El libro de Clara Ponsatí, Molts i ningú, que acaba de publicar La Campana, es de lectura imprescindible para saber y para entender lo que ha pasado con el proceso soberanista, lo que nos ha pasado a todos, pero lo interesante es que plantea en perspectiva de presente y del futuro más inmediato el gran dilema del soberanismo catalán: autonomismo o independentismo. Ponsatí pone el dedo en la llaga de la gran contradicción catalanista del siglo XXI. Los catalanes o gobiernan (lo que pueden) o se rebelan. Esto en la teoría, porque en la práctica estoy de acuerdo con Ponsatí que, por ahora, no se está llevando a cabo ninguna de las dos opciones. Apenas se gobierna, y la lucha se ha aplazado indefinidamente.

Dice Ponsatí que el Govern de la Generalitat es un gobierno secuestrado o entregado y dispuesto a obedecer al Estado incluso en las directivas más represivas y que los partidos que se llaman independentistas se han convertido en instrumentos inútiles porque su opción nunca ha sido la independencia, sino disputarse ese poder autonómico absolutamente neutralizado. La consejera de Educación destituida con el 155 aporta el testimonio del gran engaño de las estructuras del Estado y de cómo la resistencia de la gente el 1 de octubre cogió a contrapié a los líderes institucionales del movimiento. Si a esto añadimos la evidencia de que el actual Govern de la Generalitat es el menos beligerante con el Estado desde los tiempos del segundo tripartito, podemos aceptar la tesis Ponsatí: No quieren la independencia, solo quieren perdurar en la Generalitat. Entonces hay que añadir que si bien no quieren la independencia, no dejan de referirse verbalmente a ella, con lo que el engaño resulta grotesco.

Ponsatí llama a la rebelión, pero no es seguro que la mayoría de los catalanes prefiera la rebelión a la gobernación. Ahora, lo que se ha demostrado en los últimos tiempos es que son dos conceptos incompatibles. Se excluyen mutuamente. El Govern autonómico que se reivindica independentista es el encargado de mantener el orden público y, por lo tanto, detiene ya no cualquier estallido revolucionario, sino que disuelve a los pocos manifestantes de Meridiana Resisteix. Y gritarán “¡¡¡el catalán en la escuela no se toca!!!, y acto seguido el departament cursará en las escuelas las instrucciones precisas para acatar la sentencia del tribunal represor. Tal como va todo, es, de hecho, la única forma de perdurar en el poder autonómico. Claro que se podrían hacer las cosas distintas, desobedecer sistemáticamente, en la escuela, en la calle, en el Parlament y en todas las instituciones. Hablar siempre en catalán en el Congreso y en el Senado. Reventar la conferencia de presidentes y hacer frente al Rey cuando viene a Catalunya y cantarle las cuarenta en vez de esconderse... pero todo esto es muy incómodo y muy arriesgado también, porque lo más probable sería acabar encarcelado e inhabilitado y tampoco el coraje asegura un mayor apoyo electoral.

En el libro Molts i ningú (La Campana) Clara Ponsatí plantea el gran dilema catalán del siglo XXI: autonomismo o independentismo; gobernación o rebelión; "O somos españoles felices —la contradicción del esclavo feliz— o somos catalanes independientes".

Así que, desde el punto de vista de Ponsatí, solo quedan dos opciones "O somos españoles felices —la contradicción del esclavo feliz— o somos catalanes independientes" y, a su juicio, “tenemos que dejarnos la piel para seguir siendo catalanes. Y vale la pena luchar”. Puedo estar de acuerdo con este dilema, pero no en la percepción independentistamente optimista de la consellera. Pienso que, a pesar de todas las desgracias de los últimos tiempos, la sociedad catalana todavía conserva un nivel de bienestar material suficiente como para tener miedo a perderlo y en este sentido, no nos engañemos, no hay tanta diferencia entre la sociedad y sus gobernantes. Los gobernantes, estos gobernantes, no harán la independencia, cree Ponsatí, que ya solo confía en la gente del país, en las familias que se niegan a que españolicen a sus hijos, en la resistencia de la sociedad civil, lo que nos transporta otra vez al esquema pujoliano del “hacer país”. El “hacer país” era una consigna en pleno franquismo que a la muerte del dictador se transformó en “ahora hagamos política”. Como no se podía contar con las instituciones franquistas, pues lo hacía la sociedad por su cuenta, asumiendo no pocos riesgos y esto es lo que plantea ahora Clara. Para hacer país se fundaron Òmnium y tantas y tantas entidades que quizás contaron con más apoyos entonces que ahora.

La diferencia es que ahora el Govern está ahí, tendrá más o menos poder, pero su gestión nunca será neutral. O sumará, o restará. No por la independencia, por supuesto, pero sí por el fomento de la conciencia nacional o el sentido de pertenencia. El perfeccionismo de los noucentistes y el trabajo de la Mancomunitat contribuyó enormemente al fortalecimiento de la identidad colectiva catalana, porque la referencia, sobre todo cuando no se dispone del poder del Estado, es el buen gobierno. Y escribe Ponsatí que “la política en Catalunya no tiene nivel, ni formación, ni rigor... y vamos a peor”. Y fue Jordi Cuixart quien advirtió "no sea que yendo a buscar el Estado perdamos la nación". Por mucho que se movilice la sociedad, si el autogobierno es un factor de desprestigio, el orgullo nacional decae inexorablemente. Dicho de otro modo, si el Govern no está para hacer la independencia que se lo deje a la gente, y se centre específicamente en lo que debe hacer, en vez de esconder lo que no hace envuelto en la bandera de lo que no piensa hacer.

Molts i ningú es un libro de memorias en el que Clara Ponsatí describe el mundo en el que creció, aquella pequeña burguesía ilustrada catalana, más ilustrada que burguesía, con antepasados campesinos, arrieros, panaderos, sastres, un farmacéutico muy deportista y algún cura. La llevaron a una escuela clandestinamente catalana bajo el franquismo, la Talitha, y en su casa entraban y salían los grandes creadores del noucentisme, empezando por su abuelo, el pintor Josep Obiols —padre del político, Raimon Obiols— pero también Carles Riba, J.V. Foix y otros. El poeta y pastelero de Sarrià escribió un texto sobre su abuelo que lo describía así: “Obiols es la misma catalanidad, es el no-español, que no quiere decir antiespañol, puesto que en él no ha habido toma de posesión” y añade: “Mientras haya un Obiols habrá planteado un problema ante España. Por razón de irreductibilidad”. Ni que decir tiene que Clara Ponsatí ha salido al abuelo.