Una de las fantasías más fascinantes del tercerviismo, o, por decirlo de manera erudita, de aquella mediocritas aurea o preciada moderación horaciana que tanta nostalgia despierta en determinados ámbitos del complejo escenario donde estamos, es el retorno de Convergència. Sí: lo han leído bien: de Con-ver-gèn-ci-a. Con, conver, conver-gen-cen-ci-á...!

Hace unas semanas me lo comentaba un histórico, un veterano activista partícipe de mil batallas del espacio central del catalanismo, CiU-ERC-PSUC-PSC, y, por eso, sospechoso de todo y de nada: "Hay mucha gente de Convergència que se siente huérfana". Aludía a la gente de la CDC "de orden", por oposición a los postconvergentes o puigdemontistas; a los partidarios del frenazo, e incluso la bajada del burro, versus los que seguirían cabalgando al borde del precipicio. El análisis de mi interlocutor se ha convertido en profecía y se ha traducido este domingo en La Vanguardia en una interesante conversación entre Marta Pascal y el periodista Enric Juliana. La excoordinadora general del PDeCAt defenestrada por Puigdemont, reproduce casi punto por punto la expresión de mi interlocutor: "Mucha gente se siente huérfana y creo que debemos atenderlos".

Pascal dice muchas otras cosas, claro. Me quedo con tres ideas: la primera, que Miquel Roca, el prestigioso abogado, padre de la Constitución y antiguo número dos del partido de Jordi Pujol, estaba informado de la operación para que prosperara la moción de censura que con el apoyo del PDeCAT y a pesar de las reticencias de Puigdemont llevó a Pedro Sànchez a la Moncloa; la segunda, que habrá que preguntarle a Artur Mas, si quiere volver (a principios del año que viene se habrá acabado la inhabilitación por el 9-N); y la tercera, que la creación de una nueva formación política para competir en las próximas elecciones al Parlament es una opción sobre la mesa.

La hiperventilación no es patrimonio del independentismo al uso. A pesar de los errores estratégicos que la exsenadora denuncia y que mucha gente puede compartir, lo cierto es que cualquier dirigente crítico o no crítico del PDeCAT sabe que su mejor cartel electoral hoy por hoy es Puigdemont y así se evidenció en las elecciones del 21-D. Un Puigdemont que, por cierto, fue el hombre a quien Mas propuso para sucederle durant el "pas al costat". Todo lo demás, lo que pueda pasar en el ciclo electoral que empieza este viernes con la campaña oficial de las elecciones españolas del 28-A, está por ver.

Los hiperventilados de la tercera vía salivan ante el escenario de un retorno de CDC al Parlament y de una ERC que, si hace falta, invista de nuevo a Sánchez en Madrid

Después de meses y meses de insuflar vida al cadáver del PSC, y de intentar borrar las fotos donde dirigentes de Vox aparecen detrás de Miquel Iceta en la manifestación del bloque del 155, la tercera vía acaricia su objetivo. Las encuestas vuelven a sonreír a los socialistas catalanes: después de años y años en los infiernos electorales, que no en los cenáculos del poder, vuelven a disputarse la primacía, ahora con ERC, en las generales del 28-A. La operación Duran-Espadaler, después de la ruptura de CiU a raíz del 9-N, desembocó en un fracaso electoral estrepitoso; pero el antiguo líder de la extinta Unión es ahora consejero de AENA y Espadaler ha sobrevivido en las listas del PSC con Units per Avançar; mientras que Josep Sánchez-Llibre, antigua mano derecha de Duran y Lleida, preside el Foment del Treball. A la vez, Pedro Sánchez, gracias al apoyo de la ERC pragmática y de la osadía de Pascal, que lo hicieron presidente contra pronóstico, se ha convertido en la nueva esperanza de la preciada moderación en el timón de la nave del Estado. Los hiperventilados de la tercera vía salivan ante el escenario de un retorno de CDC a las próximas elecciones al Parlament y de una ERC que, si hace falta, invista de nuevo a Sánchez en Madrid.

La eventual resurrección de Convergència, no del PDeCAT que Pascal ve "subordinado" a Puigdemont, podría suponer un golpe para el crecimiento electoral de ERC por el flanco del centroderecha. Según el último barómetro del CEO, el 24% de los electores que escogerán la papeleta de ERC en las elecciones españolas del 28-A, es decir, 1 de cada 4, votaron a CDC en las anteriores. Ciertamente, los de Oriol Junqueras y Gabriel Rufián, a quienes el sondeo sitúa como ganadores de los comicios, verán crecer su perímetro por el lado de la izquierda alternativa y clásica, los comunes (un 9,5%) y el PSC (8,0) pero es en la frontera del centroderecha donde se juegan de verdad la consistencia del sorpasso sobre el antiguo espacio convergente.

En el caso de las elecciones al Parlament, según la encuesta del CEO, todavía es más claro: ERC obtendrá un 31,2% de apoyos entre antiguos electores de JxCat, un 6,8 de los comunes y un 3,4 del PSC. Ergo, una nueva Convergència podría atraer antiguos electores convergentes, que, según las encuestas, ahora optan por ERC como partido refugio ante la radicalización de los herederos puigdemontistas. La CDC a la que se acusó en su día de copiar el independentismo de ERC ahora copiaría a su vez, en una nueva encarnación, el "convergentismo" de la actual ERC. Son las curiosas inversiones del juego de espejos de la política y de la historia. El resultado, fragmentación del espacio electoral del independentismo aparte, es que todo quedaría en orden... y la independencia para otro siglo. Todas las piezas en su sitio otra vez, como si aquí no hubiera pasado nada.

La CDC a la cual se acusó en su día de copiar el independentismo de ERC ahora copiaría a su vez, en una nueva encarnación, al "convergentismo" de la ERC actual

Pero esto no es aquella legendaria República romana en la que la nobilitas senatorial cortaba el bacalao y los electores decían amén. En democracia, son los ciudadanos los que, al fin y al cabo, deciden la vida de las formaciones políticas, incluso después de muertas. En Catalunya, la moderación, el presunto punto medio, que es una ética, una manera de hacer respetable —si no cae en la equidistancia hipócrita— se confunde a menudo con la "verdad", y es entonces cuando se constituye en dogma. La política no va de contentar a todo el mundo. Al final, el castillo de cartas cae. Porque la verdad no es el punto medio entre dos extremos. Otra cosa es que no te guste lo que ves, allí, al fondo. Y sí, mientras tanto —en eso la política catalana tiene el cum laude—, podemos ir haciendo la puta y la ramoneta.