La alquimia fue durante siglos una obsesión para muchos intelectuales y sabios. La transmutación del plomo —u otros metales de poco valor— en oro, a voluntad y mediante mezclas químicas más o menos esotéricas y arriesgadas, era un objetivo muy atrayente porque daría riqueza inmediata y poder a quien fuera capaz de conseguirlo. Los primeros avances en química deben mucho a estos intentos iniciales, protegidos por el mayor secretismo. Johann Friedich Böttger (1682-1719) fue un químico-alquimista que se vanagloriaba de que podría encontrar la fórmula mágica para convertir metales baratos en oro. Al saberlo, el rey Federico I de Prusia que, como muchos otros intelectuales y políticos de la época, estaba atraído por la alquimia, lo hizo llevar a su castillo, bajo amenaza, a fin de que produjera aquel precioso oro alquímico. Böttger consiguió escaparse, para acabar bajo la protección del elector de Sajonia y rey de Polonia, Augusto el Fuerte (1699-1735). Evidentemente, aquella protección era a cambio de producir oro, lo cual era, obviamente, imposible. Böttger intentó escapar varias veces, pero cada vez era recapturado, hasta que Augusto el Fuerte le encontró una nueva dedicación, ayudar a von Tschimhaus (un matemático, físico y médico alemán) a ensayar y encontró la fórmula de lo que entonces se denominaba "oro blanco", la porcelana.

Desde tiempos remotos, los chinos conocían la forma de obtener la maravillosa porcelana, tan preciada en Europa. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales, importaba figuritas y vajillas de China y Japón, ya que solo la gente con dinero, burgueses acomodados, nobles y monarcas podían permitirse adquirir objetos hechos con aquel material delicado, que se consideraba el epítome del lujo y el buen gusto. En Europa hubo varios intentos previos de hacer porcelana, pero fracasaron. Sin embargo, von Tschimhaus empezó a experimentar con diferentes tipos de silicatos y tierras (caolín, alabastro), fundiciones a altas temperaturas, hasta que consiguió una fórmula que, sin ser totalmente igual a la china, daba una porcelana de alta calidad. von Tschimhaus murió repentinamente, cuando se disponía a obtener porcelana en grandes cantidades en una fábrica que Augusto el Fuerte había hecho construir. La fórmula secreta acabó en manos de quien había sido su ayudante, Böttger, al cual durante muchos años se lo consideró inventor de la porcelana europea. A pesar de no ser el inventor, fue el que la desarrolló, primero con una porcelana rojiza y muy dura, y muy pronto, de color blanco. Aquella porcelana permitía añadir detalles de alta definición, podía ser vidriada y pintada, es la porcelana de Meissen, de renombre mundial, con una producción muy valorada que todavía perdura hoy día.

Además de la calidad del material, una de las razones por las cuales la porcelana de Meissen es tan reconocida, son notables la calidad y estabilidad de la pintura que decora las piezas. Los dorados (con oro) son utilizados en muchas decoraciones de vajillas, pero la porcelana que salió de las manos de Böttger y sus ayudantes tiene dos incorporaciones importantes, el púrpura de Cassius y el lustre de Böttger, un pigmento de color berenjena iridiscente y nacarado. Menciono estos dos pigmentos porque no tenemos que olvidar que Böttger era alquimista, y los dos colorantes se basan en soluciones de oro. Lo que es más curioso de todo es que estamos acostumbrados al hecho de que el oro sea dorado, pero este color solo se percibe en el oro a escala visible (a partir de fragmentos de oro metálico de tamaños micrométricos), pero muchos materiales, cuando se encuentran en partículas a escala nanométrica (es decir, con un diámetro de milmillonésima de metro, o si preferís, millonésima de milímetro), ofrecen otra coloración. Dependiendo del tamaño a escala nanométrica de la partícula podemos tener una solución de oro de color azul liloso, o si todavía es una partícula más pequeña, de color rojizo intenso, ya que a escala nanométrica las características de los átomos que conforman las partículas cambian (de hecho, estas características diferenciales del mundo nano y sus aplicaciones se estudian en una ciencia propia, la nanotecnología).

Estamos acostumbrados al hecho de que el oro sea dorado, pero este color solo se percibe en el oro a escala visible. Dependiendo del tamaño a escala nanométrica de la partícula podemos tener una solución de oro de color azul liloso, o si todavía es una partícula más pequeña, de color rojizo intenso, ya que a escala nanométrica las características de los átomos que conforman las partículas cambian

Con respecto al morado o púrpura de Cassius, ya se conocía mucho antes. Algunos de los vasos de vidrio rojo rubí de la época romana contienen oro. La fórmula para precipitar el oro se perdió, y se recuperó (de nuevo, los alquimistas), en el siglo XVII, precipitando el oro en soluciones donde también había estaño. Glauber, primero, redescubierto por Cassius en su obra De Auro, explicando la formulación y tratamientos que permite (sin que ellos pudieran imaginarlo) dispersar el oro a escala nanométrica, con partículas bastante uniformes y de un tamaño muy pequeño. Pero lo que desarrolló Böttger (tal como se acaba de publicar) es una nueva manera de obtener la dispersión del oro coloidal, que era precipitado muy rápidamente, en partículas mayores y menos uniformes, justo bajo el vidriado de la porcelana, confiriendo al pigmento esta apariencia nacarada tan preciada. Ahora se puede analizar con instrumentos de espectroscopia de rayos X de energía dispersiva.

Tetera porcelana Meissen
Una de las teteras de porcelana de Meissen del siglo XVIII, donde se observan las propiedades de la precipitación de las partículas de oro a escala nanométrica en el lustre de Böttger (color berenjena iridiscente, arriba) y del púrpura de Cassius (color morado sin notas metálicas o brillantes, bajo), usando espectroscopia de rayos X de energía dispersiva (Imagen de Chari y el Arte Instituto of Chicago, extraída de la reseña de la publicación de Chari et al. 2022)

Ahora podemos recrear en el laboratorio cómo generar los dos tipos de pigmento y coloración en la porcelana, y al mismo tiempo vemos cuánta ciencia hay escondida en los estudios de alquimia, incluso cuando la causa científica de los efectos que generaban era absolutamente desconocida. Solo para acabar de redondearlo, el premio Nobel de Química, Richard Zsigmondy, se inició en el estudio de los colorantes basados en oro para colorear vidrios (ya sabemos que dependen del tamaño de la partícula a escala nanométrica), cosa que lo llevó a investigar el comportamiento de las soluciones coloidales y al desarrollo de microscopios capaces de estudiar estos coloides a escala nanométrica, por los cuales obtuvo el premio Nobel el año 1925.