Cuando llego a casa, después del beso de rigor, mi costilla acostumbra a interpelarme con una frase del tipo: "has visto el tuit-vídeo-polémica sobre tal o cual cosa"?. De hace unas semanas, mi invariable respuesta es: "no, no sé absolutamente nada de ello." En efecto, me he descatalanizado Twitter y mi salud mental (convertida en ignorancia sobre las pugnas de la tribu que ocurren en casa Musk) ha mejorado de una forma exponencial. Evidentemente, no he dejado de seguir a muchísimos catalanes que publican contenido interesante en Twitter. Pero he hecho una limpieza que incluye a cualquier persona que muestre un lacito en el perfil, todo bípedo que tenga mínima relación con los partidos políticos de nuestra casa y, aproximadamente, a un 80% de los periodistas y agentes culturales del país. El resultado, un timeline la mar de civilizado donde la gente comparte contenidos y artículos que me hacen la vida mejor.

A pesar de este holocausto a base de unfollows (casi un millar), no he perdido ningún tipo conexión con las cosas fundamentales, sean las del planeta o las de mi país. Me he ahorrado, eso sí, muchos comentarios sobre cómo Bruce Springsteen ama Catalunya de una forma especial, las enésimas luchas entre ERC y CiU para ver quiénes se reparten las migajas de la nación esmirriada que ellos mismos han parido, y también los insultos de Juana Dolores a los escritores burgueses de la tribu (que somos todos nosotros menos ella, por decirlo en forma breve). Desconozco las aportaciones con que consellers, títeres del Govern y opinadores a sueldo en general pretenden describir mi realidad. Todo eso que gano porque, como la mayoría de los catalanes que pierden tiempo en Twitter, antes era un esclavo adicto al ruido, a la tontería y al ocio más absurdo. Hacedme caso: descatalanizaos Twitter y la vida os sonreirá.

Este cambio existencial resulta todavía más saludable si te dedicas al mundo de la cultura. Contraviniendo el tópico que define a los literatos como gente más bien desvelada, un simple vistazo a los culturillas de vuestro timeline solo manifestará envidias, existencias mal digeridas y mucha filosofía de patio de escuela. La cultura catalana hace catarsis de su (merecida) marginalidad a base de impulsar el beef del día en Twitter sobre la novela en cuestión o el artículo de turno. Después, y ya es curioso, cuando los protagonistas de las batallas pionas se encuentran a la vida real, todo el mundo reparte abrazos y sonrisas en abundancia, como si la virtualidad fuera el único lugar donde se puede fingir que se es gallardo. Todo eso da mucha pereza, como también resulta estúpida la pretensión de tener discusiones intelectuales de forma verdadera en una plataforma como Twitter, urdida con el entretenimiento como columna vertebral.

Como comprenderéis, servidor está lejos de ahuyentar la discusión encendida y de renunciar a vivir a contracorriente de la opinión mayoritaria y falaz. Pero Twitter y la catalanidad en general no empiezan pugnas, sino maratones de frustración donde la única gracia es ver quién tiene el magín más nebuloso. Seguidores de Lluís Llach que quieren la independencia unilateral (y que tendrían que ser algo más rigurosos, empezando con el mismo cantautor y su triste viaje al Parlament), donecperficiams puigdemontistas con una clarividencia milagrosa para hacer la independencia y gente que mira el 324. No hemos nacido para perder el tiempo y prestar atención a todo este cisco de peña. Creedme: una descatalanización en Twitter resulta mucho más beneficiosa que unas vacaciones en Croacia o una semana haciendo yoga en el Tíbet. Solo necesitaréis un par de tardes. Unfollow, unfollow y unfollow. ¡Qué beatitud!

De vez en cuando, el logaritmo todavía nos hace llegar un tuit de gente absurda a quien habíamos seguido durando muchos años. Cuando pase eso, hace falta sonreír con condescendencia de la propia debilidad y mirar adelante. ¡Mira si habíamos llegado a perder tiempo! Ahora, cuando llego a casa, me limito a responder: "no, no sé absolutamente nada de ello y me alegro muchísimo".