De entre los muchos déficits de cultura democrática que hacen diferente a España de otras democracias arraigadas del entorno europeo está el tema siempre recurrente, cuando se acercan unas elecciones, de los debates televisivos. Los gobernantes huyen como gato escaldado de cualquier situación comprometida y, sin duda, un debate puede llegar a ser incómodo para un político cuando parte con ventaja y tiene a su lado toda una legión de asesores que le piden no arriesgar. La cuestión, sin embargo, no es ésta. Tiene que ver con un elemento central, nuclear, del derecho a la información de los ciudadanos y constituye un elemento de juicio imprescindible para discernir con suficiente conocimiento la opción política a la que votar. En esencia, tiene que ver con el ejercicio de la democracia y no con una serie de artimañas para dispersar la responsabilidad del no acuerdo y así equilibrar las culpas de cada uno.

Aunque se ha intentado, no se ha conseguido llegar nunca a un pacto que deje en manos de un organismo neutral la celebración de estas citas televisivas. Como consecuencia de ello, por ejemplo, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tan solo participará en un debate por televisión antes de las elecciones del 20D y restringido al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. En el resto de citas programadas o bien no acudirá ningún representante del PP o, si asiste, será una persona de su confianza. Ha sido siempre así. Con Felipe González, con Aznar y con Zapatero.

Bien es cierto que nunca había habido unas expectativas de cambio global tan importantes. Con este único debate, Rajoy quiere reforzar la idea de que el bipartidismo sigue estando vivo en España y disminuir el papel de Ciudadanos y de Podemos. Esta situación también la han padecido y padecen los partidos independentistas o soberanistas, líderes  en sus respectivos territorios y que siempre quedan fuera, tengan la presencia que tengan en el Congreso de los Diputados.

A cambio de eso, se han incorporado en esta campaña (oficialmente, precampaña) toda una serie de participaciones de los líderes políticos en programas banales, que nada tienen que ver con la política, pero que, dicen, humanizan a nuestros representantes. Del gobernante actual o futuro no se debería esperar que sea más o menos ingenioso en los programas ligeros, por no utilizar otro calificativo, de la televisión o de la radio. Porque al final un presidente no puede ser elegido entre los que hacen más el bobo.