“No puedes escapar de la responsabilidad del mañana evadiéndola hoy”

Abraham Lincoln

 

Pedro Sánchez se ha escabullido del presente con una frase de mercadotecnia redonda, o sea de la factoría Redondo: “El estado de alarma es el pasado, el futuro es la vacunación”. ¿Y el presente? ¿Dónde deja el presidente del Gobierno de España el presente? Casi lo ve uno encogiendo los hombros y dándonos la espalda mientras vuelve a subir las escalinatas de la Moncloa. El monstruo de la Moncloa. Aquel que posee a los presidentes y los absorbe alejándolos indefectiblemente del pulso de la calle, aunque en esta cuestión tal vez haya intereses que confluyen.

Tiene sus razones estratégicas para hacerlo. En la actual tesitura, ni él ni los suyos le ven ningún sentido a enfangarse en una nueva pelea en el Congreso para mantener una situación de restricción máxima de libertades de la que los ciudadanos están, en gran medida, más que hartos. Esa y no otra es la vara que mide la victoria de Ayuso que ha sido como una bofetada de realidad con la mano abierta. Un golpetazo con fuga de votos a la derecha y que constituye un aviso que gravita sobre los indultos y también sobre los toques de queda. No, Sánchez no va a dejarse ni un sólo pelo en la gatera del debate parlamentario para imponerlo como, por otra parte, encantaría a sus adversarios. No está el horno para bollos, ya lo han visto. Así que ha corrido una cortina de togas para ocultarse de este marrón. Ya debía tener previsto que los jueces no iban a aceptar el cáliz probablemente inconstitucional de devolver a los ciudadanos a sus madrigueras. Con un poco de suerte, pensará, y con la población de más riesgo casi vacunada y el resto de los grupos de edades en marcha, las indisciplinas de los jóvenes no traerán curvas tan aparatosas como las anteriores y, entre una cosa y otra, julio está a la vuelta de la esquina, con su ansiada inmunidad de grupo. La economía no soporta demasiado más y en Moncloa lo saben. Luego llegará el maná europeo y estará en sus manos administrar el oxígeno.

Casi podemos imaginarlo mirando por los visillos y observando como los gobiernos autónomos se echan a temblar, por lo que pueda pasar, y los jueces se pasan la pelota de las interpretaciones, con el agravante de jugar con el fuego de ser los represores sin tener nada que ganar con ello. Esa sonrisa enigmática de media comisura debe acompañarle mientras ve a los partidos nacionalistas, a ERC y al PNV y hasta a Bildu, que tanto le apretaron las tuercas la última vez, pidiendo ese árnica que no le dieron gratis a él hace medio año. En eso no va desencaminado. Exigieron la cogobernanza, pusieron alto precio al apoyo a la declaración del estado de alarma y ahora son los más convencidos de que éste debe regresar.

Sánchez tiene un presente enturbiado y con regusto amargo, así que prefiere vivir en el futuro. El futuro para él tiene forma de inmunidad, de regreso del turismo, de reactivación económica, de fondos europeos y de calentamiento de motores para que ninguna convocatoria electoral vuelva a pillarle con el pie cambiado

Eso por no hablar del Partido Popular. La jeta de los populares es de tamaño cósmico. El PP, que en materia de estados de alarma se abstuvo una vez y votó en contra otra, que le llamó liberticida y le acaba de ganar con su falso hábito de libertario. Los peperos que ahora le tachan de irresponsable y proponen un llamado plan B que es imposible. No es posible que una ley ordinaria restrinja de forma general e innominada los derechos fundamentales más básicos. La propia Constitución contiene un derecho de excepción que es preciso aplicar (estados de alarma, excepción y sitio). Ese plan del PP siempre ha sido un fake, para escudar en él su escaqueo. Los jueces también son una cortina de humo. Los jueces juzgan y ejecutan lo juzgado y controlan la legalidad de las decisiones pero no pueden suplirlas ni tomarlas ni cambiarlas por otras. Los jueces dirimen conflictos y pueden restringir derechos de ciudadanos concretos, pero los jueces no pueden eliminar los derechos fundamentales de forma genérica y global. La Constitución quiere que sólo aquellos que ostentan la soberanía popular puedan decidir, de forma tasada, limitar derechos como la libertad ambulatoria o el derecho de reunión de forma universal.

No estoy diciendo que me parezca plausible la actitud de Sánchez. Me limito a exponerla. Deberían, eso sí, haber evitado los socialistas parecer el ejército de Pancho Villa a la hora de explicar su postura. El ministro de Justicia ha sostenido dos diferentes que diferían de la propugnada por la delegada del Gobierno en Madrid o por el ministro del Interior. Finalmente ha sido Adriana Lastra la que ha señalado la línea que esperemos sea la última: “Nosotros no modificaremos la ley ordinaria para convertirla en excepcional y que se puedan restringir los derechos fundamentales”. Creo que así debe ser, sería inconstitucional, aunque eso vaya a significar que cada palo aguante su vela y, a la larga, que si las comunidades se ven en serios aprietos tengan que ser ellas las que asuman el desgaste político de solicitar al Gobierno que decrete el estado de alarma. Y sabemos de dos que no lo harán bajo ningún concepto.

Sánchez tiene un presente enturbiado y con regusto amargo, así que prefiere vivir en el futuro. El futuro para él tiene forma de inmunidad, de regreso del turismo, de reactivación económica, de fondos europeos y de calentamiento de motores para que ninguna convocatoria electoral vuelva a pillarle con el pie cambiado. Sánchez observa en esa bola las disputas de los partidos independentistas, la llave del indulto y una potencial subida de votos de Illa si se repiten las elecciones.

Sánchez salta sobre el presente y, fíjense, que hasta puede que tenga suerte y aterrice vivo en ese futuro al que nos aboca. Veremos.