Estamos en el cuartel general de la candidatura de Hillary Clinton. La tensión se palpa en el ambiente. Las últimas encuestas no aseguran una victoria demócrata.

En este momento, la cúpula está reunida analizando la situación. Han llegado apoyos de todo el planeta, pero falta aquel que desequilibre definitivamente la balanza. Aquel que deshaga el empate técnico. Aquel que permita a los estrategas de Clinton poder respirar tranquilos.

En uno de los momentos de más nerviosismo, se abre la puerta de la sala. Con mucha prisa y haciendo mucho ruido entra uno de los más estrechos colaboradores de la candidata. Le siguen Barack y Michelle Obama. Los tres hacen gestos de felicidad. Su rostro no puede disimular la alegría. Al llegar a la larga mesa donde el equipo está estudiando la situación, se abrazan con todo el mundo mientras sueltan frases como "ahora sí", "ya lo tenemos, "Trump, estás acabado" o "ha costado, pero ha valido la pena".

Barack Obama saca del bolsillo su móvil, escribe el código de acceso, pulsa unas cuantas teclas y muestra a todo el mundo la última encuesta publicada. Hillary saca 20 puntos a Trump. La sala revienta en un ruidoso aplauso mezclado con gritos de rabia contenida que se libera, llantos y una inmensa emoción.

Pero, de repente, el silencio. ¿Por qué tanto gozo? ¿Qué ha generado este cambio radical de las expectativas? Obama hace una señal a uno de los colaboradores y por la gran pantalla de la sala, pasan este momento:

Efectivamente, los ciudadanos (y las ciudadanas) de los EE.UU. están pendientes de lo que se dice en Europa, en general, y en Catalunya y España, en particular. Cualquier político, articulista o medio que se manifiesta a favor o en contra de uno de los dos candidatos a presidir el país más poderoso del mundo provoca una conmoción en las preferencias de la gente. Y acaba decantando los resultados electorales.

Y como lo saben, todos ellos (y ellas) aprovechan su poder mediático para influir en el resultado final. Por eso este estallido de gozo en la sede demócrata, porque saben que un apoyo como este les llevará a la victoria segura.

Pero volvamos a la sala donde está el estado mayor de Clinton. En medio de la celebración, Michelle Obama hace callar a todo el mundo y, mirándolos fijamente uno por uno (y una por una) les dice, con una voz profunda: "¿Habéis pensado que, de la misma manera que en Catalunya nos dan un apoyo definitivo que sólo puede llevarnos al triunfo, puede ser que en España haya gente que apoye a nuestro rival?".

Rápidamente, el experto en medios españoles hace una búsqueda. La cara le cambia. Su expresión mezcla desolación, desconcierto y pánico. De la gran pantalla que preside la sala desaparece el vídeo de Miquel Iceta y aparecen varias capturas de pantalla hechas de un medio español este mismo domingo por la tarde. Son estas:

​La estancia ha enmudecido. Todo lo que había sido alegría ha derivado en desconsuelo. Obama coge su móvil, vuelve a buscar los datos de las encuestas en tiempo real y... sí, efectivamente, la ventaja conseguida minutos antes se ha desvanecido. Trump no sólo ha recuperado la desventaja, sino que ahora saca 10 puntos.

Se confirma, pues, la gran influencia (o más) que tiene en la opinión pública de los EE.UU. las manifestaciones de los diversos políticos, las portadas y editoriales de los diarios de aquí, las opiniones de los grandes expertos publicadas en medios que en los EE.UU. son referencia, los tuits de auténticos prescriptores (y prescriptoras) y vaya, así como para resumir, de todo los que se dice a favor y en contra de los candidatos.

Es tan bonito ver, leer y escuchar este fenómeno que vienen ganas de que en los EE.UU. haya elecciones cada seis meses y poder disfrutarlo sin parar.