La discriminación de los negros no se puede comparar con la discriminación que sufren los catalanes, no es exactamente la misma, ciertamente. Pero sigue siendo una discriminación. La discriminación que sufren los vascos tampoco es la misma que sufren los amaziges. O los armenios. No. La discriminación que sufren las mujeres tampoco se puede comparar con la que sufren los judíos. Excepto si estamos hablando de una asociación feminista de Tel Aviv, porque entonces podría ser eventualmente diferente, podría haber opiniones diferentes, porque hay gente de todo tipo y situaciones muy diversas, el mundo es muy complejo, afortunadamente. Pero no estamos hablando exactamente de la diversidad de la vida. Cuando te regañan y te dicen que la marginación de los negros de Atlanta no tiene nada que ver con la represión política de los catalanes, en realidad te están diciendo que te esperes, que no exageres, que no te quejes que aún no han terminado contigo. Que te mantengas a la espera. Que aún no te están matando, que aún no estamos tan mal, que todavía hay mucha represión que podría desatarse, que los coroneles Pérez de los Cobos aún no han dicho su última palabra y que te estás haciendo la víctima, pulgarcito. Es como aquella canción de Pi de la Serra, Gràcies, Déu meu, en la que se dice: “Tengo a mi mujer en el hospital; / solo se ha roto el cuello, / pero se habría podido hacer más daño. / Gracias, Dios mío! (...) El mundo iría mejor / si todo el mundo pensara como yo, / siempre hay alguien que está peor; / no tengáis tanta ambición / y sobre todo no olvidéis / el Gracias, Dios mío”.

Si te arrancan un dedo no es igual que si te arrancan una pierna, eso es verdad, no se puede negar que no es lo mismo. Y que si te arrancan un mechón de pelo no es igual que si te arrancan la cabeza. Pero es que es igualmente violencia. La vieja ley del talión forma parte de una antigua idea de la justicia retributiva, según la cual debe haber un castigo proporcional a la agresión que se ha cometido, y que nunca se debe exagerar. Si te sacan un ojo tienes que poder sacar otro, buscando el equilibrio, y no dos ojos, que eso ya sería vicio, esto ya sería abusar de tu condición de víctima. Ya que el ojo no se puede recuperar, eliminamos otro ojo, exige esta curiosa lógica que todavía hay quien utiliza. No sé qué satisfacción, más allá de la venganza, puede obtener una pobre víctima sin ojo cuando su agresor también pierde otro ojo. Dos males, el crimen y el castigo, no pueden dar lugar a un bien, nunca jamás. No sé si somos capaces de pensar civilizadamente, más allá de la ley de Moisés, una ley que no era precisamente un modelo de humanidad, ni de concordia, ni de bondad. También hay que decir que, por ahora, nada me ha costado un ojo de cara, y que es muy fácil de escribir este papel y, en cambio, muy difícil que te arranquen una parte de ti mismo. Un día hablé con aquel gran pirata de Catalunya, Avel·lí Artís Gener, Tísner, mientras bromeábamos ante un vaso de vino. Con todo el respeto del mundo, cualquier día le preguntaré a Roger Español qué piensa personalmente de esto, pero estoy seguro de que es una persona admirable, serena. Lo que, sin embargo, me sigue repugnando es el chiste que le dedicó Forges en El País, burlándose del sufrimiento de ese ciudadano que exergía sus derechos políticos. Fue el chiste que ilustró una determinada manera española de abordar la represión sobre Catalunya. Desde la superioridad y desde el odio hacia el disidente.

La comparación entre catalanes y negros no es de ahora ni es cosa nuestra, ciertamente. Solo hay que recordar la famosa broma que cantaban negros y mulatos de Cuba, durante la dominación española: “A la orilla de un barranco / dos negros cantando están: / ¡Dios mío! ¡Quién fuera blanco… / aunque fuese catalán!” La ocurrencia, de un racismo salvaje e irrespirable, ya deja bien claro que dentro de la condición de blanco, la de catalán es la peor de todas, la más complicada, porque el catalán es visto como un español incompleto, erróneo, como un individuo mermado, porque no participa de la identidad castellana, la única legítima. Por este camino se ha vinculado tradicionalmente la identidad catalana con todo lo que podía ser visto, desde una perspectiva reaccionaria y colonial, como ser incompleto e inferior, insuficiente. De ahí nace la idea de la catalanidad como una forma de judaísmo, de feminidad, de indecencia, de tara. O, desde una perspectiva marxista y españolista, como una forma de riqueza injustificable, de burguesía desalmada, de identidad criminal o sospechosa. Como si la riqueza catalana identificara un crimen. No hablaremos hoy de la vinculación entre el primer independentismo catalán y el independentismo cubano, aunque sea clara. Lo que no vamos a dejar es de citar la solidez de la catalanofobia, incluso en conocidas personalidades, como Antonio Machado. El grandísimo escritor, que pidió y disfrutó de la protección de Catalunya durante la guerra, no pudo dejar de decir, en uno de sus textos: “De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos… antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse”.