Los que han seguido mi trayectoria en la política ya saben que desde hace varios lustros he trabajado a favor de una unidad estratégica de las fuerzas de las naciones internas del Estado español. Nunca fue fácil una unidad, y menos estratégica, por diferentes motivos de coyunturas políticas, intereses enfrentados, y muchos intentos no llegaron a dibujar acciones señaladas, por mucha declaración formal que se firmara (declaración de Barcelona, declaración de Pamplona y otros).

No obstante, las elecciones europeas siempre han sido un elemento aglutinador de fuerzas en contienda electoral. "A la fuerza los moros van a misa", decían en catalán, equivalente de "A la fuerza ahorcan". El Estado español es, para estas elecciones, circunscripción única —a estos que tanto hablan de la "mayor autonomía del mundo", habría que recordarles que la jacobina Francia tiene siete circunscripciones electorales en las elecciones europeas—, y es en estas condiciones de circunscripción única que se hace de la necesidad virtud, de manera que fuerzas con una cierta implantación aseguren su escaño, y fuerzas nacionalistas menores de varios territorios puedan compartir un escaño los cinco años de la legislatura.

He asistido con tristeza a la falta de acuerdo de cara a las elecciones europeas, de modo que se pudiera aglutinar en una sola candidatura un amplísimo espectro de fuerzas de Galicia, Euskadi y Catalunya. Desde hace tiempo vengo propugnando que, sobre todo en esta fase del proceso republicano, tiene más sentido que nunca comparecer unidos a las elecciones supranacionales, es decir, en el Congreso de Madrid —mientras estemos allí— y en el Parlamento Europeo. La lectura de unas elecciones europeas con un gran resultado de este acuerdo de fuerzas por el derecho de autodeterminación sería demoledora para los que se oponen a que nuestras naciones decidan libremente su futuro en el marco europeo.

La propuesta de Arnaldo Otegi para unir estas fuerzas tenía varias virtudes; aglutinaría las fuerzas por el derecho de autodeterminación, desde de EH Bildu hasta la CUP (a la que también se llamaba), pasando por ERC, el BNG, el PDeCAT y el PNV. Digo el PNV porque en esta fase política difícilmente el PNV podría oponerse a esta candidatura, que no vincularía modelos sociopolíticos diferentes —que los parlamentarios respectivos seguirían defendiendo en sus grupos respectivos en Estrasburgo—, sino un planteamiento común en torno al derecho de autodeterminación. Todo lo que pudiera decir la caverna, vinculando esta propuesta unitaria con la antigua Batasuna, ya estaría descontado: ni está ETA ni estamos en el 2014, cuando hubo una propuesta de Bildu a ERC para las europeas, que entonces no cuajó. La reacción española es tan segura como predictible a la hora de sacar a pasear el peligro separatista. Hasta a Pedro Sánchez le reprochan su entendimiento con los herederos de Batasuna y los independentistas catalanes, a pesar de que sea bien claro que accedió a la presidencia del gobierno español sin negociar nada a cambio. Por otra parte, el resultado electoral, según mi opinión, sería sonado.

Si, por el contrario, se hubiera evidenciado algún rechazo en fuerzas catalanas y vascas a la presencia de EH Bildu a la candidatura, algo que no ha pasado, siempre quedaba como opción menor —que no es, obviamente, la mía— unir esfuerzos entre fuerzas independentistas catalanas. Pero llevamos meses asistiendo a un escenario que revela una falta de entendimiento político y estratégico que inquieta a muchísimos independentistas, hasta el punto de alcanzar un ambiente irrespirable en las redes sociales, con expresiones descalificadoras e, incluso, insultos intolerables. Un escenario que los dirigentes políticos españoles no pueden sino disfrutar, por nuestra división y falta de acuerdo.

Vuelvo a las elecciones europeas. Nuestra causa, con el juicio a nuestros presos y presas en muy pocas semanas, se juega en la esfera internacional, donde cada día gana resonancia y espacio, y fundamentalmente en Europa, cuyas autoridades no fueron capaces de dar un paso para forzar al Estado español a respetar los derechos civiles y políticos, y se limitaron a la remisión a un respeto constitucional interno, cuando lo que estaba en juego eran las libertades cívicas y políticas y, por tanto, derechos fundamentales supuestamente amparados por el patrimonio común europeo. Y es por esta razón precisamente que tenemos en nuestras manos, en estas elecciones europeas, la posibilidad de mandar un mensaje potente a las autoridades comunitarias europeas, que hicieron de "monos de Gibraltar" (sordos, mudos y ciegos) durante los sucesos del Primero de Octubre y los días siguientes, y ante la durísima represión que sufrimos, con presos políticos y exiliados. Los votos de una candidatura como la que se proponía, que aglutinara a todos los partidarios del derecho de autodeterminación, serían, en mayo del 2019, más que nunca, un toque de alerta de ineludible respuesta al corazón de Europa.

Hay, además, dos razones adicionales que hacen todavía más necesario e ineludible este planteamiento de unidad. La primera es el fraccionamiento político español, al que ahora se le suma Vox, fraccionamiento que juega a favor de candidaturas unitarias por la autodeterminación de Galicia, Euskadi y Catalunya. La segunda es que en las elecciones europeas, que tendrán lugar conjuntamente con las municipales y autonómicas de comunidades de régimen común más Navarra, las fuerzas políticas españolas, desde Vox hasta el PSOE, pasando por Ciudadanos y el PP, hablarán sobre todo, como lo hacen últimamente, de Catalunya. Los electorados del BNG, el PNV, EH Bildu, ERC y el PDeCAT no se verán afectados por esta campaña anticatalana, que será durísima. Más bien al contrario. Pues bien, en este escenario se hace más necesaria que nunca la unidad de esfuerzos electorales; por tanto, desde mi punto de vista, aún es más incomprensible no llegar a un acuerdo.

Sé qué es una coalición entre diferentes, pero entre fuerzas con intereses comunes en momentos extraordinarios. Fui candidato como secretario general de EA en la coalición PNV/EA que paró los pies al PPSOE de Mayor Oreja y Nicolás Redondo en Euskadi. Fui miembro del Parlamento Europeo encabezando, al lado de Josu Ortuondo, una coalición PNV/EA/ERC/Unió Mallorquina, que consiguió en 1999 el acuerdo histórico, junto con compañeros como Camilo Nogueira (BNG) y Carlos Bautista (PAN), con los Verdes Europeos, para formar un grupo importante en el Parlamento Europeo, Verds/Alianza Libre Europea, grupo que ha sido un gran altavoz de nuestras comunes reivindicaciones nacionales —véanse los discursos que ha tenido que oír Sánchez en Estrasburgo—. Y hoy levanto modestamente mi voz para que se haga el intento de concurrir unidos a las elecciones europeas.

Vivimos un momento histórico. Tenemos que estar a la altura. Decía Joan Fuster: "O nos recobramos en nuestra unidad o seremos destruidos como pueblo". No les facilitemos la tarea.