Enturbiar un caso como el del juicio a Dani Alves por violación solo puede ser fruto de la mala intención. Enturbiarlo en términos argumentales, quiero decir, para generar una opinión u otra a su alrededor, como si el relato del caso dejara más margen a la duda. Pongamos por caso que no es mala intención y que, para un pequeño porcentaje de los que buscan excusas para no tener que replantearse nada, hay quien todavía lo hace por pura inercia social. Si este perfil existe, necesita un examen de conciencia.

El primer paso para no parecer una persona falta de toda capacidad de empatía es no utilizar la presunción de inocencia como las gafas de la duda desde las que se mira la violencia sexual. La presunción de inocencia es un principio jurídico y, por lo tanto, su lugar está en los tribunales. Quien pide prudencia —sobre todo ante un micrófono— apelando a la presunción de inocencia, es que quiere mirarse el relato de la víctima desde la duda. Es una posición injusta, porque, históricamente, el poder judicial ya se ha encargado de hacer dudar a las denunciantes —que es el paso previo a culpabilizarlas—. En el fondo, hacer bandera de la presunción de inocencia en casos de agresión sexual suele ser la materialización del mantra de la extrema derecha de que el problema de la violencia sexual son las denuncias falsas. Las denuncias falsas en el estado español son menos del 0,01% del total. De entrada, tratar un caso de violencia sexual como el de Alves en Sutton con la presunción de inocencia por bandera —sobre todo los que hacemos "opinió"— es el "ni machismo, ni feminismo: igualdad" de los tertulianos. Es vestir de prudencia —eso es, de virtud— lo que en realidad es cobardía o banalización.

Hacer bandera de la presunción de inocencia en casos de agresión sexual suele ser la materialización del mantra de la extrema derecha que el problema de la violencia sexual son las denuncias falsas

El siguiente paso para que se te puedan presuponer más de dos neuronas hablando de un caso como el de Alves, es el peso que das a aspectos que en general no tienen nada que ver con el consentimiento. Si te importa demasiado cómo bailaba la víctima, si se lo pasaba bien, si fue al reservado, si entró voluntariamente en el lavabo de la discoteca... tienes más ganas de culpabilizarla que de entender cuál es el problema de fondo de las agresiones sexuales. Hacer un cherry picking de circunstancias para deformar el relato de la víctima para que parezca que todo lo que hacía hasta la agresión avalaba el consentimiento, es responsabilizarla de la violencia que ha sufrido.

Si te importa demasiado cómo bailaba la víctima, si se lo pasaba bien, si fue al reservado, si entró voluntariamente en el lavabo... tienes más ganas de culpabilizarla que de entender cuál es el problema

Esto lleva al tercer paso para no ser frívolo delante de un micrófono, en un plató, o en el digital de turno, en caso de hablar sobre violencia sexual: si el agresor ha zurrado a la víctima para conseguir su consentimiento, el debate ya no puede ser sobre el consentimiento. Es un ejercicio de poder y se buscaba la sumisión. Como en general, desde la opinión pública, se ha hablado bastante de los conceptos de consentimiento y deseo, a veces alguien puede tener la tentación de mirárselo todo desde los esquemas que ya tiene trabajados. Me parece, sin embargo, que en un caso como el de Alves, hay que ir un poco más al fondo de la cuestión y plantearse qué hay tras un ejercicio de violencia de este tipo. La abogada Carla Vall explicaba el otro día en su Instagram que el perfil de violador busca una cosa "explosiva", extraordinaria. Enlazar un debate sobre una agresión como esta con las señales o no señales de consentimiento y si al final los hombres tendrán que utilizar un contrato para follar, es no tener ánimo para entender gran cosa.

Para no ser frívolo si hablas sobre violencia sexual: si el agresor ha zurrado a la víctima para conseguir su consentimiento, el debate ya no puede ser sobre el consentimiento

El último paso, sobre todo si eres un hombre, es dejar de repetir que Dani Alves es un "animal". Dani Alves es un hombre en prisión preventiva acusado de agresión sexual. A veces se cae en la tentación de etiquetar al agresor sexual de portador de algún tipo de enfermedad que lo ha llevado irremediablemente a cometer el delito. Es una manera de separarlo del resto de su género y también de excusarlo, como si por su condición de "animal" no contara con voluntad ni libertad para decidir qué hace. Como si no hubiera tenido alternativa y los agresores no pudieran escoger serlo o no serlo. Parece una etiqueta inofensiva para exagerar la condena de la violencia sexual, pero es un modo de decirle a la víctima que nos sabe muy mal, que él es así.

El último paso es dejar de repetir que Alves es un "animal", como si no contara con voluntad ni libertad para decidir qué hace. Alves es un hombre en prisión preventiva acusado de agresión sexual

Es un desguace argumentativo aparentemente obvio, pero no lo es tanto si escuchamos con atención según qué tertulias y leemos según qué artículos. Lo más paradójico de este talante opinador desubicado es que se piensa que estos cuatro puntos son compatibles con echarse las manos a la cabeza porque las mujeres no denuncian o porque ni siquiera se atreven a explicarlo a su gente. No es en balde que la víctima de Dani Alves, tras la agresión, lo único que repetía era "nadie me creerá porque entré voluntariamente en el baño". En nombre de la moderación y del entendimiento se favorece un ambiente opinador que impregna la cultura del país y que trabaja para que la víctima se acabe culpabilizando ella misma. No hace falta transformarse en Judith Butler. Solo hace falta entender que el juicio y la prudencia, con respecto a agresiones sexuales, no está en el sitio donde lo están buscando.