Ante las dificultades de esta campaña electoral, donde los argumentos han quedado disminuidos por las angustias de la Covid y donde los ánimos de los dos bandos están demasiado excitados para presentar o escuchar razones basadas en los hechos, tanto los demócratas como los republicanos parecen recurrir al victimismo que se ha puesto tan de moda en los últimos años.

Eso los ha llevado a buscar no amigos, sino enemigos. Dentro del país, la cuestión de las amistades y enemistades es más comprensible porque el escenario político está tan polarizado que los bandos están muy claros, pero además de los compañeros o rivales dentro de la sociedad norteamericana, hay una tendencia sorprendente a buscar responsables fuera del país

Muchos políticos parecen dispuestos a declarar que su partido, que representa aproximadamente la mitad de la población del país más rico y poderoso del mundo, es víctima de la intervención extranjera y que sus pérdidas electorales, o sus problemas políticos, vienen de fuera de los Estados Unidos.

Moscú sería tanto el amigo como el enemigo de Trump

Naturalmente, para tener alguna opción de influir en las opiniones de un país como los Estados Unidos, hace falta que el esfuerzo lo haga un país de gran peso internacional, cosa que, en estos momentos, sólo parece posible para China y para Rusia, por mucho que el régimen de Moscú haya perdido mucho peso internacional desde los días de la Guerra Fría.

Desde que Trump ganó las elecciones hace cuatro años, parece que los dos bandos políticos han escogido a su enemigo. Para Trump, es bien claro que este enemigo tiene que ser China, porque ya durante la campaña y en cuanto llegó a la Casa Blanca no ha parado de criticar sus prácticas comerciales y ha tomado una serie de medidas para limitar sus exportaciones a los Estados Unidos.

Los demócratas no han aceptado estas críticas y muchos —incluso el candidato demócrata Joe Biden— siguen diciendo que Pekín no representa ninguna amenaza ni comercial ni política, que el superávit comercial chino tiene poca importancia y que sus acciones militares no pueden nunca representar un peligro para los Estados Unidos, como tampoco parecen preocuparse por la creciente influencia política y comercial china por todo el mundo.

Donde los demócratas ven en los últimos años un auténtico enemigo es en Rusia, que acusan de manipular —o al menos de haberlo intentado— las elecciones norteamericanas de hace cuatro años a favor de Trump. Al mismo tiempo, han acusado repetidamente a Trump de "colaborar" con Rusia y tolerar su intervención en los asuntos norteamericanos a cambio de apoyo para ganar las elecciones contra Hillary Clinton.

Y esta no ha sido sólo una acusación para hacer ruido político, sino que justificó el impeachment contra Trump, con la acusación que pidió ayuda a Moscú para su campaña electoral. Este impeachment duró 2 años y costó 32 millones de dólares pero no pudo encontrar ninguna prueba, y tampoco sirvió para acallar a los demócratas que no se dejan convencer de la inocencia de Trump.

Los republicanos, naturalmente, ven en las posiciones antirrusas de los demócratas un peligro internacional, porque dicen que es mejor colaborar con la que fue la otra superpotencia en los años de la Guerra Fría, aunque no sea más que para limitar a los peones chinos.

Lo que es más extraño en toda esta serie de acusaciones y sospechas es que el famoso "dosier" contra Trump, que sirvió para justificar el impeachement, lo presentó un exagente de los servicios secretos británicos, Christopher Steele, y se preparó en Rusia, donde dieron una serie de datos falsos. Es decir, Moscú sería tanto el amigo como el enemigo de Trump.

Trump tiene dos enemigos, los chinos y los rusos, mientras que los demócratas tendrían a los dos países como amigos

Cosa muy posible, porque los rusos podrían ver la ventaja de jugar a los dos bandos, uno para ganarse a Trump si se convertía en presidente, y el otro para añadirse a los demócratas si hubiera ganado Hillary Clinton.

Y es que la señora Clinton estaba en muy buena posición para colaborar con Moscú: en los tiempos de Barak Obama, primero su rival a la presidencia y después el presidente que le dio la cartera de Exteriores, el eslogan de Hillary Clinton era el reset, es decir, el replanteamiento de la relación con Moscú para convertir la rivalidad en cooperación.

Visto de esta manera, Trump tiene dos enemigos, los chinos y los rusos, mientras que los demócratas tendrían a los dos países como amigos. ¡Y qué amigos!