Nunca fueron tan trascendentales unas elecciones generales en Catalunya. No me refiero a la importancia –que siempre es mucha, y ahora más que nunca– de quién gobierne en Madrid, sino a la extraordinaria influencia que tendrá para Catalunya y para España el resultado del 20D en Catalunya.

Quienes diseñaron la operación secesionista estudiaron bien el calendario. El plan era aprovechar el impulso de la mayoría independentista en un Parlament recién elegido para tomar decisiones a toda velocidad y crear hechos consumados mientras España estaba enredada en sus elecciones generales, con un Parlamento disuelto, un Gobierno en funciones y su capacidad de respuesta claramente limitada.

Pero algo no salió como estaba previsto; y hoy no hay un Parlament y un Govern avanzando a toda máquina hacia la desconexión con España, sino una situación institucional empantanada  y una cita electoral a la vuelta de la esquina que muchos miran con justificada aprensión. Lo que pareció una astuta jugada de calendario va camino de convertirse en un quilombo que lo complique todo más aún, si cabe.

En realidad, el 20D catalán se presenta como un peligroso paso hacia el precipicio para unos y como una oportunidad de oro para otros. Los primeros: Artur Mas y el PSOE. Los segundos: ERC, Rajoy y Ciudadanos.

Artur Mas necesita desesperadamente llegar al 20D como presidente electo de la Generalitat. Si no lo logra, ahí pueden haberse terminado sus aspiraciones. En la situación actual, lo que menos necesitan Mas y su partido (o lo que queda de él) es una nueva cita con las urnas. Desde que se subió al carro soberanista, cada vez que los catalanes han votado (autonómicas, municipales, europeas, da igual) para Artur Mas cada elección ha sido una frustración y un retroceso.

Artur Mas necesita desesperadamente llegar al 20D como presidente electo de la Generalitat. Si no lo logra, ahí pueden haberse terminado sus aspiraciones

Si no llega al 20D como president electo, su situación será la peor de las posibles. Por una parte, se extiende en el honrado pueblo independentista la sensación de que el obstáculo para que avance el procés no es ahora mismo la perversidad del Gobierno de Madrid, sino la ambición personal de un líder incapaz de hacerse a un lado cuando la causa lo demanda. Es posible que, ya que no lo entiende por sí mismo, la gente decida hacérselo entender en las urnas.

Por otra parte, ya no cuenta con sus socios de Unió. Y además, alguien ha tenido la peregrina idea de oficializar la liquidación de Convergència como partido e inventarse una marca blanca para concurrir a estas elecciones, en una operación que apesta a camuflaje vergonzante. No hay mayor reconocimiento de un fracaso que cambiarte el nombre en la víspera del examen para que se note menos quién eres.

Además, estas elecciones generales van a poner de manifiesto que el nacionalismo catalán, que siempre ha sido decisivo en Madrid, hoy ha perdido toda su capacidad de influir en la política española. Todo el mundo habla de alianzas y coaliciones para el futuro Gobierno de España y nadie cuenta para nada con los otrora decisivos votos de los nacionalistas catalanes –ni los de CDC ni los de ERC –.

Si no se arregla antes lo suyo, el 21 de diciembre las acciones de Mas como presidenciable estarán al nivel al que él ha llevado a la deuda catalana: el de los  bonos basura.

Lo que ocurra en Catalunya el 20D también es un asunto peliagudo para los socialistas. No tanto para el PSC de Iceta –que ya tiene el cuerpo hecho a los golpes y lo resiste todo–, como para el PSOE de Sánchez.

En las cuatro elecciones generales celebradas en el siglo XXI, casi cuatro de cada diez diputados socialistas han sido elegidos en Andalucía o en Catalunya. Sin esos dos motores funcionando a tope, la nave electoral socialista no despega. Para alcanzar un resultado no ya victorioso sino decoroso, el PSOE necesitaría más de 40 escaños  andaluces y catalanes. Y en lo que se refiere a Catalunya, el PSC puede darse con un canto en los dientes si llega a 10 escaños. Así que ya me dirán ustedes de dónde pretende sacar Pedro-nos-une todo lo que le falta.

El PSOE necesitaría más de 40 escaños  andaluces y catalanes. Y en lo que se refiere a Catalunya, el PSC puede darse con un canto en los dientes si llega a 10 escaños

Vamos con los que miran al 20D con esperanza, como corresponde a la víspera de la lotería: el primero es Esquerra y singularmente su líder, Oriol Junqueras. Tiene una excelente oportunidad de reequilibrar a su favor la relación de fuerzas dentro del nacionalismo. Primero, porque el descenso de CDC –o como se llame– está cantado; y segundo porque la CUP ha decidido coherentemente no presentarse a las elecciones de un Estado que no reconocen como el suyo, y es razonable suponer que el principal beneficiario de esos votos huérfanos será ERC. Yo en su lugar no me conformaría con menos que un empate.

Cuando la candidatura presidencial de Mas capote definitivamente y emerja el pavoroso espectro de la repetición de elecciones, habrá un clamor por un candidato de consenso independentista. Y si ha obtenido un excelente resultado en las generales, puede que Junqueras tenga que sacrificarse por la patria y dar un paso adelante con la venia de la CUP. Él ya ha visto la jugada y en los últimos días ha deslizado delicadas insinuaciones sobre su disponibilidad.

El segundo beneficiario del conflicto catalán puede ser Rajoy, al que han lanzado un salvavidas providencial cuando el naufragio parecía inevitable. El tipo ha reaccionado sin dar la menor impresión de estar en funciones (de hecho, técnicamente no lo está hasta el 20D): aquí el único gobierno que está en funciones –y no funciona en absoluto– es el de Mas.

Puede que los independentistas catalanes hayan dado a Rajoy lo que no le ha dado la pretendida recuperación económica: la ocasión de aparecer como un estadista, reconciliarse con el desperdigado electorado del PP y salvar in extremis la Presidencia del Gobierno.

Puede que los independentistas catalanes hayan dado a Rajoy lo que no le ha dado la pretendida recuperación económica: la ocasión de aparecer como un estadista

Y el tercero al que puede tocarle el premio gordo en Catalunya el 20D es Albert Rivera. A día de hoy, Ciudadanos tiene muchas papeletas para ser el partido más votado en la provincia de Barcelona. Y aunque probablemente no en escaños, en votos también podría quedar primero en el conjunto de Catalunya.

Para ello necesita comerse gran parte del voto del PP y una buena porción del PSC. Ya lo hizo el 27 de septiembre, así que no sería de extrañar que repita la jugada corregida y aumentada.

Si agregamos los resultados de todas las elecciones autonómicas celebradas en 2015, Catalunya aporta casi el 25% de todos los votos que obtiene C’s en el conjunto de España. Así que una victoria resonante en Catalunya, además de su valor simbólico, pondría al partido de Rivera en condiciones de arrebatar el segundo puesto al PSOE; y a partir de ahí, ¿quién sabe?

Catalunya elige 47 diputados en las elecciones generales. Durante el siglo pasado, entre CiU y el PSC se aproximaron varias veces a los 40 escaños. En noviembre del 2011, entre ambos partidos obtuvieron 30. Y en esta ocasión es posible que no lleguen a 20. Para que luego digan que no se puede correr hacia atrás.