Para Lluís Soler, Oriol Broggi y todos los actores y actrices de La Perla 29

Hay cosas importantes que hace falta aprender, pero que no se pueden enseñar. Nuestros lenguajes racionales no lo consiguen. Son cosas que debe aprender uno mismo, sobre todo a partir de la experiencia práctica. La fragilidad y vulnerabilidad humana, la felicidad del descubrimiento, las virtudes de la tolerancia, los conflictos entre valores, la imposibilidad de carecer de deseos, los límites impotentes de las ideas políticas y morales. En estos casos, la literatura —teatro, poesía, novela— suele ser una mejor vía de reflexión que el ensayo científico o filosófico. Centrémonos en algunos personajes clásicos: Enkidu-Gilgamesh, Lear, y Calibán-Próspero.

Enkidu es el amigo de Gilgamesh. De la epopeya, escrita en sumerio, parecen conservarse cinco textos de alrededor del 2100 aC, aunque la versión más estándar está escrita en acadio alrededor del año 1900 aC. Relata cómo los dioses, dado el carácter despótico de Gilgamesh, rey de Uruk de la antigua Mesopotamia, envían a Enkidu, un héroe comparable al rey en fortaleza. Primero vive solo en la naturaleza, en estado salvaje, pero cuando Gilgamesh se entera de su existencia envía a una sacerdotisa experta en artes amatorias para que lo civilice. Lo que hace con éxito. Enkidu pasa a vivir en la ciudad. No ha llegado a la civilización a través de la moral, la religión o el conocimiento, sino a través del erotismo.

Después de combatir con Gilgamesh nace una sólida amistad entre ambos. Sin embargo, el afán de inmortalidad del rey llevará a los dos amigos a un enfrentamiento innecesario (hybris) con el monstruo Humbaba, que de hecho no amenazaba a la ciudad. El resultado es que solo sobrevive Gilgamesh, quien conoce por primera vez su vulnerabilidad a través del dolor que le causa la muerte de Enkidu. El temor a la muerte lo lleva a abandonar la ciudad y a realizar un viaje físico e interior en busca de la inmortalidad —en el que supera una serie de pruebas y encuentra a Utnapishtim, el único humano que ha alcanzado la inmortalidad siguiendo la perspectiva de los dioses (es el relato en el que se inscribe el diluvio universal, que más de mil años después será incluido en la mitología judeocristiana de la Biblia).

El viaje sobre todo es interior. Gilgamesh descubre tanto su vulnerabilidad y el carácter imprevisible de las consecuencias de las acciones, como la precariedad de sus concepciones morales y políticas. Esto debilita su seguridad como individuo, pero lo convierte en un rey que podrá gobernar de forma más tolerante y justa cuando regresa a la ciudad. Ha adquirido unos conocimientos profundos, aquellos que el poderoso olvida cuando no tiene ninguna necesidad y los súbditos no pueden esgrimir leyes o instituciones de control de su poder.

Ambos personajes, Gilgamesh y Lear, vuelven de sus viajes interiores siendo más sabios, más tolerantes y más infelices

Algo similar le ocurrirá al personaje del rey Lear de Shakespeare, escrito unos 3.700 años después. Lear también se ve impelido a realizar un doloroso viaje interior cercano a la locura que le permite descubrir la empatía y compasión en un mundo que es a la vez amoral y banal. Esto ocurre cuando pierde el poder y descubre las debilidades humanas, cuando ya no ocupa una posición hegemónica indiscutible. Ambos personajes, Gilgamesh y Lear, vuelven de sus viajes interiores siendo más sabios, más tolerantes y más infelices.

Calibán comparte con Enkidu el hecho de ser inicialmente un ser salvaje (a menudo interpretados como figuras alegóricas de los componentes evolutivos humanos preracionales que se mantienen en todos nosotros). Recordemos que "en un principio NO fue el verbo, sino la acción" (Goethe). Cuando Próspero y su hija Miranda se lo encuentran en una isla en La Tempestad de Shakespeare, el paso a un estado más “civilizado” se produce a través de la educación y el lenguaje, a través de la racionalidad. Calibán no tiene tanta suerte como Enkidu. No cuenta con una prostituta religiosa que lo introduzca en la civilización a través de la sofisticación sexual del mundo prelingüístico. Miranda es tan solo una adolescente, es decir, alguien que todavía no sabe nada por sí mismo, y a la que intenta violar sin éxito. A diferencia de Enkidu, Calibán no puede estar muy satisfecho de su cambio de situación, que ahora se le hace presente su posición subordinada y la pérdida de su incuestionada sexualidad previa. El lenguaje no solo lo ha embrujado, sino que permite que sus nuevos dueños lo obliguen a hacer cosas que antes hubiera sido imposible que pudiera hacerlas. Es un personaje que muestra una versión renacentista de El malestar en la cultura.

