1) Sánchez, presidente

Pedro Sánchez será de nuevo presidente del Gobierno español. Esta vez no gracias a una moción de censura contra el PP, sino porque ha ganado las elecciones, y además de forma espectacularmente holgada. De alguna manera, los votantes han dado la razón a aquellas fuerzas que se sumaron para derribar Mariano Rajoy y devolverlo a su vida de registrador de la propiedad. El sueño de Sánchez se ha hecho realidad, ya que puede gobernar pactando hacia la izquierda, con Podemos como socio principal, o bien hacia la derecha, con Ciudadanos. La primera opción es la más natural y la que, durante la campaña, ha aparecido como la más posible si los números lo permitían. Sin embargo, si la hipótesis de Ciudadanos va adquiriendo solidez, lo que doy por seguro, quien tendrá un problema será sobre todo Albert Rivera, que durante la campaña ha levantado un muro, político y personal, con el PSOE y Sánchez. Sin embargo, el pacto con Ciudadanos tiene dos cosas a favor: permite un acuerdo con solo dos socios sin tener que incorporar a ningún otro partido. Y, además, es el favorito del mundo de los negocios y la banca, así como de importantes actores económicos y políticos internacionales. Hay quien dice que Ciudadanos ha de elegir entre competir por la hegemonía de la derecha o actuar de partido bisagra. Quizás hacer de bisagra, de partido complemento, es ahora el mejor camino para conseguir a medio plazo el liderazgo de las derechas, dado el colosal descalabro sufrido por Pablo Casado. Sea como sea, seguramente hasta después de las elecciones de mayo no se definirán con claridad las políticas de pactos.

2) Otro mapa

El escenario tradicional de bipartidismo imperfecto ha mutado. Ahora son un total de cinco los partidos de ámbito español —todo apunta que Vox ha llegado para quedarse— que luchan entre ellas y terminan repartiéndose el pastel. Eso sí: el precio a pagar por este nuevo mapa es una mayor inestabilidad. Mientras tanto, la tradicional formación bisagra de la política española, CiU, no solo ha dejado de existir como tal, sino que el pospujolismo, dominado por Puigdemont, ha adoptado una postura que de momento le invalida, a ojos del PSOE, como socio o complemento fiable. En buena parte, este papel recaerá, en el caso de un acuerdo hacia la izquierda, en una ERC que empieza a alcanzar su viejo anhelo de convertirse en la nueva CiU. El cambio de hegemonía en el campo soberanista parece claro después de que ERC haya ganado en Catalunya con una gran ventaja.

 3) Catalunya

La cuestión de Catalunya continuará sobre la mesa. Y no será fácil que se pueda avanzar hacia una salida acordada. Nada fácil. Pedro Sánchez se ha limitado a repetir durante la campaña una frase que, en realidad, significa muy poco —diálogo dentro de la ley—, mientras enterraba la España plurinacional. Rescatarla será muy difícil si al final el pacto que se produce es con Ciudadanos. Pero también si se produce hacia la izquierda. La cuestión catalana continuará siendo el mayor reto a afrontar por parte del gobierno y las Cortes españolas. El hecho de que, con un incremento de participación récord, el independentismo haya incrementado sensiblemente su presencia en el Congreso es —o debería ser— un mensaje muy claro para Madrid. El PSC se ha beneficiado, una vez más, del miedo a la derecha (en este caso al trío PP, Ciudadanos y Vox), mientras que a ERC se ha visto favorecida por la estrategia irrealista impuesta por Puigdemont en el ámbito del pospujolismo. En clave catalana, hay que hacer notar la práctica desaparición del PP, algo que los conservadores ya tenían asumido. Si no, no hubieran elegido a alguien como Cayetana Álvarez de Toledo, que, pese a ser candidata por Barcelona, ​​en realidad lo que ha hecho en campaña ha sido utilizar Catalunya como plató para intentar ganar votos fuera de ella, copiando el estilo de Inés Arrimadas.