Carl Theodor Dreyer, el cineasta danés autor de películas como Ordet o Dies Irae, dijo en una entrevista en 1955 que el reparto en el cine es muy importante, ya que con “intérpretes adecuados a los personajes, se puede decir que la película está salvada”. La salvación está, por lo tanto, asegurada para Los domingos, donde, sin quitar mérito a la rutilante y acertada directora, la actuación espléndida y creíble de los protagonistas es la auténtica estrella que ilumina una película oscura, austera y existencialista, porque más que de la fe, que es el pretexto, la historia va de la elección personal, de la libertad, del abismo y del “para siempre”.
La historia de Los domingos va de la elección personal, de la libertad, del abismo y del “para siempre”
La flamante obra ganadora de la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián —un relato actual sobre la vocación religiosa— ha logrado ser la reina en la taquilla en la semana de Halloween, en la que despuntan básicamente en cartelera películas de terror. Fran Chico, en la prestigiosa revista Fotogramas, no duda en tildar la película en cuestión como tal: de terror. Desde un punto de vista no creyente, una chica vulnerable, huérfana, menor, que quiere integrarse para siempre en un grupo religioso de clausura, con una madre superiora magnética e impecable, truncando su futuro, es sinónimo de una auténtica pesadilla. Desde la perspectiva creyente, la misma chica es vista como una persona con vocación, una elegida de Dios, un alma que renuncia a la materialidad de un mundo desorientado, hipócrita y caduco, para una vida auténtica y de plenitud espiritual. Es sensacional cómo, en el poco tiempo que permite un formato como una película, contradicciones tan enormes como quién es Dios (una entidad sobrenatural, el propio ego, el dinero) enfrentan posiciones de manera muy natural. ¿Quién está autorizado para desautorizar? ¿Quién puede hablar en nombre de lo que es una vida con sentido? Lo mejor de la película es la exégesis. Todo el mundo puede participar y empatizar con alguno de los personajes, porque no es más relevante quién se plantea la vocación, sino también quién la desprecia, quién la niega, quién la fuerza o quién la quiere manipular, hacia un lado o hacia el otro. Tensiones y argumentos hacen saltar por los aires la propia existencia, en los que el espectador se ve a trocitos en cada uno de los personajes, incluso los más periféricos. Locura, fanatismo, laicismo, condescendencia, moralismo, infantilismo, misticismo… bailan de manera solemne con conceptos como orfandad, vulnerabilidad, fe, caridad, esperanza, prudencia, justicia, templanza, fortaleza, piedad, fidelidad, fariseísmo y militancia. La pantalla grande del cine se convierte en una bóveda celestial donde desfila, sin florituras, la libertad. También la de equivocarse.