La semana pasada asistí a una conferencia organizada por el Institut Nova Història en una sala del antiguo edificio de Bankia, con vistas en la plaza de Catalunya. La conferencia se titulaba Verdad y poder e iba a cargo de Roger Mallola, un ingeniero de puentes y caminos que también tiene un máster en relaciones internacionales y que está haciendo el doctorado en estudios europeos en la Universidad de Amsterdam.

Más allá de la charla, que ya sabía que estaría bien, me llamó la atención que alguien hubiera dejado una planta de 400 metros cuadrados a aquella gente. Las condiciones espléndidas de la oficina no se correspondían con la fama que el Institut tiene de ser una agrupación de iluminados marginales que defiende ideas estrambóticas. Ya hace tiempo que el Institut ha empezado a aparecer en la prensa española con artículos teñidos de un tono burlón. A veces sucede, sin embargo, que quien ríe el último rie más rato.

Algunos consultores han creído que para hacer bajar el independentismo hay que presentarlo como una ideología de tarados, si puede ser de la extrema izquierda. Estos días, además de las declaraciones demenciales que ha producido el manifiesto del grupo Koiné, hemos visto la importancia que la prensa ha dado a un libro sobre teóricos colaboracionistas catalanes que hace unos años no habría tenido difusión. Quizás cuando se vea que, con la estrategia de mezclarlo todo, el independentismo no solo no pierde votos, sino que se radicaliza y se compacta, veremos algunas sonrisas resquebrajarse.

El tema de la conferencia me hizo pensar en eso y en un par de episodios que he seguido últimamente. Según el último libro del historiador Robert Wilcox, el general Patton fue asesinado a sangre fría por razones de Estado. Ni el accidente de coche que sufrió un día antes de volver a los Estados Unidos, ni su repentina muerte posterior, fueron fruto de la mala suerte. Por otra parte, según investigaciones recientes, el General Custer y sus hombres no murieron heroicamente en Little Big Horn, sino que fueron masacrados mientras huían como conejos de los indios. 

Los hechos, incluso cuando nos llegan limpios, siempre se ven y se analizan en función de la teoría o el prisma que los contempla. Una pirámide vista desde arriba es un cuadrado, mientras que vista desde un lado es un triángulo. La idea que el hombre tiene de sí mismo ha ido cambiando a medida que lo ha hecho la percepción que la ciencia ha tenido del universo. Dos paradigmas de una misma disciplina pueden convivir o competir, sin necesidad de encajar nada entre ellos. Thomas Kuhn lo explicó en sus análisis sobre las estructuras de las revoluciones científicas. 

Si la física las pasa negras para hacer encajar la teoría de la relatividad y la teoría cuántica, con la historia no tiene por qué ser diferente. Las hipótesis dependen de la perspectiva que el académico tiene del mundo y también de la tecnología disponible. Las sociedades se cohesionan en torno a mitos, pero sólo cuando estos mitos se legitiman a través de teorías científicas la política puede sacar su máximo rendimiento. Ahora que la globalización tambalea las viejas estructuras de los Estados modernos, los paradigmas que articulan las interpretaciones de la historia se resienten y dejan espacio para profundizar en nuevas visiones.

Mallola venía a explicar eso para hacer ver hasta qué punto el Instituto se encuentra en el epicentro de la lucha por el poder que hay entre el Estado y Catalunya. La conferencia era una defensa del trabajo hecho por los miembros de este Instituto tan denostado en los últimos veinte años. A mí no me ha interesado nunca tanto la calidad de sus investigaciones, que no puedo valorar, como las reacciones que produce en el sistema de pedantería que sirve para despreciarlas y atacarlas. Ningún sistema de conocimiento descolonizador puede basarse en el matiz porque el matiz siempre pide sobrentendidos y los sobrentendidos van siempre a favor del sistema cultural colonizador. 

A mí lo que me interesa del Institut Nova Història es la hipótesis de partida y la manera como va ganando terreno entre insultos y desprecios. La idea de que España es el fruto de una lucha a muerte entre catalanes y castellanos por el dominio del imperio Hispánico tiene un largo recorrido. Yo la he visto explicada en artículos de The Times del siglo XIX y primeros del XX, y me da la impresión que la suscribirían desde Victor Balaguer hasta Josep Pla, pasando por Vicens Vives -que igual que Tarradellas era un ambicioso mucho más inteligente que cualquiera de sus discípulos y aduladores. El hecho decisivo es que ahora las condiciones políticas y tecnológicas dan unas posibilidades para desarrollarla que hasta hace poco eran impensables. 

La narrativa catalana de España compite con una más fuerte, que lleva años de ventaja en trabajos, recursos y tiempo de depuración. Yo no sé si Cervantes realmente se llamaba Servent y era de València, pero sí que sé que el cuarto centenario del escritor está pasando sin pena ni gloria, como si se quisiera evitar un clima demasiado intenso que llevara a preguntarse de verdad porque el autor del Quijote no està tan integrado en la cultura castellana como lo está Shakespeare en la inglesa. También noto que el quinto centenario de la muerte de Fernando el Católico sigue marcado por una serie de televisión que lo presenta como un calzonazos entregado a la reina Isabel, cosa que no deja de sorprender tratándose de un héroe de El Príncipe, el clásico de Maquiavelo

Otra cosa que veo es que en el mundo anglosajón empiezan a aparecer libros sobre la censura en la época de los Tudor. El primer ministro David Cameron llegó a un acuerdo con Sony para que la serie Outlander, que explica la lucha de los jacobitas escoceses contra la ocupación inglesa del país, no se pudiera pasar en televisiones del Reino Unido. En España todavía hay un montón de documentos del siglo XVII y XVIII que se consideran secreto de Estado. Los terremotos de la globalización han generado un movimiento de placas tectónicas en el ámbito del poder y por lo tanto del conocimiento. Los viejos Estados Nación europeos ya no son la única unidad de comprensión del mundo, y podría ser que algunos de estos historiadores que ahora pasan por iluminados algún día sean tratados de pioneros.