La confluencia de las confluencias, la cosa común -lo digo así porque todavía no tiene nombre-, el nuevo partido de Ada Colau-Xavier Domènech, se acaba de constituir con el objetivo de a) crear en Catalunya "una república social, democrática y ambientalmente justa" y b) "compartir soberanías con un Estado plurinacional". ¿Una república catalana fraternalmente unida con las otras repúblicas (se supone) del Estado español? ¿Pero son repúblicas o son autonomías o me he perdido algo? ¿Es que quizás también es "repúblico" ya el Estado español, o lo tiene que ser, o -como no lo precisan- puede seguir siendo monarquía, eso sí, plurinacional?

¿La cuadratura del círculo? Más bien, equidistancia nacional pura: estamos donde estaba Iniciativa per Catalunya (ICV), a satisfacción de la cual -y de la extinta Unió Demòcràtica (UDC)- se acuñó aquella doble/triple pregunta de la consulta del 9-N. Aquella pregunta-árbol, auténtica ingeniería pactista made in Catalonia, que hacía posible, además de poder escoger si Catalunya tenía que ser un estado o no, decidir si tenía que ser independiente o no. Para entendernos, si queríamos ser Baviera (sí-no) o Dinamarca (sí-sí). La llamémosle "tercera vía" referendista, el sí-no, obtuvo un 10,02% de los votos emitidos al proceso participativo, mientras que el no de ninguna de las maneras sumó un 4,49%, y el sí-sí un brillante 88,91%.

En el fondo, a lo que más se parece el partido de Colau es a la Unió de Duran y a la CDC confiadas en el Estado español plurinacional

La cosa común -insisto en que el nombre definitivo todavía se desconoce- parece renunciar pues al grueso del electorado independentista, y, más concretamente, independentista de izquierdas. Su objetivo no puede ser otro que ampliar su espacio a costa del muy desgastado electorado del PSC, que podría asumir la perspectiva de un referéndum en clave federalista o pseudo confederalista, pero nunca la ruptura total con España.

En el fondo, a lo que más se parece el nuevo partido de Colau es a la Unió de Duran y al CDC de finales de los años noventa, confiadas todavía en una evolución natural del Estado autonómico español hacia el Estado (efectivamente) plurinacional, que es también justamente el máximo que se permite el podemita Pablo Iglesias. Por lo que respecta al rebelde Albano-Dante Fachin, que no ha querido integrarse en la confluencia (por ahora), no hay problema en este aspecto del proyecto de Colau.

Si Puigdemont y Junqueras no convocan el referéndum pondrán la llave del futuro gobierno en manos de los comuns

¿Sin embargo, significa eso que Colau ha decidido inmolarse electoralmente antes de empezar, y entregar a la pujante ERC de Oriol Junqueras y Gabriel Rufián la clave de la Catalunya post-referéndum? Más bien significa, creo, que la alcaldesa y su equipo juegan sus cartas partiendo de la base de que no habrá referéndum. En este marco, han construido un relato para protegerse en cualquier escenario: el del sí-no. Los comuns van a la batalla con un relato de futuro nacional tan pretendidamente radical -la Catalunya república- como inocuo para el statu quo -en tanto que renuncia de entrada a la independencia. La derrota en la asamblea de las enmiendas independentista y federalista pura subrayan la pretendida centralidad en el debate nacional. Además, dan por descontado que el electorado de izquierdas y de centro-izquierda que quiere dar la oportunidad a ERC de gobernar la Catalunya post-referéndum, incluida una parte de la antigua CDC, no perdonará la marcha atrás a los promotores del referéndum. 

Por eso, también, Puigdemont y Junqueras tendrán que convocar el referéndum: si no lo hacen, pondrán la llave del futuro Govern en manos de los comuns. No por ellos, lo tienen que convocar -Soraya, lo tenemos escrito aquí, no hace prisioneros-, pero sí por los que vendrán.