Con el tiempo, la humanidad suele ir hacia adelante. En general, la gente vive mejor ahora que hace un siglo y hace un siglo vivía mejor que hace dos. Pero a veces la humanidad vive momentos de retroceso que la hacen tambalear. Tras los felices años 20, del siglo pasado, vinieron los trágicos años 30, y algunas cosas que ocurrieron entonces vuelven a ocurrir ahora. Desde la crisis del 2008, las desigualdades han continuado creciendo de forma sostenida, sobre todo por los salarios bajos, pero mientras los precios se mantenían estables, la desgracia afectaba sobre todo a la gente más pobre y más vulnerable y pasaba más inadvertida, porque a los desgraciados solo les hacen caso algunas organizaciones filantrópicas que, sin proponérselo, actúan como dique de contención. Sin embargo, con los salarios bajos definitivamente normalizados se han disparado los precios y la gente corriente, los transportistas, los obreros industriales, los campesinos, los funcionarios y los jubilados se han movilizado para protestar contra su empobrecimiento. Y todo apunta a que la causa no ha hecho más que empezar y puede acabar como el rosario de la aurora o incluso mucho peor.

Nada puede descartarse en tiempos tan inciertos, pero las señales son estremecedoras. En España, por ejemplo, tras la crisis de 2008, en 2011, todavía con presidente socialista en la Moncloa, surgió el movimiento de los Indignados, una protesta bastante espontánea motivada por el empobrecimiento de la clase media y que denunciaba políticamente la falta de expectativas de cambio. Ahora también mucha gente ha salido a protestar, pero con la diferencia de que quienes han empezado a liderar la reacción no han sido los indignados progresistas (que ahora comparten gobierno con el PSOE) sino que es un sindicato de transportistas, minoritario y de extrema derecha quien ha movilizado a los insatisfechos. Los sindicatos convencionales, CC. OO. y UGT, quizá para no incomodar al Gobierno más progresista de la historia, han demostrado una falta de sintonía con la gente de a pie y finalmente no han tenido más remedio que actuar a remolque de los que en otras épocas se decía los enemigos de clase. Es la extrema derecha la que capitaliza el descontento popular y arrastra al resto por incomparecencia de las fuerzas democráticas que han sido incapaces de ofrecer perspectivas de cambio.

A diferencia de las protestas de los Indignados de hace una década, ahora es la extrema derecha quien lidera las protestas en Europa y Estados Unidos, por incomparecencia de las fuerzas democráticas que han sido incapaces de ofrecer expectativas de cambio

Este es un fenómeno que se está expandiendo por toda Europa y Estados Unidos. Las protestas callejeras son por motivos diversos, económicos, pero también contra las restricciones y las imposiciones de la pandemia. Está pasando en Francia, en Bélgica, en Austria, en Italia, en Reino Unido y en Estados Unidos los partidarios de Donald Trump continúan al pie del cañón. En los años 30 de siglo pasado, la escalada de la inflación abonó el terreno por el ascenso de las fuerzas antidemocráticas. Ahora todavía no hemos llegado a aquellos niveles, pero el alza de los precios ya ha superado el 7% y de momento no se vislumbra nada que lo vaya a frenar. En Estados Unidos la Reserva Federal ya ha subido el tipo de interés, iniciativa que más tarde o más temprano adoptará el Banco Central Europeo. De hecho, algunos bancos ya han subido el precio de las hipotecas, lo que significa que nos empobreceremos aún más. La guerra de Ucrania, además de suponer una tragedia humanitaria que creíamos impensable en la Europa del Siglo XXI, implica un retroceso de la historia a situaciones que teníamos por superadas. No es solo que falle o se encarezca el suministro de gas y materias primas. Es que vuelve a haber pretexto para el rearme. Cuando creíamos que organizaciones como la OTAN habían perdido su razón de ser, parecen ahora imprescindibles. Hace tiempo que Estados Unidos reclama a los países de la Unión Europea una mayor contribución al gasto militar y el dilema europeo se sitúa entre añadir recursos a la OTAN o crear su propio ejército de disuasión. En todos los casos, los gobiernos se sentirán legitimados para aumentar el gasto militar en perjuicio del gasto social.

Y estas primeras sacudidas de lo que podemos empezar a considerar como la crisis del 22 están afectando a los fundamentos del sistema democrático. Sin ir más lejos, en España se ha disparado el precio de la energía, el Gobierno del Estado asegura que quiere neutralizarlo, pero la sensación es que no puede. Que no depende de él. Que sus actuaciones vienen predeterminadas por poderes superiores desconocidos que imponen su ley contra la voluntad democráticamente expresada de los ciudadanos. Y por eso gana terreno el discurso antipolítico de la extrema derecha. En otro escenario, hasta hace muy poco la Unión Europea se mostraba exigente frente a Polonia y Hungría por la deriva antidemocrática de sus gobiernos. Ahora de eso ya no se habla, porque el papel de Polonia resulta fundamental para gestionar el drama de los refugiados procedentes de Ucrania. Incluso Estados Unidos vuelve a hablar con Venezuela e Irán, hasta hace poco países declarados enemigos, para compensar el boicot a las importaciones del petróleo ruso. Todos los compromisos para descarbonizar la economía mundial y luchar contra el calentamiento global han quedado relegados. Un ejemplo paradigmático de que los principios y valores ya no cuentan ha sido la traición española al pueblo saharaui. El Gobierno español, el Gobierno más progresista de la historia, se ha sometido al chantaje de un campeón en la vulneración de los derechos humanos como es el rey de Marruecos, y lo ha hecho saltándose las resoluciones de Naciones Unidas, la legalidad internacional y su propio programa electoral...

Ante todas estas derivas antidemocráticas resulta hasta cierto punto lógico que mucha gente se pregunte qué sentido tiene ir a votar. A consecuencia de la crisis de 2008 cayeron gobiernos en toda Europa. Es difícil que ahora no vuelva a ocurrir y las opciones serán entre quienes no resuelven nada y quienes pretenden empeorarlo todo aún más.