Decía Michel Foucault en una entrevista poco tiempo antes de morir que “en la vida y el trabajo lo más interesante es convertirse en algo que no se era al principio”. Estos días, releyendo materiales del filósofo francés, maestro del pensar el presente, me ha venido a la cabeza la figura del presidente que, al principio, no tenía que serlo: Carles Puigdemont. El enigma Carles Puigdemont.

Foucault, de profesión psicólogo-psiquiatra-filósofo se convirtió en uno de los padres de la antipsiquiatría, en historiador de los sistemas de pensamiento, básicamente para destruirlos a martillazos, y en pensador de referencia de una cierta izquierda nietzscheana después del naufragio del Mayo del 68. Como era de esperar, se ganó el odio de los psiquiatras, la mayoría de los historiadores nunca lo aceptó en su club y buena parte de los filósofos y los humanistas tampoco. En 1975 lo expulsaron de España, donde vino a protestar por la condena a muerte de cinco militantes de ETA y del FRAP que serían los últimos ajusticiados del franquismo. Foucault era gay y el sida le quitó a él la vida en 1984. Tenía 58 años y el discurso médico y la creación de los objetos-sujetos de la medicina (entre otras disciplinas científicas disciplinadoras) fue siempre una de sus obsesiones.

Pero volvamos al presente. La (doble) pregunta es: ¿qué papel tendrá el actual president de la Generalitat una vez pasen los –teóricos– 16 meses que faltan de legislatura ‘constituyente’ hacia el Estado catalán? ¿Tiene sitio el sucesor forzado de Artur Mas en la photo finish del proceso de refundación/nacimiento de la fuerza política que tiene que sustituir a la actual CDC y aspirar a conservar/ampliar el espacio político y sociológico que ha venido representando? ¿En qué se acabará convirtiendo, políticamente (o no) el exalcalde de Girona?

El planteamiento inicial del president es que su horizonte político lo marcan los 16 meses de legislatura. Pero este calendario, si no es ya papel mojado, poco le falta.

El planteamiento inicial del president de la Generalitat es que su horizonte político lo marca el calendario pactado por CDC y ERC, y se supone la CUP, según el cual, a la legislatura le quedan, en teoría, 16 meses. Pero sucede, lisa y llanamente, que este calendario, si no es ya papel mojado, poco le falta. He ahí, pues, la primera modificación de hecho de la hoja de ruta soberanista.

Puigdemont podría ser president más tiempo del previsto. O, dicho de otra manera, se podría ir a casa, si es que este es su destino próximo, más tarde de lo que inicialmente se preveía. Lo cual depende de muchas cosas más, pero, fundamentalmente, de que el socio republicano de CDC en JxSí, es decir, Oriol Junqueras, esté de acuerdo en alargar una legislatura que, no lo olvidemos, tiene que desembocar en un referéndum para constituir la República catalana.

El segundo factor que puede ayudar a desentrañar el enigma sobre el futuro político del presidente se llama CDC. O bien, Artur Mas. Puigdemont mantiene una exquisita prudencia y una distancia notoria respecto al debate ya no tan interno abonado por varios aspirantes in péctore en la secretaría general de la nueva CDC. Una de las muchas reformas de funcionamiento que, en diferente grado e intensidad, tiene Mas en su hoja de ruta sobre la reconfiguración del partido es la separación de cargos, al estilo PNV. Es decir: el líder orgánico de los posconvergentes no sería el candidato a la Generalitat. De prosperar esta idea, y en caso de que Mas decidiera no presentarse de nuevo, ninguno de los aspirantes a la secretaría general sabidos o por saber sería, pues, al menos en principio, candidato a la Generalitat.

La separación de cargos en CDC, ni que sea por pasiva, deja a Puigdemont en una posición inmejorable para llegar de otra manera allí donde está: a la presidencia de la Generalitat pero pasando por las urnas

La separación de cargos en CDC, ni que sea por pasiva, deja a Puigdemont en una posición inmejorable para llegar de otra manera (parafraseo el “penser autrement" foucaltiano) allí donde está: a la presidencia de la Generalitat, pero como candidato con todas las de la ley, pasando por las urnas. En unas elecciones en las cuales, y cuando menos, Junqueras, como es bien legítimo y normal, intentará convertirse en el primer president de la Generalitat de ERC desde los años treinta.

Claro que la sombra de Mas es alargada. Y consta que Puigdemont no dará ningún paso más allá de donde está sin el acuerdo de su antecesor en la presidencia. Pero también consta que, día que pasa, reunión tras reunión con entidades como el Instituto de la Empresa Familiar en el Círculo Ecuestre, a los miembros del cual, como reveló El Nacional, riñó y sorprendió por su estilo próximo; recibimiento tras recibimiento a dignatarios extranjeros como Matteo Renzi, que la Moncloa, como también reveló este diario, intentó torpedear ahora hará ocho días en plena tragedia de Freginals; entrevista tras entrevista en la prensa internacional explicando las razones del procés para más desesperación de la diplomacia española en pleno... Puigdemont empuja, o quizás hay que decir difiere, un poco más adelante el calendario.

Un calendario sobre el cual –no se olvide– sólo él, en tanto que president de la Generalitat, y como le sucedió a Mas a raíz del veto de la CUP, podrá tomar la última decisión.