Si la política es también un estado de ánimo no deja de ser llamativo que sea precisamente este año el que Societat Civil Catalana (SCC) haya decidido no celebrar la festividad del Día de la Hispanidad en la plaza Catalunya. Pese a que siempre había tenido una participación más bien discreta, de unas pocas decenas de miles de personas, el acto político contaba con el apoyo explícito del PP, Ciudadanos y UPyD e intentaba ser una réplica a las masivas movilizaciones del independentismo de los últimos 11 de septiembre. La importante cobertura mediática que recibía no ocultaba la realidad de fondo: la capacidad de movilización del unionismo tenía un techo demasiado bajo. Este año ha habido también un factor añadido que ha dejado muy tocada a SCC, la entidad convocante, como es la precipitada renuncia de su presidente, Josep Ramon Bosch, después de que se hiciera pública la presentación de una querella contra él por insultos y amenazas desde un perfil anónimo de Facebook.

En estas circunstancias, el 12 de Octubre en Catalunya vuelve a la situación anterior de desunión de los convocantes y de un cierto dominio de formaciones de la derecha extrema. A anotar, a título de inventario, como el hábil Miquel Iceta ha sacado al PSC de la refriega unionista más dura pensando en las elecciones generales del 20D.

La situación merece, al menos tres reflexiones. El 27S ha dado impulso político a las fuerzas independentistas y ha mermado la capacidad de acción de PP y C's se diga lo que se diga; el unionismo se ha quedado sin relato y sin estrategia en Catalunya ante la posibilidad de que JxSí y la CUP cierren un acuerdo parlamentario; y, tercero y último, los divulgadores de rumores y cantos de sirena vaticinando una batalla campal en JxSí si no lograba la mayoría absoluta el 27S hoy andan sin argumentos ante la sorprendente capacidad de resiliencia que demuestra la joven coalición independentista.