Inútil, fútil, absurdo, innecesario. Irresponsable. Impronunciable. Casi.
Toda la necedad del mundo cabe en sus diez letras: matrimonio. Casarse a día de hoy es un acto de suma inconsciencia, de fe religiosa, de ingenuidad.
La misma historia se repite en muchas partes del mundo. Mujeres arrastradas al yugo patriarcal en la intimidad de sus casas, esclavas fuera, esclavas dentro. Casadas con quien no quieren, cuando no quieren, aunque no quieran. Casadas por el bien de la familia, para emanciparse, casadas para alimentarse, casadas por tener virgo, casadas por no tenerlo ya. Putas. Casadas para poder follar, cuando manden. Putas casadas. Casadas para fregar, casadas para contentar, casadas para renunciar, casadas para poder amar, casadas por sus hijos, casadas para tener hijos. Casadas de penalti. Sin derecho a enmienda.
El matrimonio sin el divorcio es delito. Un crimen de guerra del patriarcado.
Muchas cayendo en la trampa del amor romántico. Dejarlo todo por amor, perder el trabajo, el apellido, la identidad. El mito del príncipe azul y de la media naranja. Disney. El amor que todo lo puede, aunque no pueda. Casarse por miedo a la soledad. Para salvarse. Para salvarle. Casarse porque toca, o porque se te pasa el arroz. Para no envejecer sola. Puta vieja.
Casarse para qué. Y por qué.
El artículo 58 del Código Civil español establece tres normas para los cónyuges basadas en la convivencia, la igualdad de derechos y obligaciones, la ayuda mutua, el socorro, el respeto y el compromiso del cuidado de los descendientes y los ascendientes. Es un contrato de solidaridad basado en la protección de la familia (la suma de dos lo es) y que cuenta con algunos beneficios fiscales y derechos de salud. Más allá de las facilidades burocráticas, el matrimonio no aporta grandes diferencias con respecto a una unión de hecho, especialmente cuando no hay hijos. Ni intención de tenerlos. Además, el régimen de separación de bienes garantiza la independencia económica y la protección del patrimonio propio a cada cónyuge, al tiempo que protege de las deudas contraídas por el otro. Para no tener que hacerse la Infanta. Ni la rubia.
Siete divorcios por cada diez matrimonios. Ya nadie se casa.
Por qué. Para qué.
Se me aparece el holograma de Kate Millet y de Simone de Beauvoir y me apuntan con el dedo, decepcionadas: mala feminista
Muchas feministas heterosexuales apoyan el matrimonio LGTB, pero condenan las uniones de distinto sexo. Otras lo esconden y usan pseudónimos para referirse a sus maridos. La realidad histórica del matrimonio como cárcel pesa demasiado.
Faltan pocos días y un lema resuena en mi cabeza: Ni dios, ni patrón, ni marido. Se me aparece el holograma de Kate Millet y de Simone de Beauvoir y me apuntan con el dedo, decepcionadas. MALA FEMINISTA. La idea de traición me hace sudar. La monogamia es un mito. Honrarás la no dependencia. El no compromiso. Santificarás el poliamor. Deconstrúyete, reconstrúyete y encuentra la verdad. Ni te cases ni de embarques. Pienso en cancelar todo y aparecer vestida de Pikachu en First Dates. Busco cómplices.
Frida Khalo, casada.
Virginia Woolf, casada.
Betty Friednan, casada.
Chimamanda Ngozi, casada.
Caitlin Moran, casada.
Ellen Degeneres, lesbiana, casada.
Marcela Lagarde, casada, hasta tres veces.
Gloria Steinem, representante de la segunda ola, muy crítica con la institución matrimonial en los setenta. Casada a los 60 años cuando la ley de matrimonio se hizo igualitaria en USA.
Vuelvo al Amor Líquido de Zygmunt Bauman y me consuelo con Manolo Rivas: “Casarse, hoy, aquí, no es un acto de sometimiento a la convención social. Al contrario, un acto de unión entre iguales, movidos por el deseo y la voluntad de convivir y compartir, es una transgresión”.
Lo decidí de repente, como hago todo. Fue poco tiempo después de la presentación de mi libro en Madrid. Me acompañó durante las agotadoras jornadas de entrevistas. Mientras hablaba de machismo, de sexo, de ego masculino, de abusos laborales, de malos tratos, de fidelidad, de maternidad, de amor y de desamores. Siempre discreto, orgulloso. Supe que era un buen compañero. Vinimos a casa, hicimos el amor, y se lo pedí de una forma casi pueril: escribiéndolo en un libro. Bromeamos sobre el tema en un futuro lejano, hicimos referencia al tamaño de los aparatos reproductores de cada uno, y seis meses más tarde cruzábamos de la mano el Pazo de Mugartegui de Pontevedra. Carme Fouces, la concejala de Igualdad que oficiaba la ceremonia, dijo: “Es difícil ser feminista, pero tampoco es fácil ser pareja de una feminista”.
Simone, Chavela, Frida, Janis, Concepción, la Pasionaria, Marie, Rosa Parks, Emmy Noether, Lena, Pippi Calzaslargas… todas presidieron cada una de las mesas de la boda. A los invitados les regalamos gafas moradas. Brindamos con el "Amor, Amor de mis Amores" de Natalia Lafourcade y la ceremonia se convirtió en una catarsis colectiva, un canto al compromiso libre, a la ilusión de la eternidad. Descubrí que mis hermanos tenían sentimientos y confirmé que mis amigos son ángeles sin alas. Bailamos y comimos y bebimos hasta que los hologramas desaparecieron, y me sentí privilegiada por poder elegir.
No casarse nunca. Convivir y no casarse. No convivir, no casarse. Casarse y divorciarse y volverse a casar. Con el mismo, con otros. Casarse con 30 o con 50. Casarse el primer año. Casarse cuando el sexo es un ritual que se ejecuta con ducha previa, cama y calefacción. Casarse cuando el sexo es un impulso animal que se sacia en la cocina o en el coche sin llegar a desvestirse. Casarse cuando la cama lleva tatuada su espalda. Casarse cuando nadie lo espera.
¿Casarse para qué, si no sirve de nada? Para nada.