“Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento (…) España es una deformación grotesca de la vida europea”

Luces de Bohemia, Ramón Mª del Valle-Inclán.

El Diccionario de la lengua define esperpento como 'persona, cosa o situación grotescas o estrafalarias'. Pero bajo la influencia de aquel texto magistral se añadió una segunda acepción de la palabra: 'Concepción literaria creada por Ramón Mª del Valle-Inclán hacia 1920, en la que se deforma la realidad acentuando sus rasgos grotescos'.

Si lo que sucedió en Catalunya entre el 27 de septiembre y la elección de Carles Puigdemont fue una mezcla de sainete y culebrón, no hay mejor término para definir lo que está ocurriendo en la política española que el que consagró el genio de Valle-Inclán.

También podríamos acudir al género picaresco, porque este período postelectoral se ha convertido en un juego de pillos en el que nada de lo que se dice se corresponde con lo que se piensa, se anuncia lo contrario de lo que se va a hacer y sólo se busca descolocar al adversario, protegerse del fuego amigo y sorprender a la concurrencia –incluido el Jefe del Estado– con propuestas chanchulleras, fintas engañosas y palabrería falaz.

Cinco millones de parados, más de un billón de deuda pública, un sistema institucional obsoleto y arrasado por el descrédito, la unidad del Estado ante un peligro inminente de escisión, cientos de miles de exiliados económicos, un sistema laboral en el que ni siquiera tener un trabajo te salva de la pobreza, una educación degradada por tanta ley sectaria que nos catapulta hacia el atraso, un par de generaciones con sus proyectos de vida destruidos… Por no hablar de lo que compartimos con el resto del mundo: la amenaza del terrorismo global, las migraciones masivas, el cambio climático, el espectro de un nuevo terremoto en la economía mundial (esta vez con el epicentro en China)…

¿Alguien ha oído hablar a Rajoy, Sánchez, Iglesias y compañía de algo que no sea sobre sí mismos y su pequeño mundo de conspiraciones y peleas de portería?

Todo eso y mucho más espera a que los señores Rajoy, Sánchez, Iglesias y compañía dejen de jugar a la política y empiecen a hacer política, si es que quieren y saben. ¿Alguien les ha escuchado una sola palabra sobre todo lo anterior en los dos últimos meses? ¿Alguien les ha oído hablar de algo que no sea sobre sí mismos y su pequeño mundo de conspiraciones y peleas de portería?

La jornada del viernes fue una apoteosis del esperpento político español, escenificado en varios actos:

Acto primero: Iglesias en Zarzuela. “Voy a hacerte el inmenso favor de sacarte del búnker y casarme contigo, despreciable producto de la casta. Acabo de decírselo a tu padre sin consultarte porque lo que tú opines me importa un comino. Eso sí, dormirás en el sótano y te alimentarás de mis sobras. He puesto el piso a nombre de los dos por aquello de las apariencias pero, por supuesto, el dinero y todo lo importante lo manejo yo. Y da gracias a este regalo del destino, inútil, que en tu vida te has visto en otra igual”.

Esta es la traducción al lenguaje común de lo que Pablo Iglesias le dijo públicamente a Pedro Sánchez al salir de su entrevista con el Rey. Y no se cortó un pelo a la hora de reclamar su parte del botín: la vicepresidencia del Gobierno para sí mismo (una copresidencia de hecho) y la presentación en sociedad de los futuros ministros de Defensa, Interior, Economía y Hacienda, Exteriores, Educación ¡ y Plurinacionalidad!

Está claro que este paladín de la nueva política entiende como nadie de qué va esto del poder. No crean que pidió el Ministerio de la Vivienda para luchar contra los desahucios, el de Trabajo para defender los derechos de la clase obrera o el de Sanidad para devolver a los inmigrantes, a los ancianos y a los enfermos crónicos lo que Rajoy les quitó. Todo eso estaba bien para la Puerta del Sol, pero ahora el "asalto a los cielos" se convierte en el asalto al núcleo del Estado: para Iglesias y los suyos los ministerios de Adam Smith, que es donde se manda de verdad.

Acto segundo: Sánchez en Zarzuela. Tras enterarse por el Rey de la insultante provocación de Iglesias, cualquiera hubiera esperado que Pedro Sánchez recordara que representa a un partido con 140 años de historia y más de 20 años de gobierno durante esta democracia y enviara al petimetre populista a freír espárragos. Pero no: lo que se lee en las crónicas del día es que “agradeció al líder de Podemos su oferta de gobierno de cambio”, añadiendo: “los electores no entenderían que no nos entendiéramos”, y proponiéndole hablar durante el fin de semana. Mala consejera, la ansiedad.

Tuvieron que pasar varias horas para que sus mayores le hicieran ver que no le habían hecho una oferta seria de gobierno, sino que le habían escupido a la cara delante de todo el país. Y sólo al día siguiente emitió una nota oficial,  confusa y profusa, dándose por ofendido pero también por solicitado –por si las moscas–.

Acto tercero: Rajoy en Zarzuela. Extraño país este en el que todo el mundo se sorprende cuando alguien hace algo de sentido común elemental. O sea, que Rajoy tenía que prestarse voluntariamente al martirio de ir al Congreso para ser machacado durante varias sesiones, que le recordaran 17 veces (tantas como oradores en la tribuna) el “Luis, sé fuerte” o le pasaran por las narices la reciente imputación de su partido, que volvieran a llamarle indecente y a tratarlo como un residuo de la era de las cavernas y finalmente lo derrotaran dos veces por mayoría absoluta de votos negativos. Pues no, mire: este señor registrador de Pontevedra tiene muchas deficiencias, pero entre ellas no están la idiocia ni el masoquismo.

Su planteamiento es impecable en la lógica de una democracia parlamentaria: yo tengo 123 votos en la Cámara, ni uno más. Pero aquí hay un señor que tiene 90, al que le acaban de ofrecer públicamente otros 71 de Podemos e IU (lo que hace 161 para empezar) y que presume de que puede sumar muchos más en un arrejunte general anti-PP en el que cabrían desde Albert Rivera hasta Arnaldo Otegi. Pues bien, por favor, pase usted delante, el país arde en deseos de conocer el programa de ese gobierno.

¿Qué artículo de la Constitución obliga al sacrificio a quien no tiene ninguna posibilidad de ser elegido?

¿Que Mariano ha jugado al despiste? Claro, como todos. El problema no será suyo, sino de los que se han dejado despistar. El Rey ha hecho lo que debía, abrir una segunda ronda de consultas. Pero si hubiera estado obligado a proponer un candidato, con los datos que tenía el viernes sobre los posibles apoyos de cada uno, hubiera sido más lógico presentar a Sánchez que a Rajoy.

En su atolondrada reacción ante una maniobra de libro que no ha olido y le ha desbaratado el plan, el PSOE afirma en su comunicado que Rajoy tenía la “obligación constitucional” de presentarse a la investidura. Doy por hecho que ese disparate no ha pasado por las manos de ningún jurista. ¿Qué artículo de la Constitución obliga al sacrificio a quien no tiene ninguna posibilidad de ser elegido?

No me extrañaría que tras su primera experiencia como árbitro de un proceso postelectoral, Felipe de Borbón haya salido recordando aquello de Romanones: "¡Vaya tropa!".