Como decíamos aquí hace quince días, las elecciones se pueden ganar en las urnas y perder en los despachos y el independentismo, en concreto ERC, ha perdido Barcelona, a pesar de ganar las elecciones 80 años después, porque la capital catalana sigue siendo, efectivamente, la joya de la corona. Manuel Valls aterrizó en la capital no sé si para ser alcalde pero sí para impedir como fuera que un independentista ocupara la plaza. La paguita de 20.000 euros mensuales de las elites revelada por el diario Ara ha dado sus frutos sobradamente. Ciertamente, se trata de política, pero de la mala. De política mafiosa, por más barnizada de grandeur que se presente y más lágrimas de cocodrilo —pronto de Moët&Chandon— que rieguen los discursos de la gran beneficiada. La voluntad de poder de la reelegida alcaldesa y perdedora de las elecciones, Ada Colau —apuntalada por la solícita disposición del gran partido de Estado en toda esta comedia, es decir, el PSC— ha culminado la jugada. Operación de Estado o no, seguro que los poderes —los de aquí y los de allí— respiran aliviados.

El episodio Barcelona, el lamentable episodio Barcelona, subrayado todavía más en su mezquindad profunda por la vergonzosa situación a la que ha sido sometido, y la dignidad con que supo soportarla el concejal Quim Forn, le tendría que servir al independentismo para darse cuenta de que con unidad quizás no es suficiente, pero con división la derrota suele estar garantizada. Quizás sí que la suma ERC+JxCat+CUP+Primàries no habría llegado a los 21 concejales que ha obtenido Colau, pero le habría puesto bastante más difícil al deep state mantener la alcaldía de Barcelona bajo control con la alcaldesa útil o cualquier otra fórmula esterilizadora.

Más allá de la legítima satisfacción personal y política de los nuevos alcaldes y alcaldesas que sí que lo han conseguido, el regusto del balance definitivo de las municipales para el independentismo es más bien agridulce. En clave territorial, el dominio del independentismo es, en cifras absolutas, abrumador: sobre un total de 947 ayuntamientos, JxCat tiene 370 alcaldes (67 menos que CiU en el 2015); ERC, 359 (100 más) y la CUP mantiene 19, un total de 748. Es decir, el 78,98% de los alcaldes y alcaldesas catalanes son independentistas. El renacido PSC ha obtenido 89 (33 menos que en los anteriores comicios, a pesar de reforzarse en el Área Metropolitana de Barcelona); los comuns y sus confluencias locales, 12 (9 menos de los que tenía ICV-EUiA); el PP resiste en Pontons (por sexta vez consecutiva) y Ciutadans sigue en el "cero patatero alcaldes". Ahora bien. La lectura es bastante diferente si miramos la dimensión demográfica de los municipios. Visto así, el independentismo debería preocuparse: de los 11 municipios de Catalunya que superan los 100.000 habitantes, solo tiene la alcaldía de 4. ERC, las de Lleida y Tarragona, y JxCat las de Reus y Girona. El municipio más poblado, Barcelona, tiene alcaldesa común; el PSC, el primero de la clase en el segmento, señorea 5 grandes alcaldías: L'Hospitalet de Llobregat, Badalona, Sabadell, Mataró y Santa Coloma de Gramenet. Y Terrassa ha quedado en manos de TxT, la formación del ex-PSC Jordi Ballart.

El ensanchamiento de la base del independentismo en el área metropolitana de Barcelona se traduce en 0 de las grandes alcaldías

La realidad acostumbra a ser más matizada que los argumentarios de los gabinetes de prensa de los partidos. De los 3,2 millones de habitantes que suman los 11 municipios catalanes más poblados, solo 471.000 tienen alcalde independentista. El ensanchamiento de la base del independentismo en el área metropolitana de Barcelona —ciertamente, el territorio más difícil y refractario— de que suele hacer gala ERC, que obtuvo un gran resultado en las municipales del 26-M, se traduce en 0 de las grandes alcaldías. Obviamente, la foto habría sido diferente si Ernest Maragall hubiera alcanzado la alcaldía de Barcelona. La alcaldía del entorno barcelonés que más encaja con el modelo de los republicanos sería la de Sant Cugat del Vallès (12º municipio más poblado, con 89.000 habitantes), pero ERC la ha obtenido mediante un pacto con el PSC y la CUP contra la fuerza más votada, que, además es independentista: JxCat.

Los pactos con el PSC han servido, en general, para fracturar y alejar todavía más a ERC y JxCat en muchos municipios

Pasa en cada elección, las dinámicas locales son las que son, pero el independentismo, además de perder Barcelona en los despachos después de ganarla en las urnas, también se ha hecho daño con pactos fratricidas en Figueres y Tàrrega (ERC contra JxCat) o Cervera (JxCat contra ERC), mientras ha llegado a soluciones estrafalarias en Manresa (1 año de alcaldía para JxCat, 3 para ERC) o forzadas —con penosa escenificación y previa intervención del presidente Torra— en Santa Coloma de Farners (acuerdo final JxCat-ERC).

Los pactos con el PSC, en quien algunos han visto la solución para completar mayorías insuficientes y reconstruir antiguos consensos preprocés, sociovergentes o sociorepublicanos, han servido, en general, para fracturar y alejar todavía más a ERC y JxCat en muchos municipios. Y es cierto que no todos los problemas del independentismo en la resaca de las municipales pasan por el quebradero de cabeza de Barcelona con Colau. Pero es evidente que ni la política de gestos de aproximación a los comunes durante los últimos 4 años ni el flirteo, cuando no el blanqueamiento del PSC del 155, en muchos municipios le han servido al independentismo para ampliar o reforzar la base electoral —ERC avanza, en general, en proporción de lo que retrocede JxCat— o el número de alcaldías de peso. Es justamente donde ha plantado cara a los dinosaurios del socialismo local y sus mutaciones, y sobre la base de acuerdos articulados por ERC y JxCat, y también la CUP, como en Lleida y Tarragona, donde el independentismo, por primera vez, gobierna para más de 100.000 vecinos.