparados ante la expansión implacable de la ideología identitaria del Estado. Las mentiras de los dirigentes independentistas y sus posteriores comedias han destruido las débiles defensas de la política autonómica, que apenas había tenido nunca fuerza para contener el conflicto con España dentro de los límites de la esfera pública. 

Los próximos años se verá hasta qué punto CiU y ERC han dejado a los catalanes a merced del estado español con su estrategia de usar la independencia para controlar el presupuesto autonómico. La recentralización del poder y la reavivada del autoritarismo que vive Europa se notarán en Catalunya más que en ninguna otra parte porque Catalunya ya solo tiene una retórica; no tiene una política nacional que defienda a sus ciudadanos. 

Los 100.000 catalanes que fueron a Perpinyà, igual que los manifestantes que se concentran en Lledoners, son náufragos sin peso político que luchan para no ser tragados por la oleada españolizadora. Abolidas las viejas barreras institucionales y discursivas que contenían la obsesión uniformadora del Estado, España ha invadido la vida privada y sentimental de cada catalán. Ahora la gente solo intenta salvar como puede los muebles de la inundación.

El proceso de destrucción que hemos visto en los partidos se irá trasladando al alma de los electores y cada vez será más difícil pensar y hacer discursos fuera de la jaula. Por más gestos grandilocuentes que hagan Junqueras y Puigdemont, los catalanes están solo ante la presión del Estado. Si Torra no es inhabilitado, podrá pagar cómodamente el mas que se quiere comprar en el Empordà, pero el conflicto con España continuará filtrándose por los rincones más insospechados de la vida de cada catalán.

La Vanguardia, que es un termómetro excelente de las relaciones con España, ha cambiado de director para pasar página y prepararse para la nueva paz. Aunque parezca paradójico, si la nueva paz se consolida, ERC verá desvanecerse en su mesa de diálogo el sueño de controlar el Parlament y la Generalitat. La obsesión de los republicanos para seducir al puente aéreo ha servido para allanar el camino a la vieja CiU, que volverá a tener cada vez más campo para correr y más margen para combinar sus infinitas caras.

Después de la apoteósica aparición de Puigdemont en Perpinyà, los chicos de Junqueras tendrán que poner velas a la Moreneta para que Primàries o el FNC fragmenten el espacio convergente. Los palmeros de ERC ya pueden recordar que el líder convergente no ha ido a la prisión, que la gente siempre elegirá la mentira más alegre. Los independientes de JxCat también pueden empezar a rezar. Los políticos independientes funcionan en climas excepcionales y, si el panorama se normaliza, como parece que prevé el conde de Godó, el sistema de partidos los irá eliminando a medida que dejen de hacer falta.