De momento, tenemos a un mediador internacional en Ginebra, que no ha desaparecido: más bien todo lo contrario, aunque no sea noticia. Tenemos que la Comisión Europea ha decidido intervenir como mediadora en la renovación del CGPJ español, porque el patio de colegio que es España no lo logra sin ayuda. Tenemos también que esta semana la Comisión de Venecia ha visitado el Congreso de los Diputados y el Senado para tener listo un informe a mediados de marzo sobre la solidez jurídica de la futura aprobación de la Ley de Amnistía. Antes de que exista, por cierto. Curioso. Y tenemos, por último, el Parlamento Europeo pidiendo que se investigue todo lo de la supuesta trama rusa. Habrá gente que todavía dirá que el “Procés” ha terminado. De la misma manera que hay gente que considera a Rusia un estado muy malévolo, y lo es en muchos sentidos, pero lo que debería preocuparles es que en Rusia, en los últimos diez o veinte años, no se ha intentado encarcelar todo un gobierno democrático entero con imputaciones falsas. No sólo debería preocupar, sino que a Europa ahora es visible que le preocupa. Le preocupa mucho más, cómo no, que la independencia de Catalunya. Y le preocupa porque, a diferencia de Rusia, Europa ha decidido ser la cuna de las sólidas y ejemplares democracias occidentales.

Estamos también en una tramitación complicada y llena de trampas. La Ley de Amnistía, o bien será modificada, o dará pie al paso del gobierno de Pedro Sánchez a la minoría parlamentaria. Blanco o negro. Rien ne va plus. No es una postura radical, sino muy fácil de entender: imaginemos que la amnistía se hubiera promovido antes del juicio de los presos políticos, el del 2019, es decir antes de cualquier Tsunami pero con ganas de amnistiar a todos los participantes en el 1-O. Situémonos en esta hipótesis. ¿Habría tenido sentido que una Ley de Aministía, redactada a tal fin, incluyera una excepción para el fantasioso delito de sedición? ¿O para el de rebelión, o para el de malversación? No: porque incluir estas excepciones hubiera hecho inútil la propia ley. Si hubiera existido la excepción habrían ido todos a prisión, igualmente, debido a la fantasía desbordante (y obscena) de algunos jueces. Pues bien: ahora, lo mismo con el “terrorismo” o con la “traición”. Sólo que ahora a cara más descubierta.

Este monstruo, este pus con vida propia, está cobrando vida justo frente a los ojos de los intervinientes europeos e internacionales

 Y es que más allá de si sale adelante esta ley o no, lo que sí está consiguiendo de forma muy efectiva es sacar (de nuevo, pero de forma aún más visible) todo el pus en forma de deep state que a veces se disimula tras la "legalidad", "el Estado de Derecho" o la "separación de poderes". En efecto un juez puede refugiarse en su independencia, y un fiscal puede refugiarse en su imparcialidad estatutaria, incluso el rey puede acogerse a un supuesto papel “protector”, pero el espectáculo que estamos observando en directo, consistente en el uso de los tempos judiciales y de los informes policiales a conveniencia de un objetivo político, constata una evidencia física: que el PSOE no controla al Estado y que, incluso si gobernara el PP, el Estado tiene cara y ojos y vida propia. Desde el Estatut que lo sabemos, pero también desde el juicio a los presos políticos: recordemos que en ese juicio, ni PP ni PSOE hicieron de acusación particular. No hizo falta ensuciarse. Lo hizo VOX y, de hecho, en ese juicio la acusación particular ya la hacían fiscales y jueces. No sólo particular: particularísima, como "el patio de mi casa”.

   El PSOE hace de PSOE, pero el Estado hace de Estado y los roles quedan bien repartidos. "A mí que me registren", pueden argumentar Sánchez o Zapatero, o incluso Feijóo. La única ventaja de la situación actual es que este monstruo, este pus con vida propia, está cobrando vida justo frente a los ojos de los intervinientes europeos e internacionales que han ido a ver qué demonios ocurre en España. Porque es lo que decíamos: ha sido dentro de la Unión Europea, dentro de la perfecta inmaculada composición pluriestatal de la Unión Europea, faro de toda protección de la democracia y de los Derechos Humanos, que se ha perseguido un gobierno democrático entero, y todo un movimiento social perfectamente pacífico. Aquí ha sido. En Occidente. ¿Dónde estamos? Estamos aquí. No en Rusia. Aquí, bajo la bandera de las doce estrellas bíblicas y la música del Himno en la Alegría (a la Libertad) de Beethoven. El informe que debe pedir el Parlamento Europeo, la Comisión de Venecia o cualquier tipo de consejo o comisión europeos no debería preguntarse sobre falsos y conspiranoicos contactos con la gente de Putin, sino sobre la efectiva fiabilidad democrática de un de los Estados miembros de la UE. Y sobre cómo ha respondido la UE a todo ello: ¿ha sido óptima la postura europea general? ¿Han funcionado los órganos de control interno?

   Por eso si yo fuera Putin, y me entrevistaran sobre el tema, esto sería lo primero que diría: “¿el independentismo catalán? Ah, sí. Aquella gente a la que apalearon en las calles y a la que encarcelaron por delitos que después tuvieron que derogar, y que todavía no tienen ninguna respuesta a su problema. Sí, me acuerdo. Por cierto: ¿cómo están?”