Gabriel Rufián hablando de Churchill el pasado día en el Congreso de España fue imponente, porque el hemiciclo estaba casi vacío. Y porque sentenció que “Churchill ganó la guerra pero dos meses después perdió las elecciones. Simplemente porque no supo comunicar”. Por más que la historia sea maestra de la vida, especialmente la historia reciente, la que puede llegar a ser la más comprensible, con eso no basta. Hay, sobre todo, que tener la disposición mental para aprender, hay que dejar descansar, un rato, el vacío de nuestra propia estupidez, de nuestra propia vanidad, y dejar de hacer suposiciones, dejar de prejuzgar y empezar a querer saber algo de una puñetera vez. Hay que dejar de opinar y empezar a escuchar en silencio, sí señor, también hay que saber callarse para poder hablar. Dejarse penetrar por un sabor que, en definitiva, esto quiere decir la palabra saber. Quiere decir que de repente dejas de suponer, de imaginar, de prever, el sabor que tiene una manzana y pasas a tener la evidencia del sabor de aquella manzana individual dentro de tu cuerpo individual. Y quien dice una manzana dice una paella española. Es entonces cuando te das cuenta que antes de juzgar primero debes conocer. Y que para aprender primero debes ser valiente. Lo bastante para salir de ti, para dejar tu vanidad, tienes que estar dispuesto a dejar de pensar en ti para pensar en algo que está fuera de ti. Tienes que dejar de querer seducir y atreverte a dejarte seducir, con todas las consecuencias. Es por este motivo que los viejos filósofos griegos hablaban del amor como única forma de conocimiento.

La frase de Rufián se añade a las de otros que se atreven servirse del prestigio de Churchill para defender simultáneamente una cosa y la contraria. Pedro Farsánchez también ha tratado de disculpar su manifiesta incapacidad para abordar la crisis del virus con referencias, más o menos veladas, al primer ministro británico. Una personalidad compleja y fascinante, también un cadáver político tras el desastre de los Dardanelos, también un conservador y un imperialista espantoso. Churchill les gusta a todos los políticos sean del signo que sean porque es la figura del ganador, del héroe de la nación, porque es reverenciado como pocas figuras por la opinión pública. Llega un momento en que los políticos que hoy padecemos ya no lo ven ni temerario como fue, ni tormentoso ni poco equilibrado, politoxicómano, machista, agresivo, físicamente mejorable y pintor mediocre. Olvidando que un gran hombre también tiene grandes inconvenientes y que esta competitividad para conseguir reconocimiento social gracias a la propaganda política es uno de los grandes errores de nuestra sociedad devorada por la mala conciencia, tan hipócrita y tan puritana, tan falsa como un discurso de Ada Colau, la reina del maniqueísmo y de la farsa política. Ahora bien, decir que sir Winston Leonard Spencer-Churchill no sabía comunicar, que el premio Nobel de Literatura de 1953, que el fascinante escritor de la Historia de la Segunda Guerra Mundial, de Crisis Mundial, de la Autobiografía de su juventud , de la Story of the Malakand Field Force, de The River War, de la extraordinaria biografía de su padre, Lord Randolph Churchill, de Grandes contemporáneos, que uno de los mejores retóricos políticos de todos los tiempos no sabía comunicar es, probablemente, una afirmación que merece todavía algunos comentarios más. Los que seguirán a este artículo. Aquí y para todos ustedes.