En España no ha habido gobiernos de coalición, y mucho menos aún de coalición de izquierdas, desde la II República y la Guerra Civil, los de los Frente Popular y su versión catalana, el Front d'Esquerres. Ergo si no hay imprevistos, o golpes de timón real-bancarios de última hora, Pedro Sánchez, eso sí, con Pablo Iglesias en posición masista de paso al lado, encabezará el primer Ejecutivo no monocolor de la democracia española, con ministros del PSOE y de Podemos, desde hace 80 años; o 40, si se prefieren hacer las cuentas desde el fin de la dictadura franquista. La investidura de Sánchez en segunda vuelta, el jueves que viene, será la llave que permitirá contemplar tal prodigio de ingeniería democrática en los estrellados cielos estivales de las siempre entrañables Españas. ¿Sin embargo, es para celebrarlo -con cava de Badajoz, por supuesto- o para preocuparse?

Sin ironías. Los perdedores de la guerra del 36 y la dictadura, se alegrarían, ciertamente; también se alegraron cuando Juan Carlos I sustituyó a Francisco Franco por causa biológica y empezó la "democracia". No lo tengo tant claro, sin embargo, que hoy se alegraran. Ha habido demasiadas renuncias y olvidos por el camino. Y las renuncias y los olvidos de la tragedia española siguen marcando las decisiones del presente. Como también la incapacidad de (auto) superarlos. Y, como se ha demostrado con creces, la tendencia a liberar los peores impulsos -la pulsión autoritaria resucitada en el conflicto planteado por Catalunya- cuando vienen tormentas, por más que la propaganda oficial diga o hagan ver el contrario. ¿Dónde se ha visto, si no, que la formación del primer gobierno de coalición de izquierdas en España desde los años 30 tenga como condición sine qua non que uno de sus líderes, Pablo Iglesias, quede fuera? ¿Qué hay, realmente, detrás del veto a Iglesias? ¿La Comisión Europea? ¿El Rey? ¿El Ibex-35? ¿O todo a la vez?

¿Dónde se ha visto que la formación del primer gobierno de coalición de izquierdas en España desde los años 30 tenga como condición sine qua non que uno de sus líderes, Pablo Iglesias, quede fuera?

La inexistencia de gobiernos de coalición en España incluso en momentos de inestabilidad extrema como los recientemente vividos, una cosa bien extraña -investiduras fracasadas de Sánchez y de Rajoy, repetición de elecciones (2016), moción de censura de Sánchez (2018) y nuevos comicios (2019)- contrasta con el caso de Catalunya. Aquí ha sucedido precisamente todo lo contrario: los gobiernos de coalición han sido la norma desde aquel Ejecutivo pluripartidista de la Generalitat provisional de Josep Tarradellas, nombrado el 5 de diciembre de 1977, y que, además de heredero de la Generalitat republicana y preconstitucional, fue el primero de Europa Occidental en tener "ministros" comunistas desde el fin de la II Guerra Mundial, en este caso 2 consellers del PSUC. Todos los sucesivos gobiernos de Jordi Pujol (1980-2003) fueron de coalición de centroderecha con CDC-UDC (CiU); como también dueron coaliciones los tripartitos de izquierdas de Pasqual Maragall (2003-2006) y José Montilla (2006-2010); el nuevo gobierno de CiU de Artur Mas del 2010-12 y, con apoyo de ERC, el del 2012-16; el gobierno de JxSí (CDC-ERC) Puigdemont-Junqueras (2016-17) y el actual Ejecutivo Torra-Aragonès, desde el 2018, formado por JxCat y ERC.

En Catalunya, pues, los gobiernos de coalición de todos colores son la norma, no la excepción, como sucede en España, cosa que proporciona una visión de la jugada, cuando menos, diferente. A pesar del carácter presidencialista de la institución de la Generalitat, los contrapesos internos acercan más la práctica democrática de la gobernación en Catalunya a los estándares liberales europeos arraigados en el pactismo medieval y las revoluciones burguesas, que a la tradición de los gobiernos españoles de un solo hombre, ya sea en dictadura o en democracia, de clara herencia romana (imperial).

En España no ha habido los últimos años (tampoco) gobiernos de coalición porque se ha impuesto la pulsión represiva, la línea dura, la de los cirujanos de hierro, ante el conflicto catalán

Así que, con el anunciado Ejecutivo Sánchez (PSOE)-Podemos, España ya es (casi) catalana. Pero no nos engañemos. En España no ha habido los últimos años (tampoco) gobiernos de coalición porque se ha impuesto la pulsión represiva, la línea dura, la de los cirujanos de hierro, ante el conflicto catalán. Una tarea (una batalla) que, en la mentalidad hegemónica en los gabinetes de crisis del deep state español sólo puede dirigir, hasta la victoria final contra el independentismo, un solo hombre. De aquí la obsesión por una presidencia reforzada -por eso hasta hace pocos días no se han descartado nuevas elecciones, incluso con apoyo de la patronal, para que Sánchez, a base de jibarizar a Podemos, se acerque a la mayoría que no tiene-; o el mismo veto a Iglesias, que habría constituido un gobierno dentro del gobierno en dos días. Y de aquí también el papel del rey Felipe VI en todo esto. No en balde, con su discurso del 3 de octubre del 2017 como respuesta al referéndum de autodeterminación del 1-O, el hijo de Juan Carlos I bendijo el único gobierno monocolor que ha habido en Catalunya desde 1977, el del 155. Aunque también es verdad que fue el gobierno de una sola mujer, una tal Soraya Sáenz de Santamaría.