“Si hay desequilibrio entre la persona del fiscal y su labor, en lugar del semblante que reclama justicia, no vemos más que la mueca del policía”

Jacob Wassermann

A veces se quejan ciertos sectores de que estoy muy por dar tralla a los jueces y que tengo una especie de fijación, una manía persecutoria, por criticarlos. ¡Hoy se van a alegrar, hombre! Y es que vengo a declararme aquí mismo fan rendida e incondicional de la magistrada María Jesús Arnau, de su independencia y de su pulso firme para hacer su trabajo, pero también de su fina ironía y su elegancia para darle unos papirotazos al fiscal que pretendía abortar la concesión del permiso a Jordi Cuixart. La juez del juzgado de vigilancia penitenciaria número 5 ha estado muy profesional, pero no se ha privado de dejar palmariamente clara su opinión sobre el informe presentado por el fiscal. Ella lo hace fina y técnicamente, y yo, yo me quedé estremecida al leerlo y no tengo por qué cortarme al contárselo. Supongo que a Su Señoría Ilustrísima le ha pasado algo similar, según deduzco de los golpeteos en los dedos que le propina.

Y es que el informe del fiscal tenía un punto delirante al convertirse casi en un auto de fe en el que la Fiscalía clamara: ¡Arrepiéntete, arrepiéntete! Hace muy bien la juez en recordarle que ahora la cosa está en la jurisdicción de Vigilancia Penitenciaria, y que harían bien en echar el freno, por mucho que les hayan calentado desde la Villa de París, ya que no pueden pretender extender la sentencia penal a todo el itinerario del recluso, como si estuvieran vigilantes para que la cumpla de la forma más dura posible. Eso es exactamente lo que sucede, pero ella lo dice con mucho estilo.

No se corta un pelo, la juez Arnau. No lo hace cuando le recuerda a la Fiscalía que les ha quedado de lujo lo de argumentar que no ha participado en ningún programa de reinserción específico de su delito, ese delito del que “existen falta de antecedentes actuales e históricos” de manera que la administración penitenciaria del siglo XXI, continua la magistrada, pues, simplemente, no tiene cursos para esto. Llegada a este punto se saca ya la regla para darle buenos palmetazos: en todo caso, le dice, si esto fuera preciso, “podía el ministerio fiscal haber propuesto” uno que fuera adecuado y haber hecho así “alguna aportación práctica”. Lo que ya parece enervarla más es el hecho de que el escrito del fiscal pretenda que se deba conseguir una reeducación política e ideológica del sujeto para que abjure y se arrepienta de su independentismo contumaz. Esa parte le quedó a la Fiscalía un poco gulag, no sé si me explico.

Me quedo muy gratificada con el auto de Arnau y espero poder volver a sentir, como en este caso, que la justicia hace pie en el derecho y en la realidad

Como la magistrada es muy elegante, no le llama bobo al informante por considerar que el título del libro de Cuixart es ya una declaración de intenciones que deja en evidencia su intención de llevar a cabo una reiteración delictiva. Eso lo podemos añadir nosotros porque hace falta tener cuajo para escribir que “ha publicado recientemente un libro titulado Ho tornarem a fer, escrito en prisión, lo que pone en evidencia, sin perjuicio de su libertad de expresión, su posicionamiento en relación con el delito por el que ha sido condenado”. Hay que tener cuajo y pensar que el informe va a llegar a la mesa de otro miembro de la Brigada Aranzadi que sea capaz de tragar con que esto es un argumento y no un dislate. No estaría mal que aprendieran la lección que les da la magistrada: ser independentista y pretender querer seguir protestando pacíficamente para conseguir ese fin es perfectamente lícito en este estado de derecho.

Y es que el informe fiscal deja bien claro cómo se está dispuesto a instrumentalizar la realidad, bajo apariencia de decir derecho, para conseguir el fin dispuesto y ya comentado de que la sentencia del Tribunal Supremo se cumpla a rajatabla o más allá si cabe. Dice el fiscal, en un alarde, que “la percepción del interno de que los hechos no fueron violentos es contraria a los hechos declarados probados en la sentencia condenatoria”. ¡Toma, claro! También la mía y la de algunos cientos de miles de personas y sesudos juristas de este país. Lo que riza el rizo es pretender ahora que, dado que existe una verdad judicial, la recogida en la sentencia, ni los presos ni los demás vayamos a poder pensar otra cosa. Ese elevar la verdad judicial a verdad ontológica no sólo es bastante medieval sino que casi hace rozar la hilaridad. Pues no, señor fiscal, diga lo que diga la sentencia, los ciudadanos, los juristas y los periodistas honestos pueden seguir pensando que Cuixart no participó en ningún acto violento y, con más razón, puede seguir pensándolo él. A esto le llama el ilustre “disonancia cognitiva”. Me pregunto yo cuándo se darán cuenta de la disonancia cognitiva o de otro signo, que ha llevado a los ropones a convertir en una rebelión, luego amortajada en sedición, una serie de acontecimientos en los que nadie vio este tipo delictivo cuando se estaban produciendo. ¡Eso sí que es disonancia y lo demás son lereles!

De todo este asunto concluimos varias cosas, no poco relevantes. Una de ellas es que cuando se quiere usar la argumentación jurídica para respaldar ideas prefijadas, más bien objetivos prefijados, les sale mejor la elaboración en la retorta a unos que a otros y que si en el Supremo acabaron citando a Kelsen, en la fiscalía de proximidad se les ha visto el plumero a la primera. La segunda, y también relevante, es que las ensoñaciones y las disonancias son más propias de Madrid y que según la cuestión va llegando a jueces de a pie, de los del día a día, de los que no están en las guerritas del Estado, recobramos la cordura y la aplicación del derecho que habíamos perdido en el camino de ida a la Villa y Corte.

Esperemos comenzar a ver más documentos legales y menos autos de fe. Todo el escrito fiscal destila una petición de arrepentimiento que poco casa ni con una justicia laica ni con la propia legislación española que no contempla esa cuestión sino de cierta forma en los delitos de terrorismo y en ese caso también debería de ser cambiada. Los conceptos morales no tienen cabida en un derecho penal moderno. No hace falta que el delincuente se flagele ni grite su arrepentimiento por los módulos. No hace falta, entre otras cosas, porque nunca sabríamos si miente, aunque a muchos no se les meta en la cabeza.

Me quedo muy gratificada con el auto de Arnau y espero poder volver a sentir, como en este caso, que la justicia hace pie en el derecho y en la realidad. Todos estamos muy necesitados de jueces de verdad.