Un compañero me hace notar que ERC no rentabiliza lo suficiente iniciativas como la reforma del Código Penal con la supresión/sustitución de la sedición y la rebaja de penas en la malversación, que pueden beneficiar al conjunto de los represaliados por el 1-O, los condenados, los exiliados y los pendientes de juicio, por culpa del denominado "putaerquismo". Veamos. El "putaerquismo" o práctica del "putaERC" sería el equivalente al "putaColau" —referido a la alcaldesa de Barcelona— como también hay un "putajuntismo" o "putaconvergència" —contra Junts o algunos de sus dirigentes como Laura Borràs— o el mucho más transversal "putaEspanya" -un clásico de matriz indepe hiperventilada- que podemos encontrar siempre en las redes sociales, singularmente en Twitter. Sea mediante cuentas verdaderas, falsas o medio-pensionistas, anónimas o a pecho descubierto, próximas o no a determinados partidos, la práctica consiste en arrastrar por el suelo al adversario elegido solo por el hecho de ser quien es, haga lo que haga, diga lo que diga, lo acierte o se equivoque. Por descontado, el uso y abuso de esta estrategia (?) discursiva degrada la libertad de expresión y el necesario debate sobre la política tanto como la rifa de una prostituta para celebrar la Purísima, detectada en el cuartel del Bruc, insulta los mínimos de la decencia humana y la inteligencia. Pero, como dice el Evangelio, quién esté libre de pecado que tire la primera piedra. No ha partido —tampoco ERC— que renuncie a las (supuestas) ganancias de echar mierda al rival en las redes sociales a veces ad nauseam, incluso promoviendo o consintiendo directa o indirectamente las campañas de descrédito. Lamentablemente, entre todos juntos, por acción u omisión, nos rifamos la democracia en las redes sociales igual que los militares del Bruc la prostituta. Hay un concepto ético y político de los griegos estudiado por Foucault, Butler o el papa Francisco, la parresía, el "hablar valiente", el "decirlo todo", y decir siempre "verdad", que demasiado a menudo se hace pasar en Twitter o los parlamentos por aquello que no es más que insulto, insidia, fakismo —curiosa proximidad también fonética con "fascismo"— y exabrupto estúpido y gratuito.

Sin embargo, volviendo al principio, no creo que el "putaerquismo" sea el principal problema que tiene ERC para obtener el legítimo rédito político y/o electoral a que aspira, como cualquier otro partido, de iniciativas de calado como la reforma del Código Penal negociada con el PSOE. Creo que las dificultades que encuentra ERC para mejorar sus expectativas electorales -como ponen de manifiesto todas las encuestas que la sitúan por detrás del PSC- tienen más que ver con su propia ejecutoria política, con qué decide y/o negocia y cómo lo explica, y, en segundo término, con el clima creciente de desinterés por la política después de la década del procés independentista. Por ejemplo, ERC lo pone fácil a sus detractores cuando, después de que Junts rompiera el Govern, ha intentado hacer pasar a su Ejecutivo en solitario por el representante del 80% de los catalanes cuando solo tiene el 22% de los votos y 33 de los 135 escaños del Parlament. En general, la falta de humildad y la soberbia en política suelen tener muy mala recepción entre el electorado. No es un problema solo de ERC. Sin embargo, si además hay un alto número de votantes independentistas profundamente decepcionados con los dirigentes y partidos independentistas —sector de donde provienen la mayoría de las críticas al partido de Oriol Junqueras y Pere Aragonès— es natural que la mesa de diálogo o ahora la negociación de la sedición con Pedro Sánchez estén bajo sospecha por más que la ANC solo reuniera el otro día unos pocos miles de personas en la manifestación de protesta. Muchos prefirieron el macropuente, lo que no quiere decir que se fíen del Govern y ERC.

Hay una desafección creciente con la política, el Govern —ahora de ERC en solitario— y los partidos en Catalunya. ¿Cuanta menos política y movilización, mejor, seguro?

ERC haría bien en no apelar a la fe cuando negocia lo que sea con Sánchez sino a los resultados, percibidos por muchos como un absoluto misterio o algo peor: un simple tejemaneje entre políticos para beneficiarse de manera partidista. Al final, la criatura siempre llora por aquí. En el último barómetro del CEO, un 79% de los encuestados se manifestaban de acuerdo con la creencia que los políticos solo buscan el beneficio propio. En el mismo estudio demoscópico, los gobiernos de Catalunya y España recibían una valoración idéntica: un 3,5, es decir, un suspenso como una catedral. No es ningún secreto que la ciudadanía catalana es tradicionalmente crítica con la política y los políticos. Pero lo cierto es que el final del procés ha acelerado la tendencia. En octubre del 2017, también según los datos del CEO, la valoración que recibían los gobiernos de Catalunya y España era del 4,9 y el 1,7, respectivamente.

La década del procés, cosa que se suele destacar poco, supuso una auténtica oleada de movilización y participación política desde la base —ya fuera a favor o en contra de la independencia—, tanto en la calle como en las instituciones. El independentismo, el procés han sido un factor de impulso a la democratización por cuanto han desenmascarado el papel de las estructuras no democráticas del poder en España, eso que se ha llamado el deep state. Una vez han rodado las máscaras de la transición, todo ha quedado muy claro. Incluso, demasiado claro. Por eso también, cuando falta poco para la presidencia de turno española de la Unión Europea, Pedro Sánchez corre a hacer los deberes —o a fingirlo— con la sedición, un delito sin homologación en la Europa democrática vigente en España desde 1822 y con el cual hace cuatro días fueron condenados y encarcelados los líderes del 1-O. Desde el 2012, las históricas manifestaciones de las Diades, pero también los casi inéditos índices de participación electoral han evidenciado el altísimo nivel de implicación de la gente con el futuro del país. Por el contrario, la desmovilización actual, fomentada por la estrategia de ERC de aplazar el conflicto con el Estado, la desorientación de Junts, y, obviamente, la represión del independentismo, ha devuelto el interés por la política a la casilla de salida: la indiferencia, la frustración, el enfado. Después de la etapa expansiva del procés ahora estamos en un invierno de regresión democrática en términos de participación e implicación de la ciudadanía. Hay una desafección creciente con la política, el Govern —ahora de ERC en solitario— y los partidos en Catalunya. ¿Cuanta menos política y movilización, mejor?, ¿seguro? Es imposible hacer camino con el depósito de gasolina vacío.