No es que me espere nada de Miquel Iceta, aunque sé que para muchas y muchos es un gran político, de gran inteligencia y más capacidad, y yo no lo niego. De hecho le reconozco todo el mérito de haber instalado en la opinión pública que el independentismo era un ataque a los y las catalanas que se sentían españolas y españoles. Como si todo el mundo tuviera que ser del Madrid y los colores del Barça, por el mero hecho de existir, ya se conviertan en una agresión en toda regla a los otros: a los ciudadanos y ciudadanas de verdad, a los demócratas. Es especialmente abyecta la campaña de la fractura social que ha abonado sin descanso en el discurso para hacerla posible en la realidad. Y encima da, sin cesar, la culpa de la crispación a todo el mundo excepto a él.

Cierto es que no empieza ni el PSC ni su máximo dirigente en Catalunya este camino, recuerdo perfectamente los primeros posicionamientos bien diferentes de los actuales, y de eso no hace tanto. Lo que vuelve a ser un demérito. No me gusta esta falta de convicción, porque sólo queda oportunismo que hace pensar que no hay proyecto de país, sólo proyecto personal. Lo que lo lleva a decir hoy una cosa y mañana justo lo contrario; sin ni despeinarse, a no ser que se eche a bailar para que vea el PSOE qué bien que lo hace.

Gracias a él muchos y muchas ciudadanas que sencillamente entendían la diferencia de propuestas políticas como diversidad democrática han pasado a sentirse ofendidos y atacados por la mera existencia de estas ideas y de los y las que las defendemos

El crecimiento de la ambigüedad en su discurso ha sido exponencial. Hábil lo es, sin duda; pero a nadie que se lo mire con detalle se le escapa que gracias a él muchos y muchas ciudadanas que sencillamente entendían la diferencia de propuestas políticas como diversidad democrática ―también las de la independencia por mucho que no fueran de su agrado― hayan pasado a sentirse ofendidos y atacados por la mera existencia de estas ideas y de los y las que las defendemos. Es decir, a comportarse como fascistas; y si lo quieren más fino, como no demócratas, que en todo caso, es lo mismo.

Esta, sin embargo, no es ni siquiera la más grave de las consecuencias de su bailoteo por las propuestas políticas y sociales, en este camino ha dejado caer ―porque él no ha perdido nada― hasta la camisa: desde el respeto, y ya no digamos la defensa, de los derechos básicos, al recorte constante de las oportunidades sociales de la ciudadanía que vive en Catalunya, se considere o no catalana. Lo ha hecho tanto por omisión como por acción, y ahora le ha tocado al catalán, concretamente a la inmersión lingüística. Precisamente el PSC que la ha defendido contra viento y marea hasta ahora, sabe perfectamente de la importancia de este modelo educativo para la igualdad, la cohesión social y las oportunidades de todos y todas aquellas que viven en Catalunya.

No sé cuándo se detendrá Miquel Iceta, pienso que nunca, porque su capacidad de flexibilizarlo todo para adaptarse al viento que sopla desde el poder ―el de Madrid que es dónde realmente hay― es infinita; ahora bien, me asusta pensar todo lo que se llevará por delante, lo que costó construirlo, y si podremos o no volver a hacerlo.