Si algo queda claro del paso de la covid por nuestras vidas, aparte de que las ha puesto patas arriba, es que ha evidenciado todas las fallas de nuestro sistema social. De hecho, los grandes debates que nuestra sociedad no ha querido afrontar o sobre los cuales ha pasado de puntillas, nos han dado en los morros en estos dos años. Ahora bien, me pensaba que del primer año habríamos aprendido algo y me parece que seguimos sin hacerlo.

Leo en este mismo diario que la Intersindical pide que se dé la baja a los padres ―supongo que padres y madres― que tengan criaturas que tienen que quedarse en casa a causa de la covid. No sé si es el momento ni la forma de hacerlo, aunque el fondo de la cuestión me interesa y mucho.

No es que me parezca mal la demanda, es que no podemos seguir poniendo parches a golpe de urgencia vital y dejar el debate de fondo y, por lo tanto, la reestructuración social para otro día. Ahora bien, si es a partir de una urgencia que cambiamos la situación de una vez por todas, no pondré evidentemente ninguna pega; eso sí, siempre que no se siga rehuyendo el problema de fondo. En este caso, la importancia y la necesidad de tener cuidado de nosotros mismos y mismas y de los demás.

La vuelta a las aulas ha inquietado más que la propia Navidad ―quiero decir respecto a cuáles serían las medidas a las que nos tendríamos que adaptar― y es que, a la mala relación, la falta de sintonía, entre mercado laboral y escuela que martiriza a algunos padres y la mayoría de madres de este país, ahora hay que sumarles las medidas sanitarias. Es decir, la tormenta perfecta.

Con quién dejamos o con quién se quedan los niños es un quebradero de cabeza anterior a la covid, porque hemos construido una sociedad con tiempo y espacios para muchas cosas, pero sin espacio y ni tiempo para la crianza

Con quién dejamos o con quién se quedan los niños es un quebradero de cabeza anterior a la covid, porque hemos construido una sociedad con tiempo y espacios para muchas cosas ―para trabajar, para estudiar, para el ocio, y alguna cosa más que ahora no me viene a la cabeza―, pero sin espacio y ni tiempo para la crianza.

Como no estamos dispuestos a romper el patriarcado, ni a poner en valor nada importante que hagan las mujeres, hemos fingido que las criaturas se criaban solas; y en todo caso fuera del hogar. Por eso hemos dado por bueno que podían estabularse en los jardines de infancia prácticamente recién nacidos y después en las escuelas, bajo la premisa disfrazada de imposibilidad o de voluntad de elección que el tiempo y la atención más valía que fuera profesional y no personal. También hemos dado por hecho que las abuelas y los abuelos tienen obligaciones de crianza, reservando para los progenitores y progenitoras "tiempo de calidad" y toda una serie de burradas ―perdonen el calificativo― por el estilo.

La crianza es tiempo de los PADRES y madres de dedicación, de acompañamiento y de cuidado de las criaturas, tanto cuando están enfermos y enfermas como cuando están sanos; sin horarios prefijados, pactados y establecidos por adelantado.

Las medidas de aislamiento por los casos de covid lo que pone claramente al descubierto es que no existe este tiempo y espacio para el cuidado de las criaturas y, por eso, el desbarajuste al cual se ven abocadas muchísimas familias ahora no es salvable con las soluciones, ya precarias, adoptadas antes del 2020. Las abuelas ya no pueden estar disponibles ―a pesar de que estén dispuestas― del mismo modo; o, en todo caso, no lo tendrían que estar ni antes ni ahora. Y eso no tiene nada que ver con el afecto y la alegría de ser y hacer de abuela.

Además, la especificidad de la enfermedad hace incluso difícil la contratación del cuidado en los casos que económicamente este sea una solución posible. El resultado previsible: la mejor de las soluciones sigue siendo una mala solución y las consecuencias no las mejores ni para la salud de criaturas, ni para la de madres y padres. En este caso, tanto física como psicológica y emocional y, también, económica. Tampoco para el conjunto de la población y del país, tanto con respecto al trabajo como a la escuela, dos puntales básicos de nuestro sistema.

El 2020 tensó muchísimo el sistema el hecho de que las escuelas cerraran y por eso ahora las autoridades administrativas han puesto los niños en la ecuación de las medidas, pero siguen casi dos años después sin haber entendido todavía cuál es la base del problema. ¿Hay alguien de los que mandan ―a parte de ir a alguna manifestación y hacer las proclamas que tocan por agenda y programa electoral― que haya entendido algo y, lo que es más importante, esté dispuesto a cambiar alguna cosa? En este sentido, claro; no en el otro.