Las detenciones de ayer, la manera cómo se han producido y, especialmente, la justificación de las mismas dejan claro que todo el relato que asegura que el independentismo está de baja, o directamente muerto, es mentira. Cierto es que a un estado que tenga por nada la democracia le cuesta poco saltarse todos los preceptos que la sustentan y reprimir la discrepancia política, que no necesariamente tiene que ser disidencia, como cualquier dictadura al uso; pero, en todo caso, no se ponen a trabajar si consideran que la amenaza es irrisoria.

Y si no, recordad cómo se mofaban abiertamente, todas y todos ―cuando menos todos los que hablaron―, los actores sociales, políticos, económicos y administrativos españoles de las primeras iniciativas reclamando libertad e independencia, aunque sólo fuera para decidir. De aquellas risas pasaron a la acción para detenernos ―recordad la investigación de las urnas y papeletas―, y después pasaron a darnos miedo ―con registros y detenciones que no parecían otra cosa que arbitrarias―, hasta culminar su estrategia con los golpes del 1-O y la prisión y el juicio a la cúpula independentista para decapitar el movimiento definitivamente. En su lógica, no queda más, puede que sacar los tanques, para hacer lo mismo a más escala; porque si no se dialoga, si no se negocia, la única salida es hacer valer la fuerza. Y, ciertamente, un estado tiene mucha fuerza, más todavía si esta la aplica no de fronteras afuera, sino dentro de su propio territorio. En ello están, y de aquí la llegada continuada de efectivos de los cuerpos armados del estado español a Catalunya.

Cuesta entender que en la declaración de Teresa Cunillera, de un partido que sufrió la represión del estado franquista, sobre los hechos, justifique que se trata de una detención preventiva

España se ha situado aquí, en este paradigma de la violencia institucional, no tiene otro. Se sea estado o ciudadanía, se sea de derechas o de izquierdas: violencia. Por eso siempre la respuesta al independentismo es una amenaza con un puño o un arma, o un juez; no una contrapartida de modelo social, político o económico. Es la ausencia de razón, es sólo el poder y la fuerza. Y por eso también es tan importante que el independentismo encaje en la definición de banda armada, como ETA, dado que es el referente más directo que tienen. En el juicio lo han intentado de todas las maneras posibles y no lo han conseguido más allá de un relato tragicómico de la bestialidad de la ciudadanía que participa en el proceso, que ha dejado a los agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil muy mal parados con respecto a su competencia profesional.

Es sólo en este marco que se puede entender, e incluso así cuesta, el comunicado que ha hecho la Guardia Civil y las imágenes que ha proporcionado para avalar su actuación. Pero cuesta todavía más entender que en la declaración de Teresa Cunillera, delegada del gobierno español en Catalunya, y de un partido que sufrió la represión del estado franquista, sobre los hechos, justifique que se trata de una detención preventiva. Es mucho peor esto que las declaraciones de Lorena Roldán, u otras igual de estridentes. Siento enormemente que los represaliados por el régimen franquista que son socialistas tengan, actualmente, estas y estos representantes.