El pacto de legislatura entre PP y Ciudadanos me recuerda una imagen que circulaba el otro día por el Facebook del príncipe heredero de Arabia Saudí en su yate, rodeado de chicas de piernas largas y bikinis ajustados. Aunque observé la fotografía con detenimiento no me pareció que el príncipe viviera aquella exhibición de carne tan saludable como un ultraje a la fe o que tuviera intención de imponer el burkini en su barco.

Con el castellano pasa una cosa parecida. Igual que el burkini en Occidente, en Catalunya el castellano se utiliza para extender el miedo y para justificar actitudes antidemocráticas cada vez que la lógica de la libertad amenaza con romper el Estado. El objetivo del pacto entre PP y Ciutadans no es presionar al PSOE para que colabore en la investidura de Rajoy, que ya tendría la cabeza cortada si no fuera por el bloqueo que provoca la situación de Catalunya.

El objetivo es preparar el terreno para que el PSOE pueda volver a llorar la España liberal que nunca ha tenido el coraje de defender con un mínimo de entereza y dignidad. De lo que se trata es de intentar convertir un problema político de fácil solución en un problema lingüístico, que permita a las izquierdas explotar los discursos de la fraternidad y la justicia sin tener que apoyar un referéndum de autodeterminación.

En Catalunya, la imposición del castellano siempre sale como solución cuando el talento y los argumentos se acaban. Ya se utilizó en el tiempo de las dictaduras del siglo XX y, después, para intentar tumbar las mayorías absolutas de Pujol en los tiempos dorados del autonomismo. El hecho de que el PP y Ciudadanos, que tienen una representación minoritaria en el Parlament y un solo ayuntamiento, pretendan utilizar el Estado para cargarse la inmersión lingüística deja bastante claro qué futuro espera a Catalunya si no es capaz de celebrar un referéndum.

El objetivo es volver a meter a Catalunya en la habitación de la criada o en la casita del perro. Catalunya sólo es aceptable dentro de la democracia española como una especie de mascota o de mujer de la limpieza –a poder ser discreta– que no incomode a la xenofobia castellana. Como no ha sido posible exterminar la lengua catalana, ahora el Estado intenta reducir la catalanidad a los límites mentales y culturales de Inés Arrimadas, para regionalizarla como hizo Franco con las sardanas. La cuestión es que la madre de la dirigente de Ciudadanos no se sienta extranjera en Catalunya.

Así, mientras el PP regala un espacio al PSOE para que pueda volver a hacer de policía bueno, los diarios de Barcelona tratan de ayudar a Ada Colau a crear un partido que sea una réplica moderna del PSC. Si Catalunya responde convocando un Referéndum, y resiste, abrirá una vía de agua en la derecha española que la izquierda podrá utilizar para devolver la momia de Franco a la nevera. Si Catalunya se acojona, la corrupción económica que ha emergido en los últimos años será una broma al lado de la corrupción moral que se extenderá por el conjunto del Estado.

Basta con ver la evolución que han hecho los jóvenes que tenían que regenerar la política cuando han entrado en contacto con el poder, y el cinismo y la cobardía que gastan con respecto a Catalunya, para ver que volveremos al siglo XIX. Los próximos meses veremos si la determinación que hace falta para celebrar un Referéndum se alza de entre el barro, como si fuera Silvester Stallone en Rambo II, o si el PP y Ciudadanos acaban obligando a Catalunya a ponerse el burkini para no desentonar en el conjunto español.