Lo siento por los más derrotistas, pero tras los acontecimientos de los últimos días hay que convenir en que no todo está perdido y en que dentro del estado de derecho aún quedan resquicios de decencia que acaban saliendo a la luz. Unos me dirán que son un reducto pequeño de irreductibles pero si uno es optimista, puede pensar que aún quedan los suficientes como para que la cordura termine imperando. Todo esto es cuestión del cristal y de cómo mire cada cual. A lo que ciertamente hemos asistido es a un intento, casi desesperado, iniciado por el Partido Popular de quitar de en medio a Puigdemont ―y a los otros, pero sobre todo a él― para arrancar de cuajo la mala hierba antes de comprobar qué sucede si resulta elegido. Si todo estuviera perdido, si todos se hubieran hecho bicho bola y estuvieran dispuestos a saltarse todos los principios para conseguir tal loable fin patriótico, yo ahora les estaría contando otra cosa y Puigdemont estaría fuera de las listas. Mas no ha sido así y no va a serlo y eso merece siquiera una pequeña reflexión.

Los que urdieron la maniobra, y tal ha sido no me cabe duda, debieron pensar que aunque se opusieran un par de vocales de la JEC, tal disensión no saldría a la luz. Se encontraron, por contra, con un potente voto particular, redactado y suscrito por cuatro miembros entre los que se encontraba, ni más ni menos, que el prestigiosísimo presidente de la Junta y experto reconocido en derecho electoral y su vicepresidente. Cierto es además que los cuatro armaron un potente voto particular, porque estaban convencidos de que sus argumentos jurídicos acabarían triunfando, como de hecho ha sucedido. Luego llegaron los jueces de los juzgados de Madrid que intentaron quitarse el marrón de encima mandándolo al Tribunal Supremo, lo cual no dice mucho en su favor, la verdad, pero llegó la Sala Tercera y, aunque mantuvo las formalidades, les dejó claro por dónde va la verdadera interpretación de la ley y la jurisprudencia. Así que ya tenemos a otros que tampoco están por dejarse los principios en la gatera. Ya van nueve si cuentan conmigo y doce si le suman a los jueces cobardicas. 

El Partido Popular ha decidido seguir la partida e intentar llegar al Constitucional aunque en puridad éste no debería ni admitir su petición. En el procedimiento electoral, el recurso último ante el TC está previsto para aquellos derechos que se hubieran podido vulnerar y no alcanzo a ver qué derecho del PP se ha podido ver afectado. Si finalmente el Constitucional ni siquiera admite a trámite, deberemos de sumar otros cuantos a la lista de los que no están dispuestos a todo. Y si admite, me apuesto que será para dejar que Puigdemont sea candidato. Eso a mí me produce cierto alivio porque veo que no todo está perdido, porque me doy cuenta de que quedan unos pocos justos y que, tras el cambio de rumbo político, habrá otros que nadaban a favor de corriente, por no enemistarse con el poder, que ahora ya no tendrán que seguir el dictak de los peperos. No saben la cantidad de gente en el mundo judicial que va a empezar a reposicionarse ahora que se vienen encima cuatro años de gobierno progresista.

Como no está claro lo que puede pasar, han intentado quitar a Puigdemont de en medio por un atajo y el sistema acaba de demostrarnos que no lo soporta todo

Cuestión distinta es el caso de los dos vocales de la Junta Electoral Central que llevaron el peso del debate y de los argumentos para conseguir que Carles Puigdemont, Comín y Ponsatí fueran laminados de las listas porque su postura se aproxima mucho a ciertas figuras del Código Penal y, según se ha comunicado ya, recibirán una querella por ello. Se trata de dos catedráticos integrados en la JEC a propuesta del PP y de Ciudadanos. Uno de ellos en concreto, Andrés Betancor, tuvo a bien escribirse un extenso artículo hace meses explicando por qué había que modificar la ley para impedir que Puigdemont y los de su calaña pudieran presentarse a unas elecciones. Todos sabemos que la ley no ha sido modificada. Este señor ha votado a favor de que se excluya a alguien que, según sus propias palabras, no podía ser excluido con la ley existente. ¿Eso es injusto? ¿Él sabía que lo era? De eso tratará la querella que el MHP han anunciado contra él. Lo mismo sucede con el catedrático Carlos Vidal que plagó Twitter de mensajes en los que mostraba su animadversión y luego deliberó y votó. Contra ambos irán dirigidas las querellas.

Decía antes que todo este bochinche, este lío, este escándalo, debieron de ponerlo en marcha ante la incertidumbre de lo que sucederá si Puigdemont resulta elegido. Ahora mismo nadie tiene certeza de que no vaya a tener inmunidad parlamentaria. Hay opiniones, argumentos, teorías pero nadie, y creo que ni siquiera el Gobierno, pondría la mano en el fuego por la resolución final de los acontecimientos. Hay demasiados factores que no se pueden controlar a priori. Aunque hay cosas que parecen de cajón y que no sé si olvidan algunos. Les invito a imaginar conmigo. Imaginen que un Puigdemont electo viene a España a cumplir con el requisito que muchos dicen que es ineludible, el de recoger el acta y jurar la Constitución. Imaginemos que nada más llegar a España lo detienen y lo ponen a disposición del juez Llarena. Pensemos incluso que éste se salta a la brava la doctrina dictada por la sala y no lo deja acudir a recoger el acta, lo haría la Sala Segunda sin ninguna duda en recurso como ha hecho con todos los demás. Sigamos ficcionando: ordenan a la policía conducirlo al Congreso para tomar el acta y, en efecto, la toma. ¿No habría cumplido ya todos los requisitos y sería efectivamente europarlamentario? Pues sí, ergo ya tendría la inmunidad parlamentaria, según todas las teorías existentes. Tendría que salir en libertad del Congreso. No queda otra y, además, eso ya lo hizo Ruiz Mateos, exactamente así, entregándose él mismo en los juzgados.

Así que como no está claro lo que puede pasar, han intentado quitarlo de en medio por un atajo y el sistema acaba de demostrarnos que no lo soporta todo. Para mí, como española, qué quieren, es un alivio. Leve, pero alivio a fin de cuentas. Y tengo para mí que he de ver más cosas que me aligeren el espíritu. Al tiempo.