Una noticia de hace pocos días en El Mundo empezaba con un "los sondeos dicen que dentro de unos meses el país ya no será mayoritariamente creyente". Con "país" se referían a España. Para entender que la religiosidad no es una práctica en auge ni de moda no hace falta leer demasiado. Para darse cuenta de ello solo hay que estar rodeado de gente. A pesar de todo, considero osado hablar de un país que "ya no será creyente", sobre todo si es España, sobre todo en las circunstancias actuales. Que en la práctica religiosa, sobre todo en Catalunya, seamos menos que nunca, es por falta de fe. O no del todo. Si fijamos la mirada en las generaciones más jóvenes —en la mía, por ejemplo— no todo el mundo tiene una respuesta tajante y sin matices cuando preguntas si creen en algo más. En este punto del artículo es cuando suele aparecer la referencia a los horóscopos y se utiliza para explicar que hay quien llena la ausencia de Dios con una creencia que no exige deberes. Incluso aquí pienso que es injusto entender el agnosticismo distraído y la pseudociencia como dos cosas que encajan. No sé hasta qué punto un vacío y un todo como estos se complementan si antes no ha habido conciencia del vacío y, por lo tanto, no ha habido conciencia de la necesidad de llenarlo, sobre todo entendiendo la vida interior como un espacio donde ganar luz sobre la noción de que cada uno tiene de sí mismo.

Hay una diferencia entre quien niega de manera militante la existencia de un Dios y quien pone sus esfuerzos en todo aquello que le agranda la vida espiritual sin reconocer el gobierno absoluto de Dios

Decía hace unos meses Michael Hanby en The Lamp: "A pesar de (...) la omnipresencia de la belleza, la ineludibilidad del sentido y la incorregible tendencia a la bondad que persiste en nosotros mismos, de algún modo es necesario un esfuerzo intelectual enorme para no ver el mundo como un mecanismo frío, indiferente, y a nosotros mismos como una especie de fantasma pegado a un cuerpo mecánico y maleable". Este esfuerzo del que habla Hanby es el gris donde navegan aquellos que mucha gente de mi equipo llamaría "descreídos". Pero no lo son. Me parece que hay una diferencia entre el negacionista militante de la existencia de un Dios y quien pone sus esfuerzos en todo aquello que le agranda la vida espiritual sin reconocer el gobierno absoluto de Dios. Quien hace este esfuerzo por no ver el mundo como el "mecanismo frío" que explica Handby siempre hace un ejercicio de fe, que es un ejercicio de confianza. A quien escoge confiar a pesar del mal lo hace porque, a menudo, la alternativa es más incómoda. A mí me es difícil no verlo como una muestra más de la existencia de Dios, porque en el fondo este "esfuerzo intelectual" es la única manera de vivir bien. Porque estamos hechos así y porque la esperanza, que es lo único que de verdad hiere al dolor, es un recuerdo del lugar de donde venimos.

Cuando los creyentes nos relacionamos con el mundo a menudo lo hacemos desde la frustración que nos provoca tener respuestas para todas las preguntas que los no creyentes se pasan toda la vida persiguiendo

Últimamente el algoritmo de Instagram me enseña reels de chicas que hacen journaling, lo que en mi casa se ha llamado toda la vida escribir un diario. Mi compañera de piso, de hecho, me confesó que ella escribe cada día. Para una persona católica practicante es complicado no ver sed de plegaria, pero incluso una persona que no es creyente puede adivinar en ello la necesidad de mirar hacia adentro. Cuando los creyentes nos relacionamos con el mundo —un mundo donde hoy, si eres catalán, Dios ya no es el centro de muchas cosas— a menudo lo hacemos desde la frustración que nos provoca tener respuestas para todas las preguntas que los no creyentes se pasan toda la vida persiguiendo. De la frustración a la confrontación hay un paso muy corto y, cuanto más corto es, más larga se hace la distancia entre quien tiene sed y el agua que nosotros le querríamos ofrecer.

Parece que, de lo que es estrictamente religioso, y a pesar de negar abiertamente la existencia de Dios, todo el mundo toma aquello que buenamente puede y quiere —porque le falta

Desde una mirada creyente a menudo parece que hay a quien ya le basta reconociendo una necesidad espiritual, un vacío, para llenarlo. Sin buscar nada más y solo diciendo que no es solo de carne que estamos hechos. Parece que de lo que es estrictamente religioso, y a pesar de negar abiertamente la existencia de Dios, todo el mundo toma aquello que buenamente puede y quiere —porque le falta— sin dejarse guiar por la curiosidad o dejándose impedir por los prejuicios y ver qué hay al final. Ross Douthat escribía en The New York Times que "si tienes una mente abierta espiritualmente y eres más agnóstico que ateo, y de vez en cuando piensas 'estaría bien si alguna cosa de estas fuera verdad', y después actúas como si lo fuera, me parece que estás iniciando una búsqueda sincera de Dios". Pero Douthat es americano y empezar a ponerse a Dios en la boca en los EE.UU. no tiene las mismas connotaciones que aquí. Allí es conversación de ascensor, aquí es casi tabú. Entre mucho y poco, quizás. En Catalunya y en España, la gente cada vez cree menos en un Dios del que no habla, y no habla de Dios porque cada vez cree menos. A pesar de todo, las necesidades del hombre y de su alma no cambian con el mundo, así que el mundo hace lo que puede para ofrecer paliativos y para ahorrar riesgos innecesarios —la fe. Y si nosotros, los creyentes, nos frustramos, no estaremos donde tenemos que estar para cambiar algo.