Intermón-Oxfam ha publicado los resultados de un estudio sobre la pobreza y han saltado dos tipos de titulares. Por un lado, los que han señalado las desigualdades de tipo diverso entre ricos y pobres con cifras escandalosas. Ya sea en términos de esperanza de vida o de probabilidades de los hijos e hijas de acceder a un buen sueldo o de otras particularidades. Del otro, los que han destacado las medidas a tomar contra la marcada polarización social que señalan los datos, y se han centrado en la subida de impuestos como medida estrella.

Vamos por partes, los datos son bastante impactantes puestos en letra grande ―y va muy bien hacerlo para situar o reubicar a la ciudadanía y, con un poco de suerte, a algún responsable público―, pero no tendrían que sorprender. Lo que hace daño de verdad es la realidad que enseñan y esta si queremos la podemos ver en nuestro día a día, antes y después del informe. Especialmente a partir del 2007, la crisis ha servido para mostrar con crudeza lo inestables que son las posiciones sociales y lo frágil que es el bienestar para determinadas clases sociales. Por otra parte, la tendencia al crecimiento de la desigualdad de nuestra sociedad ya se mostraba ―aunque el informe dice que no―, antes de la crisis.

La desigualdad en las oportunidades de todo tipo entre clases sociales ―que va más allá de entre ricos y pobres, cuando se mide bien― es un hecho que se constata desde la primera teoría sobre las clases sociales. Esta estructura se ha mantenido inamovible en nuestra sociedad, cierto es que con fluctuaciones entre niveles de vida y entre oportunidades según el momento histórico, pero especialmente según la política fiscal concreta del gobierno o gobiernos de turno.

Todavía no ha habido ningún gobierno en España, ni de derechas ni de izquierdas, que haya trabajado para los pobres ni para que las desigualdades no aumenten

Sí, se ha escrito mucho sobre la política o políticas sociales y el despliegue de los estados de bienestar para hablar de desigualdad y pobreza, pero lo cierto es que esta depende mucho más de aspectos de fiscalidad que del resto. Lo apuntaba de paso la semana pasada hablando de los presupuestos del Estado. Según se configuran, distribuyen y se establecen sus capítulos de gasto se pueden ampliar o recortar las oportunidades de los diferentes colectivos y, por descontado, las oportunidades de acceder y mantenerse en un grado determinado de riqueza o pobreza. Lo reafirmo ahora respecto de los impuestos, que no dejan de ser la otra cara de las cuentas, y que directa o indirectamente ―hay de los dos tipos― permiten o dificultan en gran manera que la riqueza o la pobreza no se herede, que la distancia entre una y otra no crezca y que el pertenecer a uno u otro grupo no acabe siendo una cuestión estructural.

Pero cuidado, no se arregla subiendo los impuestos. Hay que ver a quién se suben, y quién los acaba pagando. Todo eso sin contar cuántos ingresos se quedan finalmente en las cuentas para la ciudadanía y cuántos se desvían a bolsillos convenientes.

Lisa y llanamente, todavía no ha habido ningún gobierno en España, ni de derechas ni de izquierdas, que haya trabajado para los pobres ni para que las desigualdades no aumenten. Es mentira por mucho que lo digan; a los resultados me remito. Y sólo ha parecido que lo hacían o que lo hacían más y con más profundidad gracias a que el mercado laboral ha funcionado bastante bien. Pero eso se ha acabado y la crisis lo que ha hecho es poner al descubierto el trabajo que no se había hecho o el trabajo que se había hecho y se seguía haciendo para que los ricos pudieran serlo más y los pobres no lo parecieran. Aparte de la singularidad de la financiación de las comunidades autonómicas y también a causa de esta, es exactamente el caso del Parlamento extremeño y su necesidad de que se aplique el 155 en Catalunya.