Cuatro palabras en catalán no esconden la verdad, por bien dichas que estén. No sólo la verdad de que su padre es jefe del Estado de un país que se salta su propia Constitución, en el que sólo se respeta el castellano y se menosprecian ―sistemáticamente, cuando no se ataca directamente―, las otras lenguas que también son propias. También porque la institución que representa quien las pronuncia no puede nunca ser un buen ejemplo para la juventud ni para nadie, más allá de los y las que se mueren de ganas de ser súbditas y súbditos. No puede ser un buen ejemplo, ni para la democracia, ni para la igualdad, ni para la justicia, ni para los otros valores que supuestamente se premian en la Fundación Princesa de Girona. ¡Y no hablemos ya de hacer trabajar a las criaturas antes de la edad laboral legal!

Entiendo que los premios siempre tienen buena pinta, y no negaré los méritos de las y de los que los reciben y de muchas y muchos otros que no llegan a conseguirlos, se les tenga presentes o no; pero hay que vigilar mucho el mensaje que llega con cada entrega. No el mensaje explícito, el de la excelencia, el talento, la transformación, el trabajo, la superación; sino el mensaje oculto que seguimos transmitiendo con ceremonias como esta. Pura y dura desigualdad, puros y duros privilegios, institucionalizados y blindados por la Constitución española y personificados en la Corona.

Si realmente queremos que las y los jóvenes de nuestra sociedad tengan un presente y un futuro mejor, no podemos seguir manteniendo instituciones predemocráticas que son prueba fehaciente de que nuestro mundo mantiene y blinda privilegios para un pequeño grupo

Por eso me choca tanto que especialmente en la rama de las iniciativas sociales, las y los premiados sean capaces de estar hablando de lo importante que es el galardón que han recibido para mejorar la vida de los colectivos con los que trabajan y no vean que al aceptarlo lo único que consiguen es asegurar que la lucha por la igualdad de oportunidades y por lo tanto en contra de la desigualdad todavía sea más larga. De hecho, mucho más larga y mucho más ardua. Estoy segura de que esta contradicción sí que la ven muchos y muchas de los directamente afectados por la situación que ha permitido obtener el premio. Es lo mismo que pasa cuando grandes empresarios, lo digo en términos de presupuesto, hacen donaciones espectaculares a instituciones sociales, pero en cambio no pagan ni los impuestos que tendrían que pagar, ni mantienen condiciones dignas de trabajo en sus empresas. ¿De verdad encima los tenemos que admirar y alabar? ¡Que no nos damos cuenta de lo rentable que les sale la limosna!

No queremos propinas, sean o no en forma de premios, queremos el presupuesto entero. Si realmente queremos que las y los jóvenes de nuestra sociedad, no hace falta que sea sólo la catalana, tengan un presente y un futuro mejor, no podemos seguir manteniendo instituciones predemocráticas que son prueba fehaciente de que nuestro mundo mantiene y blinda privilegios para un pequeño grupo. El mensaje tiene que ser de igualdad de oportunidades reales, para todas y para todos. Menos todavía cuando esta institución la tenemos que mantener todas y todos nosotros; es decir, que viven, y muy, muy bien, de nuestros impuestos. Entiendo que los que gritan “Viva el Rey” ya les esté bien pagarles la manutención y los privilegios, pero a mí no.