“Y de pronto yo, sin la menor dificultad, había escrito una obra rarísima, casi de vanguardia, que no sólo desconcertaba a la gente sino que sembraba el terror de quienes la leían"

Miguel Mihura

 

A todos nos han atraído alguna vez las obras que yo llamo “de puertas”. Intrigas, dramas o comedias en los que los personajes entran y salen en la caja del escenario por diferentes puertas, balcones o terrazas y que van creando un enredo tremendo que sólo se resolverá al final de una forma sorpresiva. Todas ellas, desde Calderón de la Barca a Miguel Mihura, tienen una cosa en común y es que la acción parte siempre de un malentendido inicial, una confusión, una pequeña trampa, que hace que toda la trama se complique, se enrede y se convierta en un nudo del que no alcanzamos a ver cómo vamos a desenlazarnos.

Diría que por ello me choca profundamente que la mayoría de los medios de comunicación nacionales hayan abordado la vista de los artículos de previo pronunciamiento que se ha desarrollado en el Tribunal Supremo como algo sin importancia, una mera formalidad. He dicho lo diría pero el condicional no es baladí porque, de hecho, no lo digo. Lo diría si no supiera la causa, pero la conozco. Lo escuchado en la solemne sala de vistas ayer constituye de hecho la base sobre la que se sustenta el drama, la base de la farsa, el cimiento sobre el que se ha construido un procedimiento de ficción. Sin la atribución forzosa y forzada de la competencia al Tribunal Supremo nada de lo que ha sucedido hubiera sucedido igual. Y era eso lo que se buscaba desde el inicio, que la trama discurriera por donde se deseaba y que las puertas que se abrían y cerraban complicando el discurso y enrevesando la trama hasta convertirla en el drama máximo fueran las que debían ser.

Ayer en el Tribunal Supremo oímos con toda precisión y toda contundencia a los letrados de las defensas exponer lo que muchos nos llevamos planteando desde el principio: el cómo se han retorcido y maleado las normas claras del procedimiento para conseguir sustraer el juicio del 1-O a sus jueces naturales, el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya, para traerlo a los órganos centrales, los más próximos al poder, los más comprometidos con la temible razón de Estado. Si esta competencia no hubiera sido arrebatada mediante trampantojos, creo que se puede asegurar que nada en esta judicialización del asunto catalán hubiera sido igual. No habría presos preventivos casi con toda seguridad. No se acusaría por rebelión o sedición ―el TSJC ya lo descartó a una querella de Vox como bien se recordó ayer en sala― y estaríamos en otro escenario completamente diferente. Así que por eso todo el mundo sabe que lo de ayer era una batalla perdida, porque es el pilar sobre el que se sustenta todo el montaje jurídico realizado para represaliar a través del Tercer Poder a los políticos catalanes. Les he contado muchas veces que de ahí surge mi indignación inicial por el deterioro del estado de derecho y su utilización para fines concretos. Ayer, oyendo a las defensas, pensé que ningún jurista cuya mente sea neutra y no esté contaminada por el patrioterismo que lo emporca todo, dejaría de darse cuenta de lo radicalmente injusto de esta atribución que se hace el Tribunal Supremo.

Sin la atribución forzosa y forzada de la competencia al Tribunal Supremo nada de lo que ha sucedido hubiera sucedido igual

Lo más estrambótico es que las mismas razones que ayer desplegaron en el vacío los abogados de las defensas ―sí, en el vacío, porque está predeterminado el resultado― fueron esgrimidas por los propios fiscales del Tribunal Supremo antes de que todo el enredo se convirtiera en un drama en defensa de la indisoluble unidad de la patria. El día 9 de octubre del 2017 ―sí, justo unos días después― Maza consultó a los fiscales de Sala si podía traerse el asunto para Madrid y sortear al TSJC que no estaba yendo por dónde se pretendía. Navajas, a la sazón teniente fiscal del TS, convocó a la Junta de Fiscales de Sala y el resultado fue que la mayoría de los fiscales del Supremo, de los 12 presentes, desaconsejaron a Maza que presentara la querella ni en la Audiencia Nacional ni en el Tribunal Supremo ya que “el foro opera donde se comete el delito y no por sus efectos”. Justo lo que ayer uno a uno fueron desgranando las defensas. Justo lo contrario a lo que ahora plantea la fiscalía. Los fiscales del Tribunal Supremo insistían en que el fuero de Puigdemont seguía obrante aunque se le cesase por el 155 y que aconsejaron a Maza que ampliara la querella en el TSJC. Lo mismito que ahora defienden los abogados de los políticos catalanes presos. Por dar más datos, el fiscal togado militar insistió incluso en que el delito de rebelión precisa de una advertencia previa, es decir, que hubiera hecho falta que el Gobierno “intimara a los sublevados a que inmediatamente se disuelvan y retiren”. Si todos menos Maza pensaban lo mismo que hoy alegan los abogados defensores, ¿cómo es que la ley y las atribuciones de competencias del Tribunal Supremo variaron con los días y hoy son un cuerpo inamovible que no se va a resquebrajar por más que los contundentes y reales argumentos jurídicos se desgranen en una sala de vistas?

Los letrados que ayer de una forma clara y contundente esgrimieron sus razones ante una sala que más que ciega semeja sorda, pueden al menos tener el consuelo de que, antes de que el Tribunal Supremo y la fiscalía se hicieran bola para salvar a España, los mismos que hoy les hostigan pensaban como ellos. Ayer vimos el primer acto de un drama sin esperanza porque todo el escenario ha sido preparado para que no la haya.

Este es el drama que muchos de los que creíamos en el estado de derecho español vemos que se está desarrollando en los preciados salones del Convento de las Salesas Reales, que no estaban llamados a la dramaturgia sino a la justicia. Pero podemos apostar a que el drama seguirá según el guión previsto y que como hasta ahora, como quién se quita una brizna de la solapa, el tribunal desestimará los motivos de base que siempre le impidieron conocer sobre estos hechos. Pero es el Tribunal Supremo y no tiene quien le tosa, al menos de momento.