Los libros sobre y alrededor de eso que se ha llamado el procés ocupan ya su rincón, un nutrido espacio, en nuestra modesta biblioteca, allí donde se agolpan algunas obras importantes —y otras, bastante menos— sobre historia general, de Europa, de España, y, claro está, de la Catalunya más reciente. De la Catalunya que hemos vivido y, seguramente, mal explicado. En la vecindad de estos libros residen monografías y ensayos críticos con perspectiva macro y algunos títulos de literatura más o menos imprescindibles; la Biblia, así como otros cuatro o cinco pilares de la cultura y el pensamiento occidental: la República de Platón, la Ética para Nicómaco y la Política de Aristóteles, El Príncipe de Maquiavelo, la Ética de Spinoza y los Discursos y el Contrato Social de Rousseau. Ahí están, también, la Democracia en América de Tocqueville o el Manifiesto Comunista de Marx y Engels...

Volviendo a los libros sobre el procés, casi un género en sí mismos, entre los leídos y los por leer, los que esperan turno y los que se quedarán esperando, tengo casi de todo. Los hay de compañeras y compañeros de profesión, periodistas, que, con ánimo de levantar acta del momento a la inglesa —pulcra y analíticamente— compusieron un ajuste de cuentas exquisito con quienes, a su parecer, torcieron el rumbo y acabaron llevando la nave a las rocas. Hay también investigaciones honestas que documentan el esfuerzo, la convicción que llevó a mucha buena gente a traer, proteger y, finalmente, poner las urnas del 1-O, dejando en ridículo a todo un Estado activado para impedirlo, los héroes que protegieron el fuego sagrado con cuerpo y alma. Otros libros sobre el procés son dietarios descarnados escritos por sus protagonistas políticos, en los que verdades como puños flotan sobre un océano de miserias, renuncias, vacilaciones y errores: Nietzsche diría que el procés fue humano, demasiado humano.

Sigo. Están también las crónicas que, pomposamente, pretenden vender toda la verdad del asunto iluminando solo la mitad del escenario: el catalán, pero no el puente de mando español, cuya actuación en aquellos días cruciales sigue aún casi en la sombra, bibliográficamente hablando. El procés, secreto de Estado (corrupto). También han aparecido intentos de explicarlo todo en base a la relación —tóxica— entre los principales protagonistas y, paradójicamente, a los autores les ha salido el café con demasiado azúcar. Descontados, en fin, los análisis de urgencia de los mandarines a sueldo que reparten carnets de catalanes responsables e irresponsables, están también los proyectos de tesis o explicación final que intentan contentar a todo el mundo, a tirios y a troyanos, para al final reducir todo lo acontecido a puro teatro, a un vano ensayo colectivo de lo que pudiera llegar a ser sin llegar a haber sido. Ante lo cual, uno se pregunta si los tres años y medio en prisión de los presos y presas políticas, recientemente indultados bajo un régimen de estricta libertad vigilada, o la herida vital de los miles de catalanes y catalanas con causa abierta en los juzgados españoles en relación con el procés son también parte de un sainete de Pitarra.

¿Acaso la represión desatada por el Estado español y todos sus dispositivos policiales, judiciales y políticos, apoyados por sus terminales mediáticas y económicas contra el independentismo ha sido, también, teatro?

¿Acaso la represión desatada por el Estado español y todos sus dispositivos policiales, judiciales y políticos, apoyados por sus terminales mediáticas y económicas contra el independentismo ha sido, también, teatro? Esa es, a nuestro juicio, la pregunta que necesita urgente respuesta antes que el procés pierda todo significado, incluso hasta para quienes lo han combatido. Antes de llegar a semejante conclusión, que todo fue teatro, algunos hermeneutas del procés deberían haber repasado por lo menos los clásicos de la antropología, e incluso la teoría queer, ahora tan de moda: ahí habrían constatado, con Van Gennep, Turner o Butler, que la fuerza de los rituales de rebelión reside, precisamente, en su carácter performativo. Es en virtud de esa potencia que dibujan el cambio, la transformación, el orden nuevo o alternativo por contraste con el existente y dentro de él: por ello podrían reventarlo.

Donde algunos vieron simple teatro, en las manifestaciones de la Diada, en la consulta del 9-N, en el referéndum del 1-O o el paro general del 3-O, otros intuyeron la amenaza de que el procés, la representación, se les fuera de las manos: que Catalunya llegara a convertirse en un estado independiente. ¿A qué, sino el miedo de que el final de la obra fuera ese, tanto repartir jarabe de palo para los indepes? A veces, y en una curiosa inversión del principio quijotesco, el abuso de la plantilla de lo fake como explicación del procés lleva a pensar erróneamente que los gigantes eran (solo) molinos; que el río de lo real era de papel de plata, como el de los pesebres.

Las imágenes del apoyo popular a Turull indican que el procés es la gente en marcha incluso cuando ya ha cumplido su etapa en la travesía de la historia

Le daba vueltas a todo ello ante los libros alineados en sus estantes y tras ver por televisión las imágenes de la llegada del exconseller y preso político indultado Jordi Turull a Montserrat, en el ecuador de su Travessa per la Llibertat, esa marcha por Catalunya que tanta gente está apoyando por todo el país. Tengo para mí que al procés le han sobrado libros y le ha faltado relato. Posiblemente porque el procés era eso, la gente en marcha. Las imágenes del apoyo popular a Turull indican que el procés es la gente en marcha incluso cuando ya ha cumplido su etapa en la travesía de la historia. Cuando ya es un rincón en las bibliotecas. Frente al mito de la unidad, por más que el independentismo siga apelando a ella, como se vio en el acto de Òmnium en Elna que reunió el exilio y la prisión con Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Anna Gabriel al frente, frente al mito de la unidad, digo, relato.

A mediados de los años setenta, en la salida de la dictadura —ayer se cumplían 85 años del golpe de Estado de Franco contra la República— el catalanismo, los catalanismos, fueron capaces de articular un relato que acompañó el progreso del país. El procés quiso dar continuidad a ese proyecto en la segunda década del siglo XXI. Los libros, que son ventanas en el edificio del tiempo, nunca mienten. ¿Será capaz de articular un relato el independentismo después del procés? ¿Cuál es la próxima pantalla? Puede que ahora venga el tramo más difícil. Pero como la travesía de Jordi Turull, el camino se hace andando: “anant-hi”, como él dice.