Josep Borrell ha ido a Moscú como alto representante de la diplomacia europea y ha tenido un importante choque con el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, a causa de los presos políticos. Borrell reclamaba la libertad de Navalni, opositor de Putin, y Lavrov le ha recordado los presos políticos catalanes.
El enredo entre España y Rusia a causa de la independencia de Catalunya ya hace tiempo que dura, y tenemos que decir que es el país del frío el que gana por goleada; cuando menos con respecto a reírse del Estado que nos ocupa. Las acusaciones de la parte española han sido de lo más variopintas, tanto por los actores como por los temas. Con respecto a los primeros, el mismo gobierno español, diarios, jueces y fiscales —investigación abierta en la Audiencia Nacional—, y políticas y políticos unionistas que se han apresurado a decir, sin comprobar debidamente, cosas bastante fuera de juicio sobre el amor que Rusia tiene a los y las catalanas. Se ha hablado desde injerencias informáticas y espías, a tropas rusas preparadas para ayudar a triunfar el procés. No sé si recordáis los chistes que corrían por la red, algunos muy buenos. Ahora Rusia se ha despachado a gusto con España, poniendo a Borrell en su lugar. De hecho le debían tener ganas desde que se refirió al país, en 2019, siendo ministro de Exteriores, como “viejo enemigo” y sopesando la amenaza que podría suponer para Europa.
La Unión Europea tiene muchos problemas de credibilidad, por su propia inoperancia y por la hipocresía con la que temas primordiales son tratados, y especialmente por los representantes que escoge, y, en este caso, más que nunca
Por descontado, lo que ha pasado y sigue pasando con Navalni es un absoluto disparate, pero precisamente el menos indicado para reprobarlo, o condenarlo, es Josep Borrell. Y no porque no tenga razón con lo que dice, sino porque no se puede pedir a los otros que hagan o dejen de hacer lo que tú haces o has hecho. La autoridad no te la da el cargo, eres tú quien se la tiene que dar al cargo. Te la da la trayectoria —o en todo caso, tener más poder que el otro— y este no es el caso de Josep Borrell; y no solo con respecto a Catalunya.
El debate que hay en España sobre si las y los políticos catalanes son “presos políticos” o “políticos presos” no tiene ningún sentido fuera de las fronteras del Estado y el hecho de que la Unión Europea haya salido en defensa de Borrell y de España todavía hace que el ridículo sea mayor. La Unión Europea tiene muchos problemas de credibilidad, por su propia inoperancia y por la hipocresía con la que temas primordiales son tratados, y especialmente por los representantes que escoge; y, en este caso, más que nunca. Haría reír si no fuera tan serio, tanto con respecto a la vida de Navalni como la de las y los exiliados y las presas y los presos políticos catalanes.
La junta electoral ha prohibido decir en estas elecciones al Parlament de Catalunya, una vez más, “presos políticos” y “exiliados”, una absoluta aberración que pasa ya por la aceptación general. Nos tendría que dar vergüenza que tenga que ser Rusia quien nos lo deje claro, pero todavía más que la censura se normalice en el Estado.