Era el 9 de febrero de 1946. La Asamblea General de Naciones Unidas acababa de aprobar la resolución 32(I) que decía: "No daremos apoyo a la petición de admisión a las Naciones Unidas por parte del actual gobierno español". Unos meses más tarde, en diciembre de 1946, y a raíz de una iniciativa mexicana, la ONU todavía iba más lejos y animaba a todos sus miembros a retirar a los embajadores de Madrid porque "en origen, naturaleza, estructura y conducta general, el régimen de Franco es un régimen de carácter fascista, establecido en gran parte gracias a la ayuda recibida por la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini". La reacción de España fue la propia de la autarquía fascista: aislarse, considerar que el rechazo era el resultado de un contubernio antiespañol y montar grandes manifestaciones a favor del régimen, con proclamas antiextranjeras que convertían España en el único reducto de los valores nacionalcatólicos. De aquellas demostraciones de exaltación del régimen que llenaban la plaza de Oriente surgió un lema que resumía aquel espíritu de aislamiento orgulloso: "Si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos". Y con el espantajo del enemigo exterior, Franco resistió el aislamiento y el menosprecio internacional, hasta que en febrero 1955 España fue admitida como miembro de Naciones Unidas.

Este espíritu autárquico fue utilizado por Fraga en 1960 en una famosa campaña turística con el lema "Spain is different" que intentaba transmutar la imagen de un país aislado, cutre y con costumbres bárbaras, en un país particular. Es decir, no se trataba de la realidad de un régimen miserable y represivo, sino de la idiosincrasia exótica de un país "diferente". Y así fueron tirando, hasta la muerte del dictador.

La cuestión, vista en perspectiva, es si aquel espíritu aislacionista fue únicamente una característica del franquismo, o una concepción más profunda, y la respuesta es clara: España se ha forjado culturalmente desde una profunda mentalidad autárquica. De hecho, mientras Europa vivía el esplendor del enciclopedismo y la Ilustración, y nacían los estados modernos, España recuperaba la Inquisición y perseguía ferozmente a los "afrancesados" que querían importar ideas renovadoras, con Jovellanos como cabeza de turco. En Catalunya esta persecución contra los "liberales" provocó muchas muertes. El régimen de Franco fue, en este sentido, el paroxismo de una mentalidad profundamente arraigada en el nacionalismo español.

España se mantiene con la misma mentalidad antieuropea y "antiextranjera" de las épocas de las proclamas de la plaza de Oriente, con una arrogancia que los sitúa por encima de las reglas democráticas del siglo XXI

Es esta misma mentalidad la que explica la indiferencia y la chulería con las que España hace frente a todos los varapalos que le vienen de estamentos internacionales, como si no formara parte del conjunto de países definidos como democracias liberales. Al contrario, y especialmente con respecto al conflicto catalán, España se mantiene con la misma mentalidad antieuropea y "antiextranjera" de las épocas de las proclamas de la plaza de Oriente, con una arrogancia que los sitúa por encima de las reglas democráticas del siglo XXI. Por eso han menospreciado varias resoluciones de la ONU, de entidades de derechos humanos e, incluso, de juzgados internacionales. Es la mentalidad autarca, el Spain is different, que considera que se puede permitir estar por encima de derechos políticos y civiles. En cualquier país decente, con una masa crítica activa, el último dictamen de la ONU habría sido un escándalo mayúsculo. En España no ha movido el dedo pequeño de nadie, ni siquiera de la progresía más ruidosa. La ONU no va con ellos, porque el "nosotros dos" no ha cuajado como una vergüenza repulsiva, sino como un exotismo al estilo Fraga. Aquello que decía un prohombre del Viva la Patria: “Antes romper que doblarse a Europa". Eso sí, ascos a los derechos fundamentales, todos, pero al dinero europeo, a abrir la mano y vivir del chollo.

Finalmente, un apunte de nuestro país. El dictamen de la ONU —un nuevo éxito del exilio— tiene una carga simbólica de enorme importancia, y, sin embargo, también en Catalunya se ha intentado banalizarlo, menospreciarlo y esconderlo, porque la información que han dado TV3 o Catalunya Ràdio ha sido tan patética como la del ABC. Como denuncia Joan Granados, el proceso de despolitización y banalización de los medios públicos catalanes es de tal magnitud que recuerdan a aquella famosa frase de Franco: “Haga como yo y no se meta en política”. Algún día, cuando pase mucho tiempo, Esquerra Republicana tendrá que agachar la cabeza y pedir perdón por este proceso de desmovilización y desconcienciación que está haciendo. A estas alturas, no es El Mundo o la COPE los que intentan anestesiar a los catalanes, son nuestros propios medios públicos. Fuego amigo, como nunca habríamos imaginado que se produciría.

"Ellos tienen ONU, y nosotros dos”, y nosotros... TV3.