Permítanme que no les hable de Afganistán. Todavía estoy recuperándome de una conversación veraniega en la Vall d’en Bas con dos emprendedores que me explicaron las penurias económicas que están pasando y los desprecios de la administración vividos en estos tiempos de la covid-19. Ella, la más joven, casi ha perdido el negocio a raíz del confinamiento y de una enfermedad grave; él, que regenta un negocio considerado esencial, se ha sentido abandonado completamente e incluso perseguido por inspección de trabajo. No crean que soy insensible a las penurias de Afganistán, un país que sale de la incompetencia de un gobierno corrupto que estaba protegido por los occidentales para entrar en una era paleolítica política y socialmente con el apoyo del Pakistán. Prefiero hablar de cosas que realmente puedo hacer para ayudar a mis compatriotas, que escribir tuits solidarios con las mujeres afganas que, seamos sinceros, son de difícil traducción práctica. El que no tiene nada que hacer con el culo caza moscas, desgraciadamente.

En el artículo anterior, no sé si lo recuerdan, les prometí que les explicaría una idea que solté en la tertulia de El matí de Catalunya Ràdio de la semana pasada. Puesto que fue al final del programa, mis contertulios no tuvieron tiempo para reaccionar. Supongo que si hubieran dispuesto de él, me habrían machacado. Estoy seguro de que la propuesta no complacerá ni a republicanos ni a independentistas, y todavía menos a los anticapitalistas. Pero mi propuesta es razonable, o eso creo, en el contexto político actual, derivado de la represión y de la aceptación por parte de los republicanos, ganadores por la mínima de las últimas elecciones, de una normalidad anormal. Los republicanos consiguieron formar gobierno, después de una negociación agotadora y mucho revuelo por parte independentista, e impusieron una moratoria de dos años durante la cual deberá negociarse con el gobierno del PSOE —y no con el Estado— la amnistía y la autodeterminación. Entretanto, lo suyo es administrar la autonomía. Los republicanos acordaron esta estrategia, primero, con los anticapitalistas. Pactaron deprisa, tragándose el sapo de la moratoria. A los antisistema les preocupaba —y les preocupa— más la orientación ideológica de los independentistas, que aun así eran necesarios para formar gobierno en Cataluña, que los dos años de aplazamiento. Cosas de nuestro sectarismo. Se formó un gobierno técnico con el objetivo de blindar el autogobierno y negociar con Madrid. Una tarea doblemente difícil, teniendo en cuenta el interlocutor madrileño, que es centralista por vocación, a pesar de que lo esconda detrás de una fraseología falsamente federalista.

Propongo solemnemente, que, mientras dure el aplazamiento, el gobierno de la Generalitat negocie la aprobación de los presupuestos con los socialistas catalanes

La cuestión es que Pere Aragonès fue elegido presidente de la Generalitat en esas circunstancias. El gobierno de coalición entre los republicanos y los independentistas está condicionado por esos dos años que han impuesto los primeros. Los independentistas propugnan que si se quiere que la estrategia negociadora funcione, es imprescindible que la acción de los grupos parlamentarios en Madrid sea compartida, sobre todo cuando el PSOE no tenga otra opción para aprobar leyes, digamos, ideológicas que la triple derecha española no se los aprobaría ni borracha. Los republicanos ya han actuado unilateralmente como salvavidas de Pedro Sánchez con el típico entusiasmo del jefe de filas republicano, que siempre está más contento pactando con el PSOE que coincidiendo con los independentistas con los que comparte gobierno en Cataluña. Es una más de las veleidades republicanas, que se harta de apelar a las “luchas compartidas” con los comunes, que es difícil determinar cuáles son, hasta que te das cuenta de que están hablando más del pasado que del presente, para justificar el aplazamiento. Es el fraude que cometen los que pretenden condicionar el futuro con la idea, muy cierta, de que un día los demócratas catalanes —que incluiría a los socialistas y a los comunes— compartieron la lucha para acabar con la dictadura, cosa que no consiguieron. En la negociación con Madrid, los socialistas y los comunes se sentarán junto al Estado. Para ellos, como ya han dejado claro los dos grupos, los límites de la negociación están delimitados por la Constitución española, que en ningún caso contempla el derecho a la secesión. Conviene no engañarse. Para avanzar hacia la independencia, los socialistas y los comunes son el enemigo a derrotar. Porque ellos son parte del muro, y no los aliados, que impide la independencia.

Pero puesto que el “principio de realidad” obliga a considerar la coyuntura tal como es y no como desearíamos que fuera, hay que afrontar con pragmatismo los dos años de moratoria independentista. Es a partir de aceptar esta realidad que propongo solemnemente, que, mientras dure el aplazamiento, el gobierno de la Generalitat negocie la aprobación de los presupuestos con los socialistas catalanes. No se asusten. No es una rendición, o en todo caso formulo esta propuesta con el mismo espíritu que el presidente Aragonès negocia con Pedro Sánchez la acogida de refugiados afganos. Me parece una expresión de coherencia. Además, estoy convencido de que el sector federalista de los republicanos saltaría de alegría. Y es que si estás dispuesto a aprobar los presupuestos del gobierno del Estado con el PSOE, ¿por qué te autoimpones una mutilación en Cataluña? Los independentistas ya demostraron ser más pragmáticos que los republicanos, aunque el gesto fue bastante feo y desleal con los aliados, ahora sí, de “lucha compartida”, cuando decidieron pactar con los socialistas en la Diputación de Barcelona. Salvo algún sector marginal dentro de cada partido, ni los republicanos ni los independentistas son anticapitalistas. Ambos partidos tienen, en general, muchas más coincidencias con los socialistas que con los antisistema, que acostumbran a imponer unos criterios presupuestarios inspirados por el antiprogreso neandertal. Que nadie se ofenda, por favor, porque el calificativo está a la altura de los que los antisistema acostumbran a utilizar para referirse a los que creen en el libre mercado, la colaboración publico privada, los servicios públicos cogestionados y el estado del bienestar de estilo keynesiano. Creer en la economía social de mercado, que es el capitalismo pasado por la criba de la socialdemocracia, no es incompatible con estar preocupado por el calentamiento global o por el deterioro de la democracia a manos de gobiernos, nominalmente parlamentarios, pero cada vez más autoritarios.

Negociar los presupuestos en Madrid y en Barcelona tendría que ser útil, de entrada, para evitar que el PSOE endose la factura de la deuda acumulada por España, que ahora ya es del 122,1 % del PIB, en las autonomías

Para dedicarse a la política hay que ser, entre otras cosas, valiente. Tomar decisiones cuando es necesario. Puesto que ahora dirigen el país los partidarios de la moratoria independentista, me parece que hay que exigirles que cojan el toro por los cuernos y se pongan a trabajar. Cuando menos para dar respuesta a las necesidades de la gente que, como mis dos interlocutores en la Garrotxa, se sienten desamparados ante la incertidumbre del futuro y por la burocracia administrativa y las exiguas ayudas oficiales. Es evidente, además, de que el diálogo con Madrid podría ser menos crispado si en Cataluña los republicanos y los independentistas pactasen con los partidos unionistas (no creo que haya que recordar que ni los socialistas ni los comunes son independentistas). El clima político quizás no será más respirable, porque los 3.000 encausados seguirán procesados y los exiliados también continuarán sufriendo la persecución obsesiva de los jueces españoles, pero por lo menos el gobierno catalán servirá de algo. Negociar los presupuestos en Madrid y en Barcelona tendría que ser útil, de entrada, para evitar que el PSOE endose la factura de la deuda acumulada por España, que ahora ya es del 122,1 % del PIB, a las autonomías.