Nunca me había dado tanto trabajo ―me refiero a tenerla que consultar― la Constitución española como desde que los que la quieren salvaguardar la pervierten constantemente. Ahora le ha tocado al artículo 18.3, que deja claro ―también el artículo duodécimo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos― que “se garantiza el secreto de las comunicaciones y, en especial, de las postales, telegráficas y telefónicas, salvo resolución judicial”.

Me parece que sería más fácil que todos los partidos españoles y sus delegaciones en Catalunya se pusieran de acuerdo ―que lo harían automáticamente; de hecho, ya lo están― y reformaran la Constitución española para añadir una sola frase: "todo lo que se dice es válido o es así en todos los casos, excepto que se trate de Catalunya o, en su defecto, de ciudadanos y ciudadanas que vivan allí". No lo pondrán así, pondrán catalanes y catalanas ―si tienen en cuenta el género en la redacción―, pero seguirá significando lo mismo, pero engañará, como hasta ahora, a aquellos y aquellas que viven en Catalunya pero se sienten españoles y españolas.

Tampoco lo pondrán así, porque lo que no saben los españoles y las españolas que no viven en Catalunya es que con el cebo de Catalunya también les están reventando los derechos. No me preocupa, porque sé que no vamos en el mismo barco, a no ser para remar como los esclavos; lo sé desde hace mucho tiempo. De hecho, desde los años noventa, cuando empecé a ir a congresos de sociología por España, lo vi muy claro; no porque sea muy espabilada, sino porque entonces ya disimulaban mal ―y en algún caso ni eso― en los ambientes de izquierda. No sabía que llegaríamos hasta aquí, pero por eso tampoco me ha extrañado nada lo que ha pasado; aunque todavía me sigue costando que ocurran cosas tan gordas y, sin embargo, no pase nada.

Tenemos un problema grave, en Catalunya, con los y las políticas que nos representan si todavía no han aprendido que España no nos respetará nunca y menos respetará nuestros derechos

Y aquí queda claro que tenemos un problema grave, en Catalunya, con los y las políticas que nos representan si todavía no han aprendido que España ―y aquí pongo a todo el mundo que se identifica como tal― no nos respetará nunca y menos respetará nuestros derechos. Una cosa es inseparable de la otra. Intento tener paciencia, pero ahora ya es de llorar o reír, depende cómo te lo quieras tomar, pero lo único de lo que tengo ganas es de mandaros a hacer puñetas. Puede ser que como no me dedico a la política y no sé del "arte" que supuestamente hace que ciertos movimientos políticos puedan no ser entendidos por los legos y legas, ya se esté haciendo una gran jugada política; pero las dudas son más que razonables.

A cada paso que da el Gobierno, mayor es el insulto y el menosprecio de nuestros derechos democráticos. ¿Cuándo diremos basta? ¿De qué sirve que la ciudadanía diga basta si el gobierno del país no lo hace? No he entendido nunca de qué sirve apuntalar un gobierno que nos va, una y otra vez, en contra y cada día que pasa me parece que entenderé menos todavía la respuesta. No me extraña que se rían de nosotros ―quiero decir de las catalanas y catalanes― y todo esté permitido, sea en derechos fundamentales o en la candidatura de unos Juegos Olímpicos. ¿No veis que eso no se acabará nunca?

El título de este artículo me parece que ya ha anunciado que no estoy para sutilezas: tengo muy claro que si te escupen a la cara, tienes que retirar el saludo y, por lo tanto, la colaboración. No hace falta pedir ningún tipo de explicación y menos todavía ir a una reunión porque esté programada. Difícilmente, si se llega a este punto, hablar no sirve de nada, menos todavía pedir algo; ahora bien, si te necesitan, es muy posible que te vengan a buscar, y no necesito que sea con la cabeza baja. De mentira será la excusa, pero entonces y sólo entonces es cuando podrás negociar de igual a igual. En todo caso, si no te vienen a buscar, no es cierto que estarás peor ―no el país―, cuando está claro que todo vale y no hay ningún límite que no se sobrepase. Caray, empecemos por lo más sencillo: ¡quien no se hace valer, nada vale!