Calibán accede, pues, a la esclavitud a través de la civilización (y viceversa). No es extraño que cuando llegan los pretendidos náufragos planee asesinar a Próspero y hacer desaparecer los conocimientos mágicos en los que basa su poder. Liberarse de la tempestad de palabras que lo esclavizan, aunque no pueda volver a su felicidad natural previa. El lenguaje es su nueva cadena. Lo libera de algunos de los cargos de la naturaleza, pero lo ata a nuevos poderes despóticos ante los que se encuentra impotente. El resentimiento forma parte inevitable de la nueva personalidad “civilizada” de Calibán. Detrás de Shakespeare está Montaigne.

Según Camus, Sísifo sonríe cuando está condenado a arrastrar hasta lo alto de una montaña una gran piedra que le vuelve a rodar cuando está a punto de llegar a la cima. Es capaz de dar sentido a su escasa libertad. Una capacidad que los dioses no pueden arrebatarle. Calibán, en cambio, nunca sonríe. Es un personaje difícil de amar, pero también lo es que no provoque compasión, aunque la violación y el asesinato formen parte de su bagaje de deseos frustrados. Es un personaje que no tiene capacidad de realizar un viaje interior.

La tempestad es una obra extraña. Se ha prestado a muchas interpretaciones. ¿Cuál es su tema principal?: ¿la venganza?, ¿el poder?, ¿el lenguaje?, ¿la creación artística?, ¿Próspero como alegoría del propio Shakespeare en tanto que creador literario? Si en otras obras, especialmente las tragedias, Shakespeare se muestra como un "realista" político o un "naturalista" de la condición humana, en La Tempestad parece querer reflexionar instalado, digamos, en unos sueños reflexivos sobre "la materia de la que están hechos los sueños".

Los griegos y romanos antiguos ya sabían que uno de los peligros del ejercicio de poder es el despotismo. Desde entonces se han intentado construir límites a su ejercicio, sea quien sea quien ejerza el poder (un individuo, una oligarquía, una asamblea popular). En el mundo contemporáneo occidental, el establecimiento efectivo de algunos derechos y libertades, así como unos sistemas institucionales basados en el principio de la separación de poderes, han sido claves para alcanzar algunos de esos límites (democracias liberales; estados de bienestar). Derechos e instituciones han sabido "civilizar", es decir, domesticar más o menos algunas fuentes de despotismo, como los fanatismos religiosos o políticos.

Sin embargo, este proceso no ha sido fácil. Ha requerido eventos violentos, guerras, revoluciones, rebeliones, luchas populares, etc. Los derechos y libertades, tanto individuales como colectivos, han sido conquistas “caras” que, por un lado, siguen siendo incompletas (llegan poco a los ámbitos de las relaciones internacionales; mantienen graves desigualdades socioeconómicas, de género y etnia; les falta reconocimiento y acomodación de minorías nacionales, culturales y lingüísticas, etc.) y que, por el otro, nunca pueden darse por garantizadas ni irreversibles.

Hay demasiado racionalismo y demasiado moralismo en la tradición del pensamiento occidental. Los humanos somos como somos, un producto más de la evolución de la vida en este planeta. Hay comportamientos que se pueden transformar, pero hay núcleos de la naturaleza humana que no cambian. Naturaleza y civilización mantienen relaciones siempre cambiantes pero también ambivalentes. Y esto nos lo explica quizás mejor la literatura que la ciencia o la filosofía. Gilgamesh o las tragedias de Shakespeare son lecturas que pienso que deberían acompañar siempre los tratados de teoría moral o de teoría política.

Ferran Requejo
Catedrático de Ciencia Política (UPF)
ferran.requejo@upf.edu