Artur Mas tiene un rostro marmóreo y anguloso, de busto académico trabajado por un escultor con más técnica que alma. Según como lo miras parece un actor con cara de Superman; y según como lo miras parece el director de una sucursal bancaria o el yerno perfecto. El president tiene una sonrisa ancha, un punto crispada y artificial, que daría la impresión de una timidez inofensiva si no enseñara esos dientes tan blancos, de político norteamericano. La mandíbula, contundente y larguirucha, con el mentón partido por el hoyuelo de la gracia, dibuja un carácter recto y voluntarioso que ha sido objeto de mucha chanzas. Cuando esta mandíbula se relaja, parece que Mas pierde la virtud y todo él coge un aire de autosatisfacción provinciana, de riquito que se ríe de sus propios chistes.

Artur Mas

Mas tiene una imagen tan convencional que hasta ahora todos los complejos catalanes se han proyectado cómodamente en su figura. Cuando empezaba, unos lo tildaban de arrogante porque era guapo; y otros de mediocre porque era trabajador, en un país que ha hecho de los caraduras y los frustrados un negocio impresionante. Aunque dicen que el poder lo ha humanizado, sigue despertando opiniones polarizadas. Hay gente que lo considera imprescindible para conseguir la independencia. Hay gente que lo considera un obstáculo para liberar el país. Hay gente que cree que todavía trabaja para Jordi Pujol y su proyecto de crear una oligarquía catalana dentro de España. Y hay gente que dice que sólo quiere durar para comprar tiempo a su ego y a su partido.

Hay personas que lo tienen por un hombre culto, pero también hay quienes me aseguran que tiene una cultura superficial; tan superficial que en el 2009 no sabía que Lituania se había independizado de la URSS en 1990. Se le recuerdan declaraciones contra la independencia, pero Jordi Graupera ha revelado que en el 2007 ya decía –en la intimidad– que se veía capaz de llevarla a cabo sin muchos traumas. El proceso ha dado a Mas un carisma de gran líder que, hace poco, nadie habría dicho que podría alcanzar nunca. Todavía hoy a veces parece una fachada, pero a veces también hace pensar en esos héroes sufrientes que se retiran hacia adentro para sorprender al enemigo con un contraataque letal de última hora.

Todavía hoy a veces parece una fachada, pero a veces también hace pensar en esos héroes sufrientes que se retiran hacia dentro para sorprender al enemigo con un contraataque de última hora

Hasta ahora la fuerza de Mas se ha basado en la sensación de seguridad que da al votante catalán medio, que necesita creer que se puede tener todo bajo control. Igual que Angela Merkel, el president tiene una imagen de hombre frío que tranquiliza a las bases de un país que fue arrastrado al desastre por líderes bocazas y chillones. Merkel da sensación de poder a unos alemanes que se quieren sentir importantes sin reconocer que continúan supeditados a la dinámica norteamericana. Mas satisface el complejo de superioridad suiza que muchos catalanes tienen respecto a España y su historia. Ahora que la justicia española le ha imputado por poner unas urnas de cartón, este sentimiento seguro que aumentará.

Durante las semanas anteriores al 9N, cuando las metáforas sobre el 6 de Octubre iban más baratas, algunos opinadores contrarios a desobedecer al Estado pintaron a Mas como la antítesis del president Companys. Es curioso que Mas haya sido llamado a declarar el mismo día que el president mártir fue fusilado –especialmente ahora que los jueces han tomado el relevo a los militares en la defensa de la unidad de España–. Es curioso, también, que Mas sólo desobedeciera al Estado a medias. Es lo que hizo Companys cuando salió al balcón el 6 de octubre sabiendo que los defensores de la Generalitat no encontrarían armas. Companys pasó por la prisión diciendo que había evitado un choque de trenes mayor y después ganó las elecciones. En el caso de Mas, no está tan claro quién sacará finalmente rédito de su simulacro.

Tanto Mas como Companys son un producto muy fiel –quizás demasiado fiel– de su país y de su época. Si Companys encarnaba a una clase alta decadente que ya sólo tenía fuerza para dar ovejas negras, Mas viene de una clase media que ha abandonado el espíritu emprendedor por oficios más seguros de perfil técnico. Si la sombra de Macià condicionó la presidencia de Companys, la sombra de Pujol ha marcado el ascenso de Mas desde el inicio. En el caso de Mas, la falta de pedigrí nacionalista también ha sido compensada, por los publicistas de Palau, con un barniz de santidad que despierta las pulsiones más morbosas del país.

La manera como Mas iba dando coba al independentismo y a la tercera vía, antes del 9N, me recuerda a la manera como Companys jugó con Estat Català y con el socialismo español para mantenerse en el poder antes del 6 de Octubre. El acento dramático que algunos de sus incondicionales ponen al describirlo como un hombre trágico e incomprendido, me hace pensar en los primeros libros hagiográficos que se escribieron de Companys.

El acento dramático con el que algunos fans del president dicen que es un hombre trágico o incomprendido, me hace pensar en los primeros libros hagiográficos que se escribieron de Companys

Mas comparte con el president mártir un sexto sentido para detectar las debilidades del entorno y ofrecerse allí donde puede ser más útil y, por lo tanto, más querido. Sólo hay que recordar el papel que hizo en la conselleria de Obras Públicas a mediados de los años noventa, cuando se había convertido en una tumba de políticos convergentes, y alguien tenía que poner orden. O la cantidad de trabajo que despachó en la época dorada del PSC en el Ayuntamiento de Barcelona, cuando el alcalde Maragall lo llamaba “el tocacojones”.

Detrás del sentido escrupuloso del deber que tiene Mas, hay un complejo de inferioridad que es su principal fuerza y su principal limitación. No es que Mas sea gafe, como ha escrito Salvador Sostres. Es que, como Companys, siempre ha aceptado papeles que en el fondo nadie quería con el fin de brillar a través de ellos. Esta necesidad de reconocimiento lo encumbró después de la manifestación del 2012, cuando decidió convocar elecciones. Pero también explica que, cuando llegó el 9N, optara por una solución intermedia que al final, una vez disuelta la euforia, no ha satisfecho a nadie: ni al Estado, que le ha tirado los tribunales encima, ni a la CUP, que le está pasando la factura después de haberse abrazado con él.

Los intentos de Mas para complacer al público independentista sin romper con el Estado, lo han ido acorralando y lo han alejado de su espacio político. La desaparición de las corbatas en el Parlament no se puede explicar sin la estrategia victimista y autojustificativa que ha articulado la acción de su gobierno. La deriva socialista del proceso hace pensar que el prestigio no es fruto de ninguna victoria sobre el adversario, sino de la explotación de las inconsistencias del país, y de haber hecho el trabajo sucio de todo el mundo.

Mas había sido preparado para hacer de puente entre Jordi Pujol y Oriol Pujol. Sin embargo, con la muerte política del hijo del expresidente se ha quedado sólo improvisando en medio del río, sin encontrar a nadie que lo ayude en el otro lado de la ribera, ni osar cruzar por su cuenta.

Mas, que ha aguantado las bofetadas del Estado y que ha recibido más que nadie, ahora se enfrenta a un momento difícil porque él ya no es necesario para alargar el proceso de independencia

Igual que Companys, el president Mas se ha encontrado con una situación que no estaba prevista, y todo el mundo ha aprovechado su entrega para sacudirse las responsabilidades y utilizarlo como excusa. Mas, que ha aguantado las bofetadas del Estado y que ha recibido más que nadie, ahora se enfrenta a un momento difícil porque ya no es necesario para alargar el proceso de independencia. La CUP tan pronto podría sacrificarlo para intentar romper con Madrid, como para dar más cuerda a un proceso que empieza a convertirse en la versión local del caos político español.

Desde el 2012, me pregunto si Mas superarà su condición de espécimen creado para representar el papel de buen chico hasta la extenuación. Parece que ha llegado el momento de la verdad. Es posible que pronto podamos saber si hay alguna cosa tras su carisma o si los últimos años sólo ha gestionado el vacío. Quizás el último servicio de Mas será brillar como cabeza de turco, y se convertirá en otro mártir que consuele la patria en la derrota.