Ya ha llegado, y encima tenemos que estar contentas. Esta no es sólo la semana del Black Friday o, en Catalunya, de los presupuestos, es la semana del 25 de noviembre y, como tal, las administraciones públicas se ponen las pilas, para que, por lo menos, parezca que se ocupan del tema.

No puedo en absoluto decir que no se haya avanzado en políticas públicas para la erradicación de la violencia machista, que no quiere decir lo mismo o ser sinónimo de que hayamos avanzado en que desaparezca o, sencillamente, que la hayamos debilitado, hecho más débil o haber puesto trabas a su libre circulación. Tan de moda que se están poniendo los pasaportes para todo y, en cambio, en este caso no se ven.

Estamos ante un mal cuya raíz no atacamos, no encaramos y por eso muchas de las propias políticas que se diseñan e incluso se llegan a implementar ―con presupuesto y medios incluidos― no se pueden calificar de eficientes. No es una opinión, es sencillamente una constatación de las evidencias científicas. Claro que siempre lo podemos contar todo y darle el valor que queramos; más todavía en una sociedad que no quiere mirar a la cara a sus patologías más sangrantes, más si eso implica que los hombres del país se tengan que mirar en el espejo.

Las medidas más importantes no tienen que ser finalistas, que, por otra parte, sólo pueden ser un parche; tienen que serlo medidas preventivas que eliminen la legitimación, la oportunidad, la voluntad e incluso el deseo de ejercer violencia contra las mujeres

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaba este fin de semana en la campaña que hace por tierras del norte que esta misma semana dotarían con 35 millones de euros el presupuesto para ampliar y mejorar la teleasistencia en violencia machista. Al oírlo, automáticamente me vinieron dos cosas a la cabeza. La primera, que ya se había dado el pistoletazo de salida a la campaña del 25-N. De hecho, el viernes ya hubo una previa con la noticia ―por otro lado, reivindicada de lejos― de la ampliación de los tipos de recuento de los feminicidios. Y la segunda: ¿es en la teleasistencia donde se tiene que poner el foco?

Es muy fácil pensar que todo es necesario y que seguro que será una buena ayuda y que incluso puede llegar a salvar alguna vida más, pero la cuestión no es esta, sino ¿cuántas vidas de mujeres no haría falta que fueran salvadas sencillamente porque ya no se pondrían en peligro? Nadie está en esta pantalla y, tal como se está jugando el juego, no llegaremos nunca a ella. Las medidas más importantes no tienen que ser finalistas, que, por otra parte, sólo pueden ser un parche ―más o menos bien puesto―; tienen que serlo medidas preventivas que eliminen la legitimación, la oportunidad, la voluntad e incluso el deseo de ejercer violencia contra las mujeres, de todo tipo y en diferentes grados.

Me habría sacado el sombrero ante el presidente del Gobierno si viera un cambio de rumbo en las políticas, si viera en sus palabras algo más allá de aprovechar la ocasión y, especialmente, observara algún indicio de querer acabar de verdad con el problema. Pasa, sin embargo, que de hecho nuestra sociedad todavía no lo considera un problema general, sino un problema de las mujeres, y, según cómo, no de todas, sólo de algunas mujeres. Por lo tanto, a pesar de las cifras, no cuesta pensar en otras cosas mucho más importantes y, en todo caso, poner 35 millones ya suena a mucho.