La mayoría de conciudadanos que visitan a Carles Puigdemont en Waterloo vuelven de Bélgica auténticamente aterrorizados, glosando un político que ha perdido el norte, creyéndose todavía capaz de dirigir un ejército de catalanes intrépidos con el fin de proclamar la independencia desde su particular Neverland. Incluso los amigos más íntimos del 130 te hablan de un hombre excesivamente pasado de fiebre, parapetado en una especie Santa Helena desde donde todavía sueña la insurrección de la tribu en las calles del país. Evidentemente, a la hora de confesarlo en público, aquí todo el mundo calla como una puta y eso que lo que os cuento solo lo escucharéis en reservados de restaurante y tertulias con mucha sordina. Catalunya todavía tiene una legión profesional de la triple moral, pero, afortunadamente, quedamos algunas almas como servidor a quien todavía podéis consultar el origen de los regalos que encontramos en casa el pasado viernes.

La última ocurrencia de Puigdemont ha sido llamar a la movilización ciudadana en protesta contra la cumbre entre Pedro Sánchez y Emmanuel Macron, que se celebrará el próximo 19 de enero en Barcelona, en un encuentro en que los dos presidentes firmarán por primera vez una mandanga denominada Tratado de Amistad y Cooperación. No discutiré el hecho de que una reunión entre nuestros dos enemigos más ancestrales en la capital del territorio sea el enésimo escarnio contra la tribu, pero diría que el president Puigdemont es el menos indicado para recomendarnos que salgamos a hacer el tonto por Barcelona con el objetivo de "defender el país ante unos ilusos enterradores". Pues la insurrección ciudadana más necesaria (a saber, la que tendría que haber mantenido la proclamación de independencia del 2017) la paró una persona muy concreta, con nombre y dos apellidos: Carles Puigdemont y Casamajó.

El procés catalán está lleno de guerreros envalentonados que se lo miran todo desde un palacio de mármol, de unilateralistas encendidos que cobran del Reino de España y de gente que tiene las mejillas lo bastante marmóreas para exigir desde el exilio aquello que ellos mismos no hicieron cuando tocaba

Se tienen que tener unos cojones muy rebosantes de cinismo para ser el máximo responsable de haber suspendido una DUI en el Parlament (no me cansaré nunca de repetirlo; unilateralmente, sin ninguna votación sobre el tema por parte de los diputados independentistas electos, y apelando a una mediación política europea que el tiempo ha demostrado falsa), con millones de personas a punto para salir a la calle para defender el mandato del 1-O, y ahora tener los santos huevos de decirle a la peña que ocupe Barcelona para protestar contra el nuevo chiringuito de españoles y gabachos. Cuando teníamos que protestar, cuando todo el mundo esperaba salir a la calle, fuiste tú, Carles, quien paraste a la gente para irte a comer con amiguis en Girona y después acabar pirándote del país cuando habías prometido quedarte para defender el resultado legítimo de las urnas. Si no te sabe mal, el próximo día 19 a la calle saldrá tu tía.

El procés catalán está lleno de guerreros envalentonados que se lo miran todo desde un palacio de mármol, de unilateralistas encendidos que cobran del Reino de España y de gente que tiene las mejillas lo bastante marmóreas para exigir desde el exilio aquello que ellos mismos no hicieron cuando tocaba. Analizar la política en Catalunya es una cosa tan fácil como detectar apologetas del vegetarianismo que en casa, cuando no los mira a nadie, se zampan unas costillitas de cordero para cenar con una sorprendente tranquilidad. He escrito manta veces, y todavía mantengo, que el president Puigdemont es el único vínculo que nos queda con el espíritu de 2017. Y vuelvo a escribir por enésima vez que la figura de un presidente en el exilio (a saber, de un hombre libre que puede andar por toda Europa excepto España) es una metáfora política que, bien utilizada, todavía tendría recorrido. Pero jugar a soldaditos de plomo desde Waterloo, no president; eso no cuela.

De España y Francia espero muy pocas cosas. Pero de un president en el exilio, cuando menos, agradecería una cierta decencia. No se pueden vomitar las propias frustraciones en la cara del pueblo; el president Puigdemont, insisto, es la última persona que puede llamarnos a la movilización. Antes de dirigir el ejército desde Waterloo, Carles, haz un breve repaso a tu currículum insurreccional. No pidas a la gente todo aquello que tú no has tenido el valor de perpetrar. Respétanos y respétate